martes, 21 de febrero de 2012

Clase media y egoísmo

El abate Sièyes, a fines del siglo XVIII, escribió todo un tratado para demostrar que la clase media es un país y no lo son ni sus curas, ni sus militares, ni sus nobles, estamentos privilegiados, y ni siquiera sus nada privilegiados pobres de solemnidad; se titulaba ¿Qué es el tercer estado? y fue uno de los pilares de la Revolución Francesa, que fue, en dos mil años de historia, la segunda cosa más gorda que le ha pasado al hombre después del Cristianismo, si se me permite usar el adjetivo prerromano. Si es suficientemente amplia, la clase media une la clase baja con la alta de un país, le da cohesión y forma e impide que choquen en guerra civil con su movimiento circular, su individualismo y su meritocracia, atacada de siempre por todo tipo de corrupciones que vienen de arriba y de abajo.


En Grecia la clase media está siendo destruida y cada vez se parece más al modelo musulmán, tan odiado y padecido por los griegos a lo largo de su historia. Cierto es que en el mundo islámico no dejan constituirse a una clase media como se está formando en Brasil, Sudáfrica o incluso China: sólo hay pobres muy pobres frente a un cinco por ciento de ricos obscenamente ricos. La mayoría de las clases medias musulmanas son extranjeras, formadas en el extranjero, corruptas e incompetentes o en realidad pertenecen a ese cinco por ciento de plutócratas. En Europa, lo único que se garantiza es la devaluación del poder adquisitivo de la clase media y la degradación pareja de la enseñanza, lo que va contra uno de los valores esenciales de los principios burgueses: la meritocracia; empieza no habiendo igualdad de oportunidades, porque no hay oportunidades, sino paro, ni igualdad, porque las clases medias están descapitalizándose, como indica el  caso paradigmático de las cajas de ahorros, los bancos hipotecarios y la caída de calidad de la instrucción pública; no se ha garantizado que esos añorados valores volverán y se boicotea cualquier intento de oxigenar la democracia representativa mediante procedimientos saboteadores de ideologías emergentes como la Ley d'Hondt y unas leyes hechas por banqueros para banqueros, de forma que los pobres tengan más obligaciones que derechos y los ricos más derechos que obligaciones. Los bancos funcionan como el verdadero gobierno político mundial unificado del que carecemos y que hace ver su necesidad más claramente hoy que nunca, cuando las satrapías económicas usurpan la ética que debe presidir los asuntos humanos. No hay unidad de gobierno global, pero si unidad de interés económico. Es más universal y une más la economía que la política y la ética. 


Todo el globo debía ser como Suiza y hermanos paraísos fiscales o bien debíamos declarar la guerra a esos pacíficos y desprotegidos paraísos fiscales, porque protección ya se la dan los títeres gobiernos del poder económico bancario. Suiza gobierna el mundo, y no resulta extraño que tenga una constitución libertariana y suprademocrática. Pero todo eso hace reír a los banqueros, sabedores de que la ética de los valores nunca irá tan lejos como la ética del egoísmo. Aquí los parados borran del currículum los doctorados para poder obtener una plaza de camarero, mientras que los políticos fingen licenciaturas que no tienen para poder optar a una secretaría de estado. Se importan jugadores de fútbol carísimos y se exportan investigadores contra el cáncer baratísimos. Para qué indignarse; si uno se indigna no piensa con claridad, y pensar no vale (en el sentido de servir) de nada, o peor, ni siquiera vale dinero, que es lo que en este tiempo vale de algo.

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