domingo, 25 de diciembre de 2011

Diez películas tristes


Jordi Costa parece el único crítico cinematográfico digno de nota en El País (no puedo con el necio partisano Diego Galán, y mucho menos con el pijo y desganado Carlos Boyero, que oculta ignorancia y perrería bajo su informalidad) y se ha tomado la depresora molestia de congregar en su blog pasajes de 10 películas tristes para Navidad. Podría habérselo ahorrado: la tristeza no es algo muy a propósito para regalo en estas fiestas para algunos tan mortecinas. Pero ha sido interesante para acrecer mi lista de excelencias ignoradas a contemplar algún día con tiempo bastante (ese algún día encoge que es un horror). Por ejemplo Nadie sabe, (2004) de Hirokazu Koreeda, de la que me quedo, sin haber visto otra cosa que el escueto retal cortado por Costa, con esa mirada del niño hacia el avión y luego abajo, hacia lo que de verdad importa y duele, no voy a decir qué. También es novedad para mí Umberto D de Vittorio de Sica (1952), donde un jubilata alarga la mano; cualquiera que haya visto Ladrón de bicicletas podrá desde luego afligirse con ojo tan desnudo como el suyo; soy un incondicional del Neorrealismo italiano desde que vi La commare seca de Bertolucci una memorable noche de soledad. En esa misma línea quiero ver también la famosa La Strada (1954) de Fellini porque, habiendo contemplado casi todo lo suyo, esto precisamente no, por más que el pasaje selecto por Costa me haga lamentarlo y rabiar por verla. La chica de la fábrica de cerillas (1990)  de Aki Kaurismäki debe ser lastimera si de verdad se inspira en el cuento de la cerillera de Andersen; recuerdo que la historia del gran danés me causó pesadillas: no he leído nada más apagado en mi vida; sólo en pasajes de Dickens puede uno descorazonarse igual. Tampoco sé de Rompiendo las olas (1996) de Lars von Trier, porque si el plúmbeo Dreyer me producía somnio, imaginé que su vástago sería lo mismo o peor.

Lo demás lo he visto y es discutible, salvo mi coincidencia en que ¡Qué bello es vivir! (1946)  es una película siniestra por las dobles lecturas que atesora; sólo un filmante de cuentos de hadas como Frank Capra era capaz de acumular tanto pristino horror bajo tanta ingenuidad hipócrita y transformar el sueño americano en el infierno de un infierno con las ventanas cerradas; qué caramelo más ponzoñoso. Igualmente negro y letal, acaso más, porque toca el paraíso perdido de la infancia, es AI, Inteligencia Artificial, de Spielberg-Kubrick. Con toda limpieza destruye una a una las vanas ilusiones que le cabe esperar al ser humano; no es apta para ilusos, porque a poco que tengan pelota se quedarán sin pelotas. Almodóvar y Coixet parecen escogidos por patriotismo; yo me quedaría con Coixet, pero no por Mi vida sin mí, sino por La vida secreta de las palabras, si bien hay mejores ejemplos de alicaimiento y no escribiré más, que tengo que hacer y estoy afligido.

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