Un extraño fuego se ha llevado nuestras zonas verdes y la zona azul el suelo de nuestro carro y los bancos nuestra casa y el gobierno, su aliado, nuestros dineros y las quinielas nuestras ilusiones. A algunos, incluso, les han quitado trabajo, esposa e hijos. Todo es polvo y humo, que decía Máximo, el gladiador, a quien le daban casa gratis por no morir. Uno, que solo es un gusano sin espada, debiera necesitar tan solo un agujero o a lo más una cueva de homo ataporcino, pero, quia, necesitaba lugar para todos esos libros que no sirven para nada y para meter a una esposa, a unos hijos, a una suegra, a diez pájaros y a dos perros. Y a sufrir, que es pagar en sinónimo.
Un calvinista no desperdicia en lotería, porque su ética le obliga a vivir solo del sudor de su frente; a los católicos nos parece ridículo, pero, de verdad, ellos creen que es posible hacerse ricos trabajando. Su posición en la sociedad no se la da el azar, sino la predestinación, que es obra/consecuencia de la cantidad de fe/orgullo que ponen en su trabajo. Es la ética protestante del capitalismo, de un individualismo feroz. Los pigs, esto es, los guarros de Portugal, Italia, Grecia y Spaña pretenecemos a la piara de Epicuro y Merkel no puede arrojar sus perlas a los cerdos, que cuestan dinero. Somos de otra manera, católicos, viciosos (ahí está el Papa para perdonar lo imperdonable, frente al simperdonismo de Calvino). Nuestros mares son cálidos, no fríos como los del norte, y nos hemos hecho una cosmovisión epicúrea y en cueros del mundo, muy mediterránea y pagana, no tan abrigada y egoísta como la de los de arriba: que trabajen ellos, nosotros lo que queremos es disfrutar.
Por esto son ellos más religiosos que nosotros, aunque parece lo contrario. Los protestantes solo creen en Paraíso e Infierno, pero no en Purgatorio. El Purgatorio para ellos es el mundo mediterráneo, entre la riqueza y la pobreza, entre América y Asia, muy angloeslavos que somos. O nordafricanos. No tenemos fe ni orgullo y ni creemos en que existan los fines: solo hay medios. Por eso trabajamos tanto: para no trabajar. Entre el whisky y el vodka, nos quedamos con el vino, que nos permite trasnochar y emborracharnos más lentamente, sin perder del todo el juicio; la vid solo crece por aquí y los borrachos mediterráneos no terminan en una zanja inundada ni amanecen en un seto; necesitan largar grandes discursos a la estrella del alba y los recogen cuando se caen al suelo. De Calvino solo tomamos el vino, la cal que se la den a ellos.
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