Siendo como soy veterano lector de anticipación o ficción científica (lo que los anglófilos denominan ciencia-ficción o sci-fy), debería tratar algo sobre quienes la escriben. Podría empezar por una de las grandes figuras del género en España, el físico ciudarrealeño Carlos Saiz Cidoncha, a quien conozco en persona, pero lo dejaré para otra vez. Los creadores de historias raras suelen ser raros ellos mismos, y si no lo son, terminan siéndolo; porque la ficción se nutre de realidad (incluso, a veces, de forma literal: se la traga). Es lo que voy a probar. Podríamos empezar por poca cosa, Lester del Rey, por ejemplo; poca cosa porque era canijo y bajito: eso lo acomplejó y no paró de inventarse infundios magnificentes sobre sus antepasados, como que huyeron a América tras colgar a tres inquisidores españoles, cuando en realidad su nombre era pobrecillo y anglosajón: Leonard Knapp. Tenía mucho carácter, tanto que, más que sentirse marginado, marginaba él a la crítica literaria, a la que no dejaba entrar en su ghetto, y no dejaba de forjar boutades contra ella; consiguió equilibrarse con su cuarta mujer (se murió antes de conocer a la quinta), freak como él y hasta un poco más (o menos), porque padecía enanismo: la también editora y escritora Judy Lynn del Rey. El siguiente es un genio, Philip K. Dick, un Jim Morrison muerto de hambre y con problemas para pagar el alquiler, único ante el que se quitaban el sombrero eminencias como Stanislaw Lem o Robert Heinlein. La mente de Dick, como la de Olaf Stapledon o la de Swedenborg, ambos escritores muy venerados por Borges, es la de un visionario o un profeta antiguo; estaba fuera de este mundo, literalmente. Para él la realidad era un desierto romano de dolor, cristianismo, apocalipsis y paranoia tecnológica; se liberaba de ese agobio escribiendo sus profecías, algunas de las cuales se cumplían, curiosamente. No es fácil imaginar lo que el ácido lisérgico podría hacer con una imaginación como la suya, pero lo hizo y el resultado es que disfrutamos hoy: así como Poe, también de mente calenturienta y adicto no al LSD sino a la fée verte, más conocida como absenta o ajenjo (una bebida alucinógena a causa de su contenido abundante en artemisia y tuyona), dio argumentos, temas, especulación y géneros a la literatura para más de cien años. Ahora mismo hay escritores y directores de cine viviendo de él, como los había a finales del siglo XIX viviendo de las contribuciones literarias de Poe. ¿Qué sería del cine de ciencia ficción sin sus metadiscursos paralelos, sus ovejas eléctricas, sus replicantes y sus identidades fracturadas o disueltas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario