Mariana (el historiador manchego, se entiende), a comienzos del siglo XVII y siguiendo un famoso tratado del Aquinate, reconocía al pueblo el derecho a descabezar un gobierno si este oprimía con impuestos excesivos, adulteraba la moneda o impedía reunirse a sus representantes, es decir, si se volvía tirano, ya que un gobierno ha de ser ligero de llevar, y no tan pesado que asfixie al pueblo que lo soporta. Y otro manchego, Mejía, lo repetía en el XIX con citas de Cicerón, invocando además el derecho natural y la fórmula de juramento de los reyes de Aragón: "Nos, que valemos tanto como vos y juntos podemos más que vos, os hacemos nuestro rey y señor con tal que guardéis nuestros fueros y libertades y, si no, non". Esta fórmula, no por vieja menos democrática, es demasiado moderna para los tiempos que corren, que son los de Felipe VI el Urgente, por lo cual no se utilizó en su caso. Es más, en la Declaración de independencia de los que escaparon allende los mares, se dijo: "Cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es un derecho y un deber para el pueblo derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad". ¡Qué tiempos aquellos! Cualquiera diría que, como escribió Kant entonces, la humanidad había alcanzado la madurez y adoptado por fin la posición erguida no solo en lo físico, sino en lo moral.
Pero en estos tiempos nosotros, pobres enanos, no podemos quitarnos de encima a una serie de, más que gigantes, gordos gorrones sempiternos que usurpa la voluntad popular con todo tipo de pretextos falsamente llamados leyes. Es verdad que la ley es solo la forma de que el despotismo de la fuerza se vuelva soportable, pero, a la manera de la civilizada y nórdica Ley de Jante, uno espera que sea solo la forma de redistribuir la riqueza en beneficio de toda esa especie humana de la que hablaba Kant y no solo de una parte.
Casi una mitad de votantes confía todavía en el pepoísmo, principal partido del propietariado, y su bicefalia peleada, el orwéllico marrano Rajoy y el pupas Sánchez, sostén casi único del borbonazo que vive de nuestras rentas, no de tantas como ya tenía, no siempre aquí donde lo soportan (que no hay modo de comprobarlo, por ejemplo, como con Pujol). Tan democrática es esta única Constitución otorgada que nos pusieron a votar sí o sí y que redactaron a toda prisa unos auténticos hijos de tiempos pretéritos. Según ese papelito, el rey es impune de cualquier crimen o incluso desliz, cual por caso haber herederos fuera del matrimonio, que no los tiene, ejem, ya que si los tuviera habría que alterar, según las leyes, la línea sucesoria, porque en el derecho español heredan también tanto los hijos naturales como los otros, que por simetría habria que llamar artificiales o elaborados con mano de obra cualificada (yo siempre he sido partidario de los productos naturales). Podría al menos llevar sus atributos (simbólicos) en los actos oficiales, corona y cetro, a la inglesa, mas que pesen demasiado, como lleva palo y aro un niño de los de ayer, si nuestro filipino fuera coherente o tuviera vergüenza, por más que de eso los Borbones hayan andado siempre escasos. El uso de símbolos de autoridad está en decadencia hasta en la iglesia católica, que significa universal, como si no hubiese otras, pues hasta el papa ha prescindido de su tiara, una triple corona que ya solo puede conquistar el más fiero equipo de rugby.
Aunque quieran vestir la mona de otros preciosos percales y metales, algo más de la mitad del país es republicana; la situación económica tiene algo que ver, pero no es solo eso. Si ya no brotan los parados, lo que brotan son los minusprecarios, los subproletarios y los novecieuristas, más que melones tiene La Sagra, sino que, sin salir de la misma comarca, donde por cierto nació Mariana (me refiero al historiador, no a la otra) nos brotan los UltrasTala de Talavera de la Reina, traviesos y peligrosos muchachos que bien conoce el FBI por sus contactos con los terroristas Supremacistas de Estados Unidos. Hasta un pollo sin cabeza se espantaría de lo lejos que empiezan a ir algunos.
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