En esta época nihilista, donde se ha dudado de la existencia de tantas cosas, desde los genocidios judío y armenio a la del mismísimo Jesucristo, y donde incluso es posible poner en duda la corrupción de los políticos (así lo hacen los telediarios oficiales sin parar), donde se puede dudar hasta de la muerte de Elvis o de Michael Jackson, ese hombre ni negro ni blanco, ni vivo ni muerto, ni hombre ni mujer, ni niño ni adulto, ni inocente ni culpable, me parece insólito que no se haya sospechado ni un momento sobre la más que probable inexistencia de Francisco Franco. En el XIX, incluso un honorable arzobispo luterano de Dublin, Richard Whately, además autor de un severo tratado de lógica, se empeñó en negar la existencia de Napoleón y reducirla a un bulo creado por las gacetas. Sin embargo, de Franco se ha sospechado incluso que tenía un doble y no resulta raro habida cuenta de que toda la nomenclatura del régimen y sus mismos parientes o emparentados, empezando por el marqués de Villaverde, dependían de él y estaban interesados en que durara sin gastarse más de lo legítimo, por la gracia de Dios o sin ella, dejando su efigie en los sellos y en las monedas para garantizar los dividendos que a toda esa corruptela daba la finca España. Nunca se le dejó salir del país ni nunca le tomaron las huellas dactilares; es más, según se ha confirmado gracias a la aparición del censurado historial médico, es seguro que no llegó a superar la pancreatitis que lo tumbó en Burgos la última semana de junio de 1938, haciéndole fallecer el día 27. No hubo más remedio que tapar la cosa para evitar que se dividieran las fuerzas nacionales cuando estaba a punto de caer la República, aislada por unos aliados ansiosos de tener el mismo suministro de wolframio que Franco daba a los alemanes.
Lo sustituyó, para no dar lugar a sospechas, un doble que no había desempeñado hasta entonces esa labor, un teniente, Alfredo Cruz Oropesa, nacido en Cuba y criado en Orense, que era casi un clon del Generalísimo, pero algo más propenso a acumular kilos, destinado desde hacía siete años en la embajada de España en Portugal. Se sabía que nadie, fallecidos Mola y Sanjurjo en accidentes de aviación, estaba dispuesto a asumir un mando tan espinoso, y el inventor de la patraña, el turbio ministro Ramón Serrano Suñer, cuñadísimo de Carmen Polo, logró montar la impostura sin que se enterara el estado mayor y el no menos turbio y suspicaz monárquico Pedro Sainz Rodríguez, quien estuvo muy cerca de averiguar el entuerto cuando empezó a frecuentar a una prostituta de que era asiduo servidor el teniente; Serrano se enteró y lo destituyó antes de que cascara la muchacha con el pretexto de haber usado el coche oficial para ir de furcias, y mandó a la chica con la boca grande adonde nunca más se supo. Carmen y el suplantador durmieron en camas separadas hasta el fallecimiento de el impostor, inverosímil solo para su mujer, para quien su actuación nunca pasó de pobretona. Sobre su labor al frente de la horaciana nave del estado se ha discutido mucho, pero en balde. Es cierto que nunca permitió que se rompiesen las relaciones con Cuba, pues él mismo era cubano y pariente lejano de Fidel Castro, algo que seguramente Castro no ha llegado nunca a saber, ni posiblemente creería si se enterase; gracias a los datos cuya fuente más abajo referiré, es posible deducir que soñaba con que Cuba se reintegrara a España como podrían reintegrarse las dos partes de la Alemania dividida, algo que le regocijaba también secretamente por lo mucho que jorobaría a los americanos. Es más, algunas circunstancias me obligan a pensar que no fue un títere de Serrano Suñer, porque no se metió en política ni se dejó dominar por la Falange. Por otra parte, el único que se enteró de la superchería, fuera de la propia Carmen Polo, a quien dejaba mano larga en las joyerías de Madrid, fue el general Agustín Muñoz Grandes, que se encontraba en el domicilio de Franco visitándolo cuando tuvo lugar el óbito; Carmen llamó por teléfono a Serrano antes de dar la noticia y le mantuvieron la boca cerrada con diversas prebendas y sobornos y mandándolo a Rusia con la División Azul, hasta que falleció en 1970, cinco años antes que el dictador. Nada pudo sospechar el gobierno republicano, nada el partido comunista, nada siquiera los distintos gobiernos del régimen. Solo se empezó a destejer la maraña cuando, con motivo de la investigación sobre los fondos de oro judío incautados en Suiza al fallecimiento de Ramón Serrano Suñer en 2003, aparecieron en uno de los depósitos los cuadernos autógrafos del diario de Muñoz Grandes, una parte de cuyas fotocopias he podido consultar para elaborar esta nota, bajo la expresa advertencia de no reproducirlas. Sus dueños nunca lo permitirían. Pero yo pensé que, si lo pusiera por escrito en este blog, los demás podrían leerlo como ficción en un contexto de blogger como este, y no habría peligro de que se impugnaran herencias o se torcieran los intereses anudados al caso. Después de todo, ¿quién se iba a creer una superchería como esta?
