jueves, 26 de enero de 2012
La Real Cacademia
Es una institución que se dedica a chorizar a mansalva ideas, textos y doctrina gramaticales, ortográficas, ortológicas y ortotipográficas sin citar una sola miserable fuente o libro de bibliografía ni poner una sola nota de referencia (ello supondría reconocer lo ladrona que es, por más que se nombre prescriptiva) pese a que se lo han pedido a diestro y siniestro algunos de los señores y señoras saqueados, a los que ni siquiera da las gracias o escribe recomendaciones de edición o impresión de sus obras, muchas de ellas accesibles sólo por la Entrerred. Resulta ser una institución pública, pagada entre todos, pero sus beneficios se han privatizado, pues no vacila en cobrarnos sus obras y no publicarlas gratuitas ni siquiera dando versión digital de las mismas que pueda utilizarse, y vende sus producciones bibliográficas a editoriales de un modo vergonzante/negociante, típicamente urdangarinero, más desaprensivo con los derechos de autor que ahora incluso quiere cobrar a los usuarios del español por remitir a su diccionario, a su página, o conjugar cada vez un verbo o usar una palabra en el sentido que prescribe. Supongo que el idioma y la Filología es de todos y no lo ha parido la Real Cacademia, pero la Real Cacademia ladrona no puede ni siquiera envanecerse de la última (en su caso esta acepción del vocablo es especialmente falaz y errónea) versión del Diccionario, cuyo aggiornamento o actualización ha rehecho tanto la obra que ya no sirve para leer textos clásicos antiguos (a causa de los numerosos prejuicios cognitivos que reúne bajo el pretexto de lo políticamente correcto, en realidad una nueva lectura de lo literario, lo histórico y lo político que poco tiene que ver con esa ciencia llamada historia de las ideas. En cuanto a su gramática, que es un gran avance tras la mierda del Esbozo y el disparo al aire de la gramática ovetense de Alarcos, fuera de ser, cuando menos, plagiaria y un expolio ecuménico y universal, nos la venden tres veces en versión para pedantes de primera, segunda y tercera clase, aunque unifica algo la terminología y en algún caso nos exonera de algún palabro opaco como sintagma, al que ahora se pretende llamar grupo. Una gran compasión, sin embargo, me inundará cuando vea a los alumnos intentar entender la diferencia entre algunos complementos y adjuntos, la nueva clasificación de las oraciones compuestas y la muy extensa casuística de recomendaciones nada prescriptivas que acumula en ortografía, para lío común. En cuanto a la redacción de nuevas acepciones o correcciones, es incomparablemente palurda al lado de la gran María Moliner, y su Diccionarillo para mucho mal enmendado es una mierda, y ni siquiera una mierda consistente, pura diarrea, comparado con el de ella, el de Seco y compañeros mártires o el Clave. Por no hablar de cómo han entrado a saco en las obras de Sousa para hacerle la competencia redactando el plagiario Diccionario de dudas, elaborado con la colaboración de cientos de consultores anónimos saqueados a los que no han de dar ni un céntimo del euro que les correspondería, si vamos a ser más legítimos que ellos, cuya única legitimidad sacan de esa carísima monarquía postfranquista y urdangarinera.
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