Uno de los métodos que contribuyen a dar cierta esperanza sobre la discutible bondad del ser humano es la invención de la desobediencia civil o resistencia pasiva. Se inspira en el derecho humano fundamental de resistencia a la opresión, pero lo limpia de las sedicencias terroristas y violentas que lo volvieron tan alarmante.
La artimaña del terrorismo blanco la ingenió el filósofo anarquista y pacifista norteamericano Henry David Thoreau, padre también del ecologismo, y fue desarrollada por León Tolstoy en su ¿Qué hacer? y llevada a la práctica por sus discípulos Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela. La desobediencia civil ha existido siempre y se inspira en episodios poco frecuentes, pero conmovedores, de la historia. Pero también se inspira en un cierto concepto de ser humano que no se encuentra demasiado difundido, pero cuya existencia ha sido demostrada muy atrás en el tiempo, incluso antes de la Era del Nihilismo (podemos llamar así a los dos primeros tercios del siglo XX), consecuencia del fracaso de la ilustración emancipadora que propuso Kant.
Digamos, provisoriamente, que el ser humano fuera un ente solidario implume de uñas planas y piel variable, por lo general provisto de dos brazos y dos piernas, aunque no siempre. La definición flaquea sobre todo en lo de solidario, pero es que uno quisiera soñarlo así al ver que, a veces, la gente se comporta así. En este momento recuerdo el ejemplo de Villarrubia de los Ojos a comienzos del siglo XVII. Resulta que en esta población entonces en esta población la mitad eran moriscos. Y desde 1609, a iniciativa del beato Felipe III, los intentaron expulsar hasta tres veces del reino. La primera fue a Francia, y volvieron andando, que es mucho andar. La segunda prefirieron poner mar por medio y los dejaron en Marruecos, pero volvieron en barco. Por último, el cabreado noble a quien cupo la tarea las primeras dos veces, acometió personalmente la tarea, pero fracasó también. Porque los moriscos volvían siempre a sus tierras confiscadas y las recuperaran con el apoyo y protección de todo el lugar. Como no existía la sociología, el noble ignoraba que si una minoría es la mitad de la población, es una mayoría, tanto y más si estaba estrechamente ligada con lazos de parentesco a los cristianos y detentaba cargos influyentes en el municipio, que es el caso. Como es lógico, las mujeres y los maridos moriscos casados con cristianos lograban de sus parejas la protección oportuna para sus familiares, financiaban su vuelta y los protegían. Es el ejemplo de desobediencia civil o resistencia pasiva más antiguo que recuerdo en La Mancha, y logró un éxito completo: tras el fracaso de la tercera intentona, se los dejó en paz. Hoy los moriscos de Villarrubia de los Ojos son tan cristianos y ciudadanos como el que más. Han sido asimilados. Y, en memoria de tal gesta, hay una calle dedicada en Villarrubia al erudito que desenterró esta especie de Fuenteovejuna manchega, Trevor J. Dadson, el famoso hispanista editor de la poesía de Gabriel Bocángel y del Conde de Salinas, el último quien glosó aquel famoso y fatalista mote de "yo he hecho lo que podido / Fortuna, lo que ha querido".
En La Mancha estos ejemplos de desobediencia civil no cunden mucho. Se prefieren las iniciativas individuales, las quijotadas de las que siempre se ríen los manchegos. El prototipo de manchego es ese, el que se cachondea del idealismo y de la honestidad de los demás, de los Quijotes y de los Sancho Panzas. Porque el manchego típico no es ninguno de esos y no tiene un monumento en ninguna plaza de ningún pueblo ni ningún museo. El manchego típico es el que hoy llamaríamos gilipollas Sansón Carrasco. La Mancha está llena de sansocarrascos.
