lunes, 28 de enero de 2013

La enseñanza no cambia.


Así describe Tomás de Iriarte en su Epístola primera (11 de noviembre de 1774) la enseñanza española por entonces:


¡Oh mi Dalmiro! El lamentable estado
de la sabiduría en esta corte, 
dos siglos ha maestra de las ciencias
y en el nuestro aprendiz de las del Norte, 
la causa de este mal, sus consecuencias 
a referirte voy. Permite, amigo, 
que desahogue mi pesar contigo: 
la mala educación echó raíces; 
los niños, que de escuela carecieron 
en sus primeros años infelices, 
ya son hombres idiotas que subieron 
a ocupar los empleos de importancia, 
en que es leve defecto la ignorancia. 
¿Quién te ha dicho que, aquí, desacredita 
a un racional el ver que no ejercita 
la parte intelectual de su individuo? 
Comen, duermen, se adornan, se pasean 
y del día el residuo 
en total ocio u en el juego emplean. 
Gastan dinero, tren, tiempo en visitas, 
las paciencias de todos (que aun no bastan) 
y solo sus potencias jamás gastan, 
que al morir se las dejan nuevecitas. 

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