A propósito del post anterior, he de escribir que leí hace muchos años todos los libros de Raymond J. Moody, que son tres, pero también hace tiempo los regalé, porque creo que pueden dar mucho consuelo a la gente y a mí ya no me hacen falta alguna. No son literatura de baratillo, como hay tanta, son estudios breves, pero rigurosos y de enjundia, no pueden ser pasados por alto y tienen en cuenta todas las explicaciones posibles, incluso la del ateo y escéptico Carl Sagan, que es la más ingeniosa entre las que acoge Moody en su tercer libro y sin duda alguna la más sugerente sobre las experiencias de vida ultraterrena de esos regresados de la muerte o revenants.
Carl Sagan compara la muerte al apagado y reinicio de un ordenador neurológico; como ocurriría en un equipo informático, al volver a la consciencia revivimos los momentos traumáticos del nacimiento que se hallan impresos y preprogramados como lo primero en nuestra memoria: el canal oscuro y estrecho es el del parto, la luz intensa es la que descubrimos al salir de la placenta al aire, las personas conocidas son en realidad nuestros padres y entorno familiar, etcétera. ¿A que es ingenioso?
Que estas experiencias no están mediatizadas por factores culturales es algo evidente para cualquiera que haya leído experiencias de este tipo espigadas de la literatura universal. El mismo Moody apunta algunas, las compara con las de los niños y distintos niveles de instrucción; incluso busca testimonios históricos anteriores del Libro tibetano de los muertos y otros textos. Yo mismo he encontrado algunos casos conocidos en mi entorno y experiencias similares en los libros, por ejemplo una contada por Thomas de Quincey en uno de sus dos tomitos de memorias, no recuerdo cuál.
Otro motivo de reflexión serían las experiencias parapsicológicas de los médium, que son capaces de conocer lo oculto de un modo desconcertante incluso para el más escéptico de los magos, maestros del engaño. No soy tan escéptico como para no darme cuenta de que el escepticismo es también una forma de mentira, de no creer en nada ni asumir verdad alguna, de no llegar a ninguna conclusión, como en efecto hacía el más eminente de sus teóricos, Francisco Sánchez, de quien con razón se quejaba por eso, sin nombrarlo, el mercenario Descartes. Especulativamente esos hechos podrían explicarse por una transferencia de información en el universo cuántico desde los cerebros de las personas a las del médium, quien sería capaces de decodificarlas e interpretarlas. Al parecer, existe un elemento genético en la capacidad mediúmnica que podría estar relacionado con esto. Según algunas interpretaciones modernas, la conciencia, o lo que entendemos por tal, podría refugiarse en niveles de computación superiores o más profundos de lo que consideramos en la misma funcionalidad del cerebro, porque los sistemas neurológicos de los animales apenas son comparables ni pueden explicar un hecho tan simple como la individualidad. Sólo los seres humanos (y los delfines) poseemos nombres propios, sólo ambos podemos generar algo parecido a arte o pensamiento complejo, interacción jerarquizada, comunicación bidireccional, aprendizaje acumulativo e instrumental, neuronas espejo y empatía entre especies, algo sólo posible por medio de unas estructuras nerviosas de las neuronas sumamente complejas conocidas como microtúbulos, según la teoría expuesta por el matemático y físico Roger Penrose. Resultaría, pues, que nuestra más íntima identidad o conciencia, lo más característico que nos hace individuos, se habría refugiado en esos baluartes profundos del cerebro. En cuanto a la capacidad de predicción y de adivinar el pasado, esas facultades mediúmnicas, que pueden parecer absurdas o imposibles a la lógica humana, no lo serían para la lógica cuántica, en la que el tiempo podría volverse discontinuo, romperse y fundirse, y sólo sería una dimensión más entre once, según la teoría de los superfilamentos; la información podría desplazarse por el tiempo en transmisiones de taquiones, unas subpartículas que pueden viajar a través del él (veremos qué concluyen los físicos del CERN) de forma que estos hechos podrían ser explicados al fin científicamente, así como la presunta existencia de vida, o, más bien, de una cierta forma de conciencia en buena parte colectiva después de la muerte que reflejan las informaciones transmitidas por los mediums.
Como puede apreciarse, siempre he estudiado con mucho interés esos fenómenos y otros muchos, como la psicometría y las apariciones, y creo advertir indicios de esto, incluso en el sentido de que todo podría ser un cuento o montaje de la parte subsconsciente de nuestra identidad para proteger del estrés nuestro sistema neurológico, que aborrece, por un mero instinto de conservación animal que fomenta la evolución natural, la idea de que la conclusión de la identidad, la llamada muerte, es falsa. "Solo una vez es todo verdadero", escribió Feuerbach, quizá la persona más lúcida del siglo XIX. Resultaría, así, que esa presunta vida después de la muerte sería una elaborada forma de autoengaño y lo que sí existiría más allá de la muerte sería un simulacro de vida inmaterial no necesariamente malo, de forma que los budistas tendrían razón al suponer la existencia de un falso paraíso y de un falso infierno posteriores a la vida en el ciclo del samsara, por el que todos tenemos que pasar antes de ser reformulados.
Pero, con todo y eso, qué bien estaría existir en un cielo como ese, tan milagrosamente interconectado que Internet parecería una pesadilla en su comparación; no me importaría formar parte de él, de esa muchedumbre borg, por ponerle un nombre friki; es más, deseo creer en él y creo en él, por falso que pueda parecerme en términos racionales. Porque la razón, no mis sentimientos, dice otras cosas, por ejemplo que eso es mejor que nada y desde luego mejor que el dolor; incluso por el argumento de la apuesta de Pascal (apostando a perder, perdería de todas formas). Porque sólo es la capacidad de sufrir y ayudar a los demás a superar el sufrimiento lo que da la medida de la grandeza moral de las personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario