Tomados de El Cultural de hoy:
LA TENTACIÓN DEL GEÓMETRA
JOSÉ CARLOS LLOP
Soy de letras pero amo la geometría:
el rombo de Michaelis, los hemisferios
de las nalgas y su elipsis sagrada,
la abultada perfección de la vulva
o la curva del empeine, que adoro,
como la línea que cruza el envés
de la rodilla, o la inclinada tangente
de la nuca. Amo las esferas
como albaricoques o ciruelas,
la bahía entre cuello y hombro,
los suaves arroyos del interior
de las muñecas y el esplendor
del Bósforo entre los muslos,
con Estambul al fondo y Asia,
detrás. Porque soy de letras
sé, que la oculta tentación
del geómetra es la geografía:
trazar las cartas marítimas
sobre una piel desconocida,
detenerse en la tensa
parábola del pezón,
marcar las coordenadas
y sus límites y saber del calor
tropical de sus puertos,
donde los pájaros blancos
surgen de los manglares
y alzan, cantando, el vuelo:
última magia de la simetría.
HILO DE ORO
ELOY SÁNCHEZ ROSILLO
Une entre sí la luz todas las cosas
con un hilo de oro.
Y a mí mismo me incluye;
me toma alegremente cada día
y me hilvana con ellas.
Lo puede ver cualquiera que se quede
de vez en cuando a solas
y con sosiego mire:
no es el aire, es la luz la que nos suma
a todos con el todo.
El árbol me conoce,
saben de mí la nube y la montaña,
el gorrión, septiembre.
Y yo los reconozco emocionado,
y los dice mi boca.
Formo parte del mundo y estoy vivo.
Soy uno más, por suerte,
en la gran cofradía de la luz.
[HAY UNA TRASLACIÓN DE TU LEYENDA]
ÁLVARO POMBO
Hay una traslación de tu leyenda
en calderilla de ficus y de prunus
y terrazas pequeñas
de todo el noroeste de Madrid
Hay una tradición de que venías
y parecía que no llegabas nunca
Hay toda una hermenéutica de labios
y tu pelo castaño
que no podía acariciarlo nadie
Una letrilla popular existe
que dice que tú eras inasible
[ANTES DE LLEGAR....]
JULIO MAS ALCARAZ
Antes de llegar al río debo cruzar la caverna. Concebimos esa caverna como el lugar donde las sombras producen los cuerpos. Es un espacio necesario, un paso entre dos sueños, pero no sabemos por qué. A la salida, la anciana vigila que sólo seamos mujeres quienes llegamos allí. Ella me entrega una pulsera hecha con las colas de varias serpientes de cascabel. No habla. Ella tampoco habla. Tiene miedo Ofrece el silencio como libertad, el derecho del silencio a ser escuchado. y la majestuosidad de las escaleras viejas de los puertos, la elegancia de los escalones entrando en el agua; el deseo jamás realizado de bajarlas hasta el final. Las niñas, en la ribera de aquel río, juegan con los muñecos que han construido con los huesos de otras niñas muertas. Mira a las niñas, asustada. No sabe. ¿Aquellas que ya no tenían qué comer? Sólo las mujeres podemos acceder aquí y sólo nosotras podemos tratar de observar lo que llamamos un párpado de río. En lo más profunda de la selva, ante lo que algunos llamarían un sencillo meandro, se produce un hecho extraño, una singularidad. Si la canoa navega despacio, muy despacio, es posible ver como un banco de arena se abre y alza a nuestro paso, igual que se abre un párpado, y en su interior... No puedo saber todavía qué hay en su interior. Es posible que nunca lo supiera, porque no todas pueden verlo, pero ella ha amamantado a criaturas que no eran suyas. Y cuando lo sepa no podré decirlo porque las niñas, esas niñas Aunque cualquier mujer puede venir a esta selva, atravesar la caverna, recoger la pulsera de la anciana (me gusta que me llame anciana) y adentrarse en el río. Sólo es necesario un silencio que permita escuchar el ruido de las lágrimas al salir de los ojos. El silencio realmente necesario es el de las lágrimas segregándose antes de salir de los ojos.
D I N E R O
FELIPE BENÍTEZ REYES
Tras una combinación difícil, bajo llave,
protegido por poleas de acero,
camuflado en las siglas
o en el cajón secreto del avaro,
duerme en su soledad plenipotente
de dios convencional de todo esto:
de los teatros mercantiles,
de la bolsa enigmática y cambiante
como la luna, en su condición
de testaferro manoseado del oro,
suma y resta del todo y de la nada,
multiplicador del poder y de la angustia,
irrealidad portátil en su ruta estratégica,
hundiendo, rescatando, inflacionando,
dragón herido siempre por la espada
enmohecida de la incertidumbre,
en su cueva especulativa.
Mendigo arrogante de la capa bordada,
misterio desvelado en la exactitud de los porcentajes,
por activo y por pasivo,
abstracción callejera, metal de calderilla,
prestidigitador de operaciones en el aire
a escala mundial y, sin embargo, también de casi nada:
el niño que cuenta unas monedas
ante el kiosco, midiendo su poder
de apropiación del mundo, calculando
lo que cuesta un deseo, la mercancía
del corazón, el ansia oscura.
CANCIÓN ERRÓNEA
ANTONIO GAMONEDA
No hay causa en mí. En mí no hay
más que cansancio y
un antiguo extravío: ir
de la inexistencia
a la inexistencia.
Es
un sueño.
Un sueño vacío.
Pero sucede.
Yo amo
todo cuanto he creído
viviente en mí.
Amé las manos
grandes de mi madre y
aquel metal antiguo
de sus ojos y aquel
cansancio lleno de luz
y de frío.
Desprecio
la eternidad.
He vivido
y no sé por qué.
Ahora
he de amar mi propia muerte
y no sé morir.
Qué equívoco.
FUGACIDAD
ÁLVARO GARCÍA
De nuestro abrazo aquí sobre la alfombra
de yerba del recinto sobre el mar
el tiempo no se extraña y, al pensar
totalidad, tu nombre me la nombra.
¿Por qué con nuestro abrazo en esta sombra
súbita, extrañamente familiar,
el tiempo se abre al fin de par en par?
¿Por qué estar piel con piel no nos asombra?
Amar nos reconcilia con la muerte
en esta tarde poco a poco oscura
que hace simple el milagro de tenerte.
Llega el olor del mar hasta la altura,
nos mece y nos susurra su sonido
música de no ser y haber vivido.
AFORTUNADO
JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS
Afortunado el hombre que despierta
junto a un treintañero con la barba de oro
al que admira
por la dulzura de sus dones,
y por su integridad y por el gesto
sereno con que afronta lo pequeño y lo grande.
Afortunado el hombre que llama compañero
al que comparte todo con él, en un golpe
de amor que repercute en toda su existencia.
Otros en el futuro se amarán como ellos.
Afortunado el que puede afirmar que confía.
El que habita junto a un valiente.
El que está protegido por su fuerza cercana
y recibe de pronto una mirada suya.
Aunque son vulnerables, ya son invulnerables.
Afortunado el hombre que camina junto a un joven risueño.
LA NUBE DE STEVE JOBS
ÁNGELA VALLVEY
He subido a La Nube
esa jaula de sol
con sus horas de confín que se beben
en secreto los pájaros
cuando el alba despierta.
He subido a La Nube
mis archivos de amor y de deseo,
las pavesas de la rosa temprana
pixelada en venenos de colores
que se desespera detrás de la pantalla
de tu iPad. Aquel momento
en que te quise para siempre.
Los matices -pedrería, barro y azul abismo-
del dolor de mi pecho. Un día
en carne y hueso. Facturas por cobrar
a la mañana. Mi corazón
de renta antigua que tiene la costumbre
de interrogar a la tristeza. La luz
que frente a frente te busca y te propicia.
Un trozo generoso de tu cuerpo
que nunca me abandone.
He subido a La Nube caminando
porque, a menudo, vivir es sólo eso,
guardar en un cofre de nieblas
los restos del amor para llevar a casa,
poner la fe en la lejanía,
en un rayo de sombra constelado
de hielos digitales
que encarcele, uno a uno,
a los fantasmas de tu mundoy el mío.
He subido a La Nube las sílabas
antiguas de la palabra noche,
el frío de tus lágrimas, aquel
que jamás fuiste, el pie de las encinas
en todos los ocasos.