Lo sustituyó, para no dar lugar a sospechas, un doble que no había desempeñado hasta entonces esa labor, un teniente, Alfredo Cruz Oropesa, nacido en Cuba y criado en Orense, que era casi un clon del Generalísimo, pero algo más propenso a acumular kilos, destinado desde hacía siete años en la embajada de España en Portugal. Se sabía que nadie, fallecidos Mola y Sanjurjo en accidentes de aviación, estaba dispuesto a asumir un mando tan espinoso, y el inventor de la patraña, el turbio ministro Ramón Serrano Suñer, cuñadísimo de Carmen Polo, logró montar la impostura sin que se enterara el estado mayor y el no menos turbio y suspicaz monárquico Pedro Sainz Rodríguez, quien estuvo muy cerca de averiguar el entuerto cuando empezó a frecuentar a una prostituta de que era asiduo servidor el teniente; Serrano se enteró y lo destituyó antes de que cascara la muchacha con el pretexto de haber usado el coche oficial para ir de furcias, y mandó a la chica con la boca grande adonde nunca más se supo. Carmen y el suplantador durmieron en camas separadas hasta el fallecimiento de el impostor, inverosímil solo para su mujer, para quien su actuación nunca pasó de pobretona. Sobre su labor al frente de la horaciana nave del estado se ha discutido mucho, pero en balde. Es cierto que nunca permitió que se rompiesen las relaciones con Cuba, pues él mismo era cubano y pariente lejano de Fidel Castro, algo que seguramente Castro no ha llegado nunca a saber, ni posiblemente creería si se enterase; gracias a los datos cuya fuente más abajo referiré, es posible deducir que soñaba con que Cuba se reintegrara a España como podrían reintegrarse las dos partes de la Alemania dividida, algo que le regocijaba también secretamente por lo mucho que jorobaría a los americanos. Es más, algunas circunstancias me obligan a pensar que no fue un títere de Serrano Suñer, porque no se metió en política ni se dejó dominar por la Falange. Por otra parte, el único que se enteró de la superchería, fuera de la propia Carmen Polo, a quien dejaba mano larga en las joyerías de Madrid, fue el general Agustín Muñoz Grandes, que se encontraba en el domicilio de Franco visitándolo cuando tuvo lugar el óbito; Carmen llamó por teléfono a Serrano antes de dar la noticia y le mantuvieron la boca cerrada con diversas prebendas y sobornos y mandándolo a Rusia con la División Azul, hasta que falleció en 1970, cinco años antes que el dictador. Nada pudo sospechar el gobierno republicano, nada el partido comunista, nada siquiera los distintos gobiernos del régimen. Solo se empezó a destejer la maraña cuando, con motivo de la investigación sobre los fondos de oro judío incautados en Suiza al fallecimiento de Ramón Serrano Suñer en 2003, aparecieron en uno de los depósitos los cuadernos autógrafos del diario de Muñoz Grandes, una parte de cuyas fotocopias he podido consultar para elaborar esta nota, bajo la expresa advertencia de no reproducirlas. Sus dueños nunca lo permitirían. Pero yo pensé que, si lo pusiera por escrito en este blog, los demás podrían leerlo como ficción en un contexto de blogger como este, y no habría peligro de que se impugnaran herencias o se torcieran los intereses anudados al caso. Después de todo, ¿quién se iba a creer una superchería como esta?
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