Dice Felipe VI, el Súbito, que se siente orgulloso.
¿De qué?
Creo que ha dicho, porque no logro sentir el más mínimo interés por lo que dice, que de España.
Supongo que está orgulloso de que en España haya 10.000 aforados mientras que en los países más adelantados (o eso dicen), como EE. UU., Alemania y Reino Unido, no hay ninguno y en todos los demás no pasen de 12.
Supongo que envanece de seis millones de parados, algo también propio de España y tan intrínseco como la mediocridad de una clase media sin ideas ni ganas de sacarlas adelante para crear trabajo.
Supongo que se precia de una Constitución que no reconoce sino como burla la iniciativa legislativa popular, impide al defensor del pueblo realizar investigaciones y distribuye injustamente el voto promoviendo además listas cerradas.
Supongo que se ufana de que el único proceso legal que en España vaya rápido sea el de su proclamación, mientras que todos los referidos a la corrupción y a los derechos humanos terminan caducados y prescritos.
Supongo que alardea de cómo ha degenerado la enseñanza, la ciencia, la cultura, la economía, el arte, la televisión, la moral, las costumbres, la salud física y mental y hasta el crecimiento demográfico de España.
Supongo que presume de los establos de Augías de la corrupción y de que en España la ley no se use en los servicios para leer.
Supongo que chulea con esa plaza vacía de Ciudad Real donde, eso sí, había banderas para celebrar su proclamación, y se siente orgulloso de haber sido legislado rey rodeado de soldados armados hasta los dientes y muchas banderas y gente vestida por lujosos traperos.
Supongo que se engríe de que lo haya legislado rey la inercia y no la democracia.
Y supongo que hasta se gloria de la derrota de España en el mundial.
Muchos, la verdad, no nos sentimos orgullosos.
Porque, teniendo tantas otras cosas como otros países ansían, nos falta y falla algo elemental.
La Justicia.
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