PRIMER CURSO DE FILOSOFÍA
Juan Bonilla
que sean nuestras sábanas las túnicas
de sócrates platón y de aristóteles
sobre ellas no habrá dudas ni preguntas
tan sólo realidad sin ideales
yo sólo sé que lo sé todo si follamos
las togas de agustín de hipona pueden
servirnos como colcha
si arrecia el frío y nos carcome el miedo de que cada uno de nosotros seamos dos
y estemos por entero en cada uno de ellos
con los vidrios con los que fabricaba
spinoza sus lentes para ver
a dios en todas partes nos haremos
un espejo que copie solamente
dos cuerpos en batalla destruyéndose
con la alegría de quien sabe que es así
como nacen los universos
la peluca de kant será una esponja
con la que voy a enjabonarte
todas y cada una de tus categorías
con la navaja de okham
quiero afeitarte el coño
para después tender a la abstracción
comerte el coño
y el látigo de aquel vulgar cochero
que apalizó a un caballo hasta matarlo
e hizo llorar a nietzsche el superhombre
hazlo sonar sobre mi espalda
cuando me vengan dudas o aprensiones
necios deseos sobre lo futuro
ganas de compartir el alquiler
ir al cine contigo y esas cosas
el brazalete nazi de heidegger
nos sirva de mordaza si entra el miedo
a conquistar los seres sin ahí
en que querremos transformar el uno al otro
YA SOSEGADO, CANTA LA LECCIÓN DE LA SOMBRA
ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA
Sientes, casi abrazados
bajo el cielo de zinc,
los árboles que llaman,
los latidos del gris.
La sombra te enseñó
piedad y paz, concordes.
Entra, pues, sosegado,
en las sombras del bosque.
PESADILLAS
PABLO GARCÍA CASADO
A Sergio Gaspar
Tengo una pesadilla que se repite. No todos los días, pero sí a menudo. Veo a mis hijos descalzos en una ciudad futura, de seres crueles y biónicos, y charcos de sangre y cristales rotos que ellos pisan con sus pies blancos y delicados. Miro sus ojos tristes y su gesto mudo bajo el cielo naranja. Y yo estoy fuera, en otra pantalla, haciendo aspavientos desde el mundo de los vivos. Este sueño se repite a menudo, no todos los días, pero sí a menudo. Y entonces despierto, y enciendo la luz, y respiro. Porque ellos están aquí, en sus camas, durmiendo, seguros de estar protegidos por algo más grande y poderoso. Dicen que todos los padres tienen sueños como este. Es el precio de plantar la semilla, algo que es tuyo pero no te pertenece. Eso dice mi madre. Sueños extraños que día a día se vuelven reales y precisos. Porque el mundo avanza hacia un futuro pavoroso en el que ves salir a tus hijos descalzos por calles de sangre y cristales rotos y seres crueles y biónicos. Y no puedes hacer nada porque estás atrapado en otra dimensión.
CALIPSO
CARLOS PARDO
En verano volví a leer poesía
y una tormenta sacudió la casa
con rítmicas correspondencias.
Las higueras anfibias.
El jazmín sarmentoso.
La culebra mojada junto al haz
de paja. Anónimas avispas
clavadas en el tronco
del manzano
como nieve salvaje.
La poesía me dio un yo
y dos planchas azules
reconocibles como cielo y mar.
Entre ambas, el tachón
de la lluvia. Y arriba,
un sobrenatural gris Waterloo.
Tenía un perceptible fondo
por el que deslizar
el sobrepeso de la perspectiva.
Con la puesta de sol viene el banquete.
La casa en la colina
colonialmente absorbe la humedad de las huertas.
Un octeto de ovejas
toca calipso.
MONÓSTICOS (8, 11)
JORDI DOCE
Comenta que está bien, que ya pasó.
Tiene la espalda señorial, casi olímpica.
Luego la voz le cambia, de pronto, y todo es antes.
Viene de un duelo colectivo, de un aquelarre blanco.
No es posible dejar de ser lo que uno fue.
O también: esa puerta que se abrió sigue abierta.
Así empiezan los cuentos: un niño se pierde en el bosque.
Si algún pájaro habló con él, no lo sabemos.
*
Sabía ver el mundo como si no estuviera en él.
Olvido, indiferencia, estas eran sus señas.
También piedad, a veces, una extraña ternura.
El piloto parpadeaba a ratos, con desgana.
No era cosa que debiera inquietarle.
Según el plan en curso, sobraban las urgencias.
Sin embargo, sentía un eco de los antiguos vínculos.
Algo se removía a tientas allá dentro.
Corrigió una palabra de su informe y se puso a esperar.
Siguió esperando mientras la Tierra giraba.
Si las piezas debían encajar, él no veía cómo.
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