Don Quijote y su creador eran unos liberales; estaban obstinados en liberar galeotes malandrines. Cuando Cervantes se escapaba siempre era denunciado por un gilipollas aprovechado o renegado, un chaquetero, diríamos, así hasta cuatro veces. Y "aprendió a tener paciencia en la adversidad". Paciencia ante los gilipollas. Cervantes, que tantos amigos tenía, no era manco, tenía anquilosada la mano por herida de guerra, llevaba unos anteojos rotos (era muy caro comprar otros nuevos) y padecía una cierta tartamudez nerviosa. Pero lo que cuenta de él es que era un liberal, el primero de nuestras letras, un defensor acérrimo del individuo, pero del individuo de bien, con la patria más encogida y chica del mundo, tanto, que ni siquiera se le acordaba el nombre. Era un liberal que repartía la riqueza que conseguía entre sus regocijados amigos. Por el contrario los galeotes, igual de individualistas, eran unos liberales de lo ajeno, falsos liberales, en realidad políticos en el fondo y en la forma, tan pillos como los que llenaban el tribunal baratariesco del honesto Sancho Panza. Porque Sancho Panza era honesto, algo que se suele olvidar, algo que con la amistad compartía con su señor, del que tantas otras cosas superficiales le separaban. El liberal reparte su riqueza en el pueblo que le ha ayudado a conseguirlos, al contrario que el oligarca, el cacique, el injusto, en suma.
En el barrio Gamonal de Burgos alguien quiere excretar una cementada y que encima le paguen por ello. Es un exconvicto y constructor, Méndez Pozo, defensor de sus intereses a través del Diario de Burgos, Las Tribunas de las provincias manchegas y qué sé yo qué más prensa petarda. Contra él y su cacique y secuaz, un alcalde elegido por normas alérgicas a las listas abiertas y a partidos "cuyo funcionamiento deberá ser democrático" (Constitución dixit; ¡hay que ver cuánta corrupción cabe y ha cabido en ese deberá ser!) se ha levantado un barrio entero. Se quejan de que se gaste un dineral muy superior a la guardería que les han negado porque no había dinero, como les han negado también otros servicios, incluso los de mear, y tan elementales como el alumbrado público suficiente y paradas de autobús. Es así el desdén del Ayuntamiento (con perdón por la obscenidad), que es mucho desdén y ha convertido al barrio en un arrabal, si no en un Rabal a secas, como el de Barcelona.
En La Mancha nos preciamos de tener a buenos defensores del bien común. El más grande, sin duda alguna, fue Félix Mejía, en el siglo XIX. Vaya si puso en problemas al poder, que ni es público ni nunca lo ha sido en un país donde nunca llegó a existir un partido de izquierda, y cuando lo hubo, el demócrata, fue sistemáticamente ignorado por la componenda canovosagastina promonárquica, alternancia que hemos soportado estos últimos cuarenta años de desdemocracia y neofranquismo bajo las órdenes de todos esos hijos de Franco, legítimos peperos o ilegítimos pesotas, pero nunca favorables al pueblo demócrata y honrado. Y a Félix Mejía, luchador por la democracia, la representatividad y la libertad, quien dijo que no hay libertad, igualdad ni fraternidad sin justicia, que hablaba del hambre en el pueblo y fue quien primero pronunció la palabra democracia con el sentido que tiene hoy actualmente, nadie lo recuerda, ni siquiera el nombre de una calle en Ciudad Real. Es preferible que los constructores las bauticen con nombres de ciudades y países y demás señales de geografía. Que no se lea, que no se lea nada, ni siquiera de historia de la libertad, ni en el nombre de una calle. El ninguneo, el oscurantismo, la estulticia falsa e interesada, el "no lo veo claro", el olvido, la marginación en suma: armas habituales de los reaccionarios de siempre para hacer lo que siempre hacen: nada. ¿Seguiremos así?
Hoy parece que una mitad de España es como esa mitad del pueblo de Villarrubia. Ya no se cree nada salvo que la quieren joder; y lo único que puede hacer es resistir pasivamente y engañar a los que engañan. Ya no va a permitir más jodienda. Hay iniciativas e ideas que están cundiendo en progresión geométrica. El sabio desánimo me indica sin embargo que lo que se hará es parchear la Constitución; eso es lo que hay que evitar: es precisa una
Constitución nueva para una nueva tercera España, que es la gran mayoría del pueblo honesto, sufrido y trabajador. Ese pueblo al que solo le dejan leer y oír lo que conviene a las otras dos Españas.
Este jueves, a las siete y media, daré una conferencia en el Convento de La Merced, antiguo Instituto Femenino, sobre Félix Mejía a las siete y media. Estáis invitados.
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