viernes, 6 de enero de 2012

Vuelvo a la mandanga

Durante dos días y medio estuve varado en la playa del hospital y me operaron. Poca cosa, sólo inspeccionarme la vejiga con una cámara electrónica mientras un trasto hace ping, ping con aire a veces sincopado. Es algo incómodo y epidural, pero yo pasé el trago y luego anduve cual suelo, gacho y esforzándome por no resultar bochinche y pasar desapervisto. Hasta nos pusieron una tajada de roscón de Reyes y un excelente rotí de pavo con puré de manzana que no había más que pedir. Por demás, como se les agotó el presupuesto de operaciones, tuvieron que esperar a enero para operarme y hasta han quitado la wifi que antes gozaban por economar. Mi compañero, hombre cordial y tan ganoso como yo de salir de este caldero, me hacía ver en la tele tres episodios seguidos de su amado culebrón El secreto de Puente Viejo, de parrafadas galdosianas y un cubano dinamitero que le hizo recordar a su abuelo, un disoluto gunman que militó en la Guerra contra los Estados Unidos y murió con ciento once de años y larga ristra de hijos ilegítimos, pero mantenidos. La decimonónica damita del serial se libró del bombazo haciendo el McGyver.


Frío pasamos, porque la ventanilla antisuicidios remoloneaba y era un sudoku incerrajeable de grado máximo, pero pudimos abatirla tras cuidadoso estudio, consulta y la experta aplicación de fuerza bruta por parte de un campeón de pelota vasca, mi cuñado, que Dios bendiga. Me quitaron las barandillas de la cama, "tenga cuidado, no caiga" -"da igual", dije yo, "si me hago un chichón, con lo feo que soy incluso me hará más guapo"- "no", dijo la enfermera, "quien se la pega soy yo". Acudió mi familia, acudieron mis cuñados, acudió mi hermano: a lo ver, tengo perro que me mee.


Te vuelven hemipléjico con un opiáceo que reduce al estado de nube incorpórea de cintura para abajo y, tras ponerte así de calamar, mandan una cámara por el agujero del pito buscando tumores o pólipos por toda la vejiga con celo digno de mejor propósito. Aunque a algunos parezca humillante enseñar pito y culo a tan nutrida concurrencia, si uno se juega la salud y no tiene un culo regio o tan bendecido por todo tipo de hisopo como el de Jennifer López, que lo tiene apolizado, le da igual y, tomado con posadera filosofía, resulta incluso un espectáculo culioso y espectacular, aunque bastante vulgar (o nalgar), según qué ambientes, pues hay muchas señoritas que viven de eso, de mostrar glúteos y cercanías, y hasta se los rellenan meticulosas como los pastelitos. Pero, gracias a Dios, resulta que tengo la vejiga bien y, aunque hubo qué extirpar años ha, otrora o antaño, esta vez, ahora y hogaño no ha dado por rebrotar o recidivar, que es el verbo específico. Me congratulo, porque cuantos más años viveo más hermosa me parece la vida y más estúpido denigrarla. En cuanto a los médicos, enfermeras y pacientes, un encanto. No sé qué tendrá la gente de bata blanca que, por más que uno quiera salir del hospital incluso antes de entrar, lo único que echa de menos fuera es a su gente.


Podría ponerme ahora a hacer costumbrismo como suelo, seleccionando toda la menudez pintoresca que tanto os divierte, pero no tengo ganas y la dejaré morir en el pozo ciego de mi memoria. Tengo que hacer mucho y escribir exige tiempo, aunque se sepa hacerlo, que no sé todavía. 


A vueltas con esto, vale mucho más lo gratuito como la luz del sol, el agua y el aire que cualquiera de esas tonterías por las cuales nos afanamos constantemente; si la gente fuese igual de generosa y se diese así, todos estaríamos más unidos y nos apreciaríamos más, como está unido el árbol a su aire, a su luz, a su tierra, a su agua y a mí a través de todas esas cosas, sus pájaros y el sonido del viento cobijado bajo su sombra entre sus hojas y ramas. Pero el hombre aparece en la naturaleza como aislado, suelto y cercenado por sus abismos interiores y hay algo gratuito de esta vida de lo que quizá no se le ha dado suficiente: tiempo. Pero, aun así, cuán maravilloso es este tiempo que nos ha sido concedido y cuánto se lo debemos agradecer a Dios.

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