miércoles, 3 de abril de 2013

Química del mal


Rosalía Sánchez, "Los malos molan más", El Mundo, 3-IV-2013: 

¿Por qué preferimos al viril Darth Vader antes que al ñoño de Luke?
Boris Bandelow dice que es cuestión de química. Si en su biblioteca hay más biografías de Atila, Calígula y Hitler que de Gandhi o Teresa de Calcuta; si va al cine para ver a Hannibal Lecter y a Darth Vader, en lugar de suspirar por Jodie Foster y Luke Skywalker; si luce complementos góticos y detesta el 'hippie chic', quizá debería hablar con Boris Bandelow. Este profesor de la Universidad de Turingia (Alemania) comenzó estudiando los orígenes del miedo y descubrió una fascinación por el mal que anida en el cerebro humano.

"El origen del miedo es el mismo que el origen del mal. Ambos producen en nuestro cerebro descargas químicas que tienen los efectos de una droga. Sentir miedo, en la misma medida que experimentar o ejecutar el mal, crea una especie de adicción que en sus niveles más bajos toma la forma de fascinación por lo malvado", explica Bandelow, durante un acto de presentación de su libro '¿Quién teme al hombre malvado?'.

Uno de los más asombrosos efectos del mal sobre sus víctimas, según este psiquiatra alemán, es la seducción que ejercen sobre ellas, y que estaría detrás de síndromes psicológicos tan conocidos y documentados como el síndrome de Estocolmo o el síndrome de 'borderline', transtorno límite de la personalidad, que lleva a los enfermos a buscar sensaciones fuertes que muchas veces los ponen al borde de la muerte.

El sistema que lleva a una víctima a sentir fascinación por su verdugo está situado en una pequeña área del cerebro responsable de las emociones agradables. "Imagínese a un hombrecito que inyecta con una pequeña jeringuilla una hormona llamada dopamina, que protege al individuo del sufrimiento generando sensaciones de felicidad cuando alcanza las células que busca y que el afectado asocia con los hechos que se están produciendo", describe. Ese sistema está conectado a otro en el que participan las endorfinas, sustancias similares a la morfina pero creadas en el cerebro y que transmiten todas las sensaciones agradables de la vida.

"El resultado es sencillamente una atracción casi gravitacional que el mal, en la medida en que produce sufrimiento, ejerce sobre todo lo que tiene alrededor, incluidas las víctimas, aunque el efecto es mucho mayor sobre la persona que lo ejerce, que goza de una descarga de satisfacción momentánea muy poderosa y adictiva", dice. "No estamos hablando de compensaciones pseudoafectivas o sexuales, sino de un placer de origen químico y carácter adictivo que produce el hecho de causar sufrimiento a otros o de destruir y matar que nos obliga a replantearnos las sociopatías y las psicopatías", sugiere.

En su análisis, Bandelow parte del estudio pormenorizado de una serie de casos criminales célebres que van desde la historia del asesino pedófilo belga, Max Dutroux, hasta la del asesino ultraderechista noruego Andreas Breiwick. Uno de los que mejor documenta su tesis es el del del asesino de prostitutas austríaco Jack Unterweger, que se convirtió en autor de 'bestsellers' desde la cárcel, antes de ser liberado para volver a delinquir. En sus libros, a modo de diván, Breiwick relata emociones y sensaciones durante sus crímenes y durante su periodo de abstinencia en prisión que ayudan a determinar síntomas y a clarificar su percepción de necesidad del mal. "Sus escritos son un mapa ilustrativo de la explicación bioquímica del mal, de los resortes que llevan a ciertos casos de sadismo", concluye el psiquiatra. "Así es como llegamos a la conclusión de que muchos trastornos de la personalidad, entre ellos al menos varios de los que llevan a un comportamiento psicópata, pueden explicarse a partir de una descompensación del sistema de retribuciones del cerebro".

Bandelow propone el tratamiento químico para compensar ese desequilibrio, pero no descarta el poder de la voluntad en el proceso de posible curación de un psicópata, que se asemejaría a un proceso de desintoxicación. Además reconoce que hacer y recibir el bien son acciones que generan también sustancias químicas que producen bienestar, por lo que contamos con medios naturales para contrarrestar químicamente el mal en nuestro cerebro. Todo un alivio

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