Viene, va y se está poniendo tan fácil y sinónimo hablar de corrupción y cagarse en todo que a quien presume de serio le tienta quedarse mudo o sembrar patatas en ella, alabando las múltiples caras que forman y la fertilidad del suelo español. Hércules, un griego por cierto, limpió los establos de Augías; con la corrupción española no habría podido.
Corrupción es vocablo que proviene de la Medicina; designa el estado final de una gangrena. Su significado político empezó a perfilarse a principios del XIX, cuando varios ministros de Hacienda negociaron empréstitos cada vez más ruinosos para el país. Con eso, y con la ayuda del estúpido Fernando VII y sus mal avenidos herederos, se creó una deuda crónica y un ejército chusquero que lastraron al estado español hasta hoy. El progresista Mendizábal terminó de joderlo todo echando a perder la única esperanza de una futura y gruesa clase media española por un plato de lentejas. Esa fue la causa última y lejana en el tiempo de nuestra guerra incivil entre uniformados (sotanas, ejército, paramilitares) y descamisados varios. Pobres de nosotros, terceros en discordia, a los que no guardó ni Dios su helado corazón.
Recuerdo que en Malagón lincharon al ministro de economía ilustrado Miguel Cayetano Soler por haber subido el precio del vino con un impuesto. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Y sin sindicatos! Ahora, como mucho, perderíamos el culo por cualquier prebenda o enchufe. Desde Mendizábal que estamos padeciendo a toda esta chusma/superestructura de miserables.
Por supuesto que vinieron otros santos hombres con otras bonitas palabras, tan hermosas como las de Mendizábal, buscando el antónimo sagrado de la corrupción: la regeneración. Otro vocablo médico, toma ya. Pero algo era: un intento de cambiar las cosas. En Ciudad Real lo intentó, cuando la regencia de Espartero (1841-1843) un carbonario amigo de Félix Mejía, catalán por más señas, nombrado para el puesto de Jefe Político expresamente para armarla, Tomás Bruguera; cuando estaba a punto de lograr algo, tras casi dos años de tejemanejes, Narváez lo envió a escardar cebollinos. El nombre de Tomás Bruguera no les sonará: es lógico. La actitud de los manchegos ante el progreso se resume en un endecasílabo: "Si es de aquí, no va a ninguna parte". Tomás Bruguera no era de aquí y lo echaron. Aunque lo deploraran algunos manchegos en los periódicos de la época, que no pararon de lamentarlo.
De nuevo volvió un intento de regeneración por parte de "regeneracionistas" e "institucionistas", encabezados los primeros por el voluntarioso Joaquín Costa, quien anduvo, es cierto, por La Solana, dejando algún que otro artículo como "Los desposorios en La Mancha" en la Revista General de Legislación y Jurisprudencia, XC, 1897, pp. 177 y ss., antes de salir corriendo en su silla de ruedas (no es recochineo: por entonces una parálisis progresiva como la de Hawking había empezado a comerle el cuerpo, que no la moral). Don Joaquín es que sentía una gran curiosidad por el derecho consuetudinario no escrito castellano, plasmado en anticuadas ceremonias, refranes y literatura oral; es una pena que sus libros anden tan caros; lo único que hizo fue hablar con unos cuantos curas y agricultores y con el médico local; no consta que se acercara lo más mínimo a Rivas Moreno, quien lo hubiera podido ilustrar debidamente.
Porque en La Mancha solo tuvimos a un regeneracionista de talla, el miguelturreño Francisco Rivas Moreno, a quien no le hicimos ni puto caso en su idea de fundar una Caja de ahorros agrícolas; así nos fue. ¿Qué hubiera dicho si levantara la cabeza y hubiera visto lo que han hecho con las cajas de ahorros gente que se proclama su heredera? Se habría vuelto a morir. Algo quedó, sin embargo, de su infatigable labor: la idea del cooperativismo agrícola, que dio bastante fruto. En cuanto a los institucionistas, tuvimos de los mejores: un león como el Secretario de la Junta para la Ampliación de Estudios, José Castillejo, (las memorias de Irene Claremont, su mujer inglesa, Respaldada por el viento, es de lo mejor que puede leerse) o Lorenzo Luzuriaga; ahora nuestro generoso Isidro Sánchez, que se acaba de jubilar, ha coordinado un buen libro colectivo sobre la labor del primero; cómprenlo, y verán de qué les hablo: el borrador de una España que no fue, echada abajo por la España de siempre. He escrito algunas de las biografías de ese volumen y algo tengo aún que añadir sobre el tema (en cuanto a discípulos manchegos directos de Sanz del Río), pero habrá que esperar: tengo que ganarme las habichuelas y lo único que me da tiempo a hacer es acumular notas y más notas.
En fin, que la Regeneración no regeneró nada y todo se pudrió incluso más tras la Guerra Civil. Y, ahora, una preguntita. ¿Cómo nos va a ir si ni siquiera se habla en los periódicos de Regeneración? El nihilismo de nuestra época hasta nos ha negado el consuelo de esperanza.
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ResponderEliminarEn un tiempo me acostumbré a glosar las entradas del Endriago, nada más agradable ante la necesidad de expresarse. Luego, paternidad incluida, el letargo amenazó ruina intelectual y deseos de silencio; el eterno retorno pedía espera,empezar de cero, escarbar en la espesa niebla a condición de sentirse invisible y a salvo de las entradas del Endriago.
Luego llega La corrupción y la regeneración donde aguarda el deseo de hablar y dejar de estar sentado en la silla de mis mayores. Letanía de silencio.