domingo, 7 de julio de 2013
El resplandor, de Kubrick
El resplandor de Kubrick es una película que gusta mucho, en general, y con motivo. Está llena de alusiones más o menos ponzoñosas. El siseante camino hacia el hotel a través de los bosques en medio de las variantes del último movimiento de la Sinfonía fantástica de Berlioz, adaptado al sintetizador moog por Wendy / Walter Carlos y que retrae a su vez los compases el famoso himno litúrgico del Dies irae, recuerda visualmente los boscosos paisajes infinitos y las composiciones solitarias en escorzo de Caspar David Fiedrich. La pelota hacia el niño, por ejemplo, es un tópico de la cinematografía de terror, una cita de Al final de la escalera, una cumbre del género; pero a mí lo que más me impresiona son esos suelos que imitan las llamas del infierno con el color y el hexágono y sugieren el símbolo del laberinto. La gente no sabe por qué se inquieta, pero los habituados a trabajar con metáforas reconocemos cuando nos están toqueteando... el subsconciente. Los símbolos dobles, los escorzos simétricos, bastante frecuentes en la película, tienen que ver con la retórica del refuerzo en la fotografía publicitaria, pero también con la famosa instantánea de Diane Arbus. Por debajo hay mucho de los dos James, M. J. James y William, pero también del propio King, por entonces rodeado por la nieve de la coca y el alcohol del bar. En la novela hay otros símbolos que no desarrolla Kubrick, la otra K., que son la caldera y el avispero; optó por concentrar las cosas. Por supuesto, la ducha, que es la escena que menos me gusta y más tópica, y la más inquietante, a mi juicio, la entrevista entre el hijo y el padre en el dormitorio, con el juego de espejos y simetrías y el famoso tercer movimiento de la Música para cuerdas, percusión y celesta de Bela Bartok, que tanto hizo para extraviar la música contemporánea de algunos sin el genio de BB.
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