sábado, 21 de enero de 2012

Crónica de la investidura de nuevos miembros del Instituto de Estudios Manchegos

El acto estuvo muy bien y no duró mucho, lo que siempre es de agradecer. Uno había esperado "morirse en el acto", especialmente en actos como estos, que cuando son largos, pretenciosos y monótonos hacen sufrir de verdad a impacientes como yo; como dijo el filósofo Woody Allen, "la eternidad se hace muy larga, sobre todo hacia el final". El marco del salón de actos del antiguo Casino era magnífico y se llenó la sala, y eso que no era para cuatro gatos; arriba lucían tres pendones, estandartes, gallardetes, lábaros, grímpolas, flámulas o comoquier se llamen las enseñas del Ayuntamiento, de la Comunidad y de España, y un balcón con una balaustrada de forja en estilo modernista, asaz admirable; concurrió gente de todas partes, incluso algunos cuya presencia no es nada fácil de recabar. Sin embargo, eché de menos a algunos: siempre se echa de menos a algunos. No sé por qué, me pareció que muchos de los que andaban por allí se miraban de reojo entre sí y medían cuidadosamente las distancias. Serían imaginaciones o paranoias mías.

Fue un acto conciso, de ceremonial justo, y hasta contó con un par de emotivos interludios musicales que el público, yo entre ellos, recibió con aplauso. Vicente Castellanos es un maestro a la guitarra no ya metafórico, sino titulado, y canta no sólo con arte, sino con sentimiento; se me quedó en la memoria un verso suyo: "entre el orgullo y la nada", que calificaba cabal a la tierra manchega; ya lleva dos discos grabados. También fue magnífica la pieza al piano, don de una benemérita profesora del Conservatorio. Los discursos anduvieron cual era de suponer; hubo un par que se libró por poco del tostón, pero los demás pecaron de lo propio a esta clase de mensajes: excesivo léxico abstracto y absoluta carencia de actio; que se lean mi manual de retórica, o mejor, el de Antonio Azaustre y Juan Casas, no porque el mío sea malo, sino porque ellos le han dedicado más tiempo y trabajo que yo y se nota; el mío, de intención escolar, no pasa de mera introducción y, aunque hace tiempo que deseo ampliarlo y corregirlo, otras cosas me han conducido por distintos derroteros.

No bostante, hasta esos discursos regularcillos se libraron, por ser breves, de la habitual calificación de las tres dimensiones cartesianas, "largo, grueso, pesado". Nos regalaron el último ejemplar de la revista, detalle que fue también toda una economía de buena gestión: así se ahorró el coste de su remisión postal. El vino fue moro de una oreja, tanto el blanco como el tinto, por más que yo, abstemio adicto al té y al café, no soy quién para juzgar, habiendo mojones tan doctos en esta tierra bendecida por Baco. Más que tapas, hubo tapones que ni Romay; yo charlé con Pedro Isado y con otros, pero me tuve que ir muy pronto, porque estaba cansado y deseaba guardarme en las sábanas.


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