Hay quien dice que el deporte, esa supervivencia decimonónica del darwinismo, sublima la guerra, esto es, mejora la más antigua de las relaciones internacionales, forma extrema de maléfica anomia y disensión, y crea cohesión social. Adecenta un salvajismo, pero a mí no me parece sino un rito semejante al de los ciervos que se parten los cuernos sólo para dirimir quién es el macho alfa. Una forma de definir al hombre como una especie jerárquica que habita en rebaños o equipos llamados ciudades. Y, ¿por encima del deporte, de sus cuerpos danone y almas light, qué hay, que habrá? ¿La máquina, el cyborg, la eugenesia, el rediseño genético, la supervivencia del más vendedor de camisetas, el transhumanismo, las drogas, los Juegos reunidos Geyper? No es extraño que Heráclito el Oscuro dijera que la guerra es padre de todo, porque ese Todo no tiene madre y es hijoputa; dramático y dialéctico que era, el muy efesio; veía que de la paz no salía nada de nada, que es fin y no principio. Que la paz es impotencia estéril. "Nada nace de la nada, nada vuelve a la nada", Lucrecio dixit, reformulando a algunos presocráticos. Más que la guerra, Heráclito podría haber sido Goethe y haber dicho "la acción".
Pero el deporte tal como lo consideran las sociedades en la actualidad me parece algo tan dañoso como el patriotismo, el nacionalismo y todas esas mascarillas de identidad que intentan vendernos a los que solamente somos hombres vulgares y corrientes que nacemos iguales y en pelotas antes de heredar tanta mentirijilla cultural y aldeana y tanta pintura y ropa puesta. ¿Qué reporta, aporta o comporta el que deporta? ¿Y qué importa? Hacen del deporte un negocio, una vida entera, una profesión para inútiles, un sacerdocio, un destino estéril que no hace al hombre, por más que digan, más hombre de lo que es, sino sólo un espectáculo. Se pretende que da al cuerpo salud, pero muchos deportistas terminan enfermos por abusar de su cuerpo o llegan a abusar de las drogas con ese pretexto; nunca se alcanza el famoso estado de forma perfecto, así que en realidad constituye una de las formas más famosas de perder el tiempo y perder el alma a cambio de ganar cuerpo y, para algunos, constituye una adicción o una forma de evitar usar la cabeza o pensar sobre el entorno cercano o lejano de gente que no quiere vencer a otra cosa que a sus problemas, nada deportivos, en general; el deporte exime de leer, de fundar familias o empresas o de investigar; a veces es incluso un mero esnobismo de camiseta, zapatilla y pin, como las dietas milagro, un pretexto para hacer negocio en el tercer mundo. Los y las habitantes de los gimnasios no suelen ser personitas agradables ni de clase baja. Una vida consagrada solamente al deporte parece una vida malgastada y plana. En uno de los Diálogos de los muertos de Luciano de Samosata, Hermes va apartando de la barca de Caronte a los muertos demasiado pesados que pueden hacer zozobrar el misérrimo navío; los ricos porque vienen cargados de oro, propiedades y hasta la gigantesca tumba que les construyen; los tiranos de soberbia y de crímenes; los soldados de armas y jactancia, los filósofos de barbas, mentiras y pensamientos intrincados y ridículos... y los deportistas, que aparentan estar en cueros, también están cargados de trofeos, de músculos y carnes, de drogas, de aclamaciones y de vanidad. Solamente los cínicos pueden pasar, porque traen buen humor y ligereza, todas ellas cosas poco pesadas y útiles para el viaje. ¿Y para qué es útil el deporte? Por ejemplo, el fútbol, uno que consiste fundamentalmente en dar patadas para elucidar algo tan imbécil que igual podría decirlo una bola de cuero como otra de cristal. El deporte es sólo un aspecto más del gran Nihilismo de estos tiempos: una forma de alienar o cosificar al ser humano, de reificarlo, de darle un sentido falso a una vida que se contempla como falta de sentido. Y el deporte no es una respuesta válida, o tanto como esa olimpiada de la idiotez, congreso anual de bobos provinciales del 31 de junio, llamada Pandorga.
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