Ya se empieza a vislumbrar hacia dónde va Podemos. En su último sermón Iglesias ha predicado "acabar con el régimen de la Transición" de nunca acabar, lo que denominaba yo "neofranquismo", algunos más tímidos "pepoísmo" y los anestésicos de la información "bipartidismo". Quiere "iniciar un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y poder discutir de todo”, justo lo contrario que el cobarde Pedrillo Picapiedra, a sueldo del señor Mariano Rajuela, quien pretende una "reforma" como esas que en el XVIII conducían a la nada. Pero ninguno de estos dos señores han dicho ni media sobre el contenido de esa reforma y esotra revolución; se deja ver, sin embargo, que la reforma sería dirigida, ya sabemos por quiénes, y la revolución discutida. Y yo prefiero la discusión, solo porque en ella es posible que algo ascienda desde los bajos fondos de la inmensidad y no que algo baje y nos deje descalabrados a la mayoría, como suele. Porque la minoría está arriba y uno prefiere ser gobernado en mesetas castellanas en vez de en montañas catalanas, vascas y gallegas o, a escala sin escala, por esa pesadilla de la sinrazón llamada TTIP o Tratado de libre comercio USA-UE. Comunero que es uno.
Podemos posee algunas ventajas de las que carece la partitura de Robemos. En primer lugar, la unidad granítica de quienes lo votan, en toda su diversidad; pocas veces se ha visto tan clara una determinación política tan férrea, fresca y popular. Se debe a los procedimientos verdaderamente democráticos que la han puesto en pie y a los valores éticos que la inspiran. Podemos no se deshará, no claudicará, no pactará, ni siquiera con el traicionero partido que a su derecha se hace excesivas ilusiones. Tienen justificada la abundante diarrea aquellos que han estado corrompiendo la fibra viva de esta nación, porque se ha encontrado lo único que puede alimentar una verdadera revolución en España, una reforma jurídica sustentada en valores inspirados por la sed de justicia, algo que venía pregonando Félix Mejía desde el siglo XXI: "Sin justicia, la libertad, la igualdad y la fraternidad no son nada". Asumiremos la usurpada soberanía nacional, esa que han secuestrado Rajoy, Pedrito, la Casta, el Régimen, la Transición de nunca acabar.
"Abrir el candado" es una expresión cuidadosamente escogiday simbólica; recuerda a lo de "echar doble llave al sepulcro del Cid" de Joaquín Costa, el santo regeneracionista que murió consumido por la misma enfermedad que tiene inmovilizado en silla de ruedas a Stephen Hawking. Se ha invertido la dirección: es el futuro el que pretende romper con el pasado, no el pasado el que pretende sucederse a sí mismo. La nueva constitución no van a hacerla los viejos, sino los jóvenes para resolver problemas de los jóvenes, entre ellos los seis millones de parados. Eso es lo que nunca debemos perder de vista los de Podemos. Aunque las soluciones deban ponerse en marcha gradualmente, su raíz debe ser la novedad, el coraje, el esfuerzo y el sacrificio. Y si hay algo que los españoles poseemos es eso: estoicismo, resistencia, fe.
El historiador José María Jover Zamora, en su libro La civilización española a mediados del siglo XIX, (1991) ya hablaba de una casta al discutir el curioso fenómeno de "la forja de una tradición constitucional" frente a "la práctica de su suplantación" cuando se constituyó el Sexenio revolucionario, efímero periodo tras el cual se reanudó la nefasta costumbre de las monárquicas constituciones semánticas, llamadas así porque se promulgan para "engañar sobre el desarrollo de los procesos del poder que en la práctica se desarrollan extramuros de la Constitución". Estas constituciones suelen nacer en estados gobernados por tradiciones políticas dictatoriales o militares, o presididas por regímenes autoritarios, como el que Pedrillo, hijo ilegítimo de Franco, pretende perpetuar; así ha sido desde que los Conservadores de Cánovas y los Liberales de Sagasta tramaron su dictadura perfecta, en la que si no entraban unos entraban los otros, dejando siempre al margen de esas componendas al Partido Democrático de Orense y Rivero, abuelo del Podemos de hoy, mediante los procedimientos políticos del pucherazo caciquil. Evidentemente, lo que hoy llamamos "casta" no es otra cosa que la "oligarquía" de Costa, una aristocracia mediocre, ajena a los valores republicanos del mérito y del esfuerzo, ese "humanismo popular" del que habla Jover:
"Una prolongada reflexión sobre el tema desde hace varios años me ha conducido a relacionar el hecho, complejo en sí, de la marginación política de las clases populares con otros dos fenómenos muy expresivos de la España isabelina y del Sexenio. Me refiero, por un lado, a ese "humanismo popular" definido por un conjunto de mores y actitudes humanas y sociales que comparecen históricamente, en la España de los últimos siglos, precisamente amalgamados con el tipo de mentalidad social que suele acompañar a las clases populares: generosidad frente a acumulación; solidaridad frente a individualismo; sentido espontáneo e intuitivo de la moral frente a legalismos formalistas; respeto al vencido en razón de su última condición humana, frente a su trascendentelización maniquea con miras al aniquilamiento" (p. 212)
Este humanismo popular es perceptible en los Episodios nacionales de Galdós y es el contenido fundamental heredado por los que hacemos lo que Podemos.
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