"Mis caricias son fuertes y tan frágil / es tu cuerpo, que vivo con el miedo / de que hacerte feliz completamente / será hacerte morir entre mis brazos", escribe Ángel Ganivet a Marie Sophie Diakovsky, Mascha, su profesora de idiomas en Helsinki, uno de los destinos diplomáticos del granadino. El erudito, el intelectual Ganivet, se enamoró profundamente de la joven y, como el adolescente que escribe a su compañera de pupitre para decirle que la ama, trató de conquistarla con versos llenos de seducción, combate y desahogo.
El amor fue breve, ardiente, tormentoso. De ello hay testimonios sobrados en las cartas del granadino a sus amigos y a la propia Mascha, pero, muy especialmente, en los poemas -la mayoría en francés, pero también en español y alemán- que el pensador escribe a su exótica amiga. Los versos, que sólo se conocían parcialmente, han sido ahora reunidos, ordenados y traducidos por el poeta Manuel García en un volumen, Cancionero a Mascha Diakovsky, que verá la luz en septiembre en la editorial Point de Lunettes.
El libro es el relato de una historia de amor, del deslumbramiento inicial a la dolorosa ruptura. Se trata de todos los poemas que dedicó Ganivet a Marie Sophie entre marzo y agosto de 1896. Por entonces, él tenía 31 años; ella, 24. Él ocupaba un puesto diplomático en Helsingfors (Helsinki), entonces capital del Gran Ducado de Finlandia, provincia del Imperio Ruso. Ella era una joven viuda de 24 años, independiente y de refinada educación, que dominaba con soltura varios idiomas, tocaba el piano de forma profesional y escribía poemas y piezas teatrales.
Ángel Ganivet conoce a Mascha al poco de tomar posesión en su nuevo destino, a finales de febrero o comienzos de marzo de 1896, por un anuncio en un periódico: «Clases prácticas de alemán, inglés y ruso, a cargo de M. Bergmann, de soltera Djakoffsky, Brunnsparken 22, llamadas entre las 4 y las 5 de la tarde». El granadino no tarda en perder la cabeza por su profesora de idiomas, como desliza entonces por carta a un amigo: «A todo esto, el sueco marcha y la polaca resulta una hembrita que para amiga sólo no tiene precio».
Marie Sophie Diakovsky, retratada por Albert Edelfelt. Marie Sophie Diakovsky, retratada por Albert Edelfelt.
En una apuesta insólita en toda su producción, Ganivet acude a la poesía más confesional para conquistar a Mascha. De ahí que quede «la idea de un escritor enamoradizo y caprichoso, violento y extravagante, y por tanto alejado de la imagen sesuda y preocupada en cuestiones trascendentales y patrióticas, como precursor de la Generación del 98, que se quiso difundir de Ganivet», explica García. Esta contradicción quizás explica la escasa o nula relevancia dada al episodio en las biografías canónicas del autor del Idearium español.
«Frente a la lógica y el raciocinio que preside gran parte de la obra de Ganivet, esta poesía surge de un impulso sentimental de irrefrenable confesión y descarga sentimental. El no sé qué, las musas, la inspiración, el concepto 'platónico' y genial del artista, el impulso creador surgido del yo por encima de lo racional, la catarsis, el idealismo más puro preside estos versos. Ganivet se enamoró y empezó a escribir versos como un adolescente sin saber cómo ni por qué», recalca García.
Pero, ¿por qué escribir estos versos de amor en francés? Para conquistar a la joven Mascha, Ganivet acude al idioma que ambos compartían, en la que se comunicaban durante sus clases de sueco y en la que el granadino era lo suficientemente solvente para hacer versos. Hay en el libro dos bloques notables: los Pensamientos melancólicos y salvajes y los Cantares andaluces. Los primeros están llenos de fogonazos irracionales y revelan una importante tensión erótica. Los segundos trasladan al francés las letras del flamenco.
Para que no le faltara nada a esta historia de amor también tuvo su episodio de celos, hecho que a la postre pondría fin a la aventura amorosa. Cuando Ángel Ganivet cae enamorado de Mascha, él ya tiene una relación estable con Amelia Roldán, una española de Cuba con la que acababa de tener a su segundo hijo. Durante una de sus estancias en Helsinki, Amelia descubre un retrato de la joven profesora de idiomas y estalla de celos, con ataque incluido, hecho que provoca el alejamiento definitivo de los enamorados.
Gracias a estos poemas sabemos qué sintió Ganivet por Mascha. Ignoramos, en cambio, qué sintió Mascha por él. «Muy posiblemente, ella compartió el amor que Ganivet le manifestó en versos, pero su espíritu práctico e independiente le desaconsejó insistir en el tema, dadas las dificultades sobre el terreno», concluye Manuel García, quien recuerda cómo el granadino recordaría a Mascha en una de sus últimas novelas, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, con una escena de amor de ensueño: «Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su corazón de ansias temblorosas e inexplicables».
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