Si, tras una cerveza con sales de cobalto o un vinillo azufrado uno tomara las fecales meriendas de Ikea, las equinas hamburguesas de vaca loca que a menudo sirven en bares de tanatorio (de un negocio, otro), o almorzara no loca, sino estresada gallina de huevos no homologados que, floja de anticuerpos por abuso antibiótico, derrenga nuestro sistema inmunitario; si incluso, mientras esperara el condumio, tapeara con mejillones al hidrocarburo en salsa de mercurio con brotes de soja alemana o tropezones de clembuterol para criar tetas de foca y atrofiarse las gónadas, refrescado con alguna copita con los nueve aditivos antioxidantes, estabilizantes, saborizantes, espesantes, emulgentes, acidulantes, conservantes, edulcorantes y colorantes del Salobreña, jugando número de ruleta para cáncer de vejiga, o le obsequiaran con una rica ensalada de plúmbea lechuga saturniana, tomates de Monsanto, aceitunas organofosforadas y rábanos transgénicos, transexuados y hasta travestidos, todo bien regado con aceite de colza/semillas a la anilina y vinagre de dietilengicol, que esa col no es de hoja; con salmón al metal pesado y mahonesa disentérica, acompañados de panecillos al tricloruro de nitrógeno, sin hacer gárgaras con agua bendecida por cagarruta radioactiva que, como inopinada señal en el cielo que dicen es Ajenjo (Chernobyl en ruso), ha caído lagrimeando desde los venturosos climatizadores afectados por la enfermedad del legionario sobre los bien dispuestos platones de sopa meada con mortal glutamato, si uno tomara, digo, con plena conciencia de consumidor, todo este derelicto emponzoñado por las ganas de no hacerse rico trabajando, no sentiría ganas de vomitar, sino de hacerse vegano o, cuando menos, deconstruirse con un pistoletazo en la boca en el infiernillo de El Bulli.
Cada día nos tragamos una dosis de cochinilla o de la numerosa familia de los Mato, como son los carbamatos, ciclamatos, estearatos, monolauratos, tartratos, fosfatos, benzoatos y malatos, ay los malatos, que ya es gracia que no haya ningún aditivo que se llame quetemato o quememato; con una dosis de metabisulfitos y dulzuras como la neohesperidina dihidrochalcona, el neotamo o el manitol; con algenatos del todo emolientes, monopalmitatos de sorbitano polioxietinelado o la mismísima dosis de DDT que ya tenemos pegada al código genético aumentando la cantidad de mutaciones teratogénicas, infertilidades, neuropatías, alergias y abortos. Como para irse a una ermita del desierto de Bolarque a comer raíces y beber agua como un padre del yermo o de la Tebaida.
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