Jaime Rubio Hancock "Sí, el desorden estimula la creatividad", El País, 26-II-2015:
Pero el orden favorece la armonía, la relajación, la eficacia y el bienestar. Algo es algo
Un amigo compartió hace poco unas semanas en Facebook una famosa foto del escritorio de Albert Einstein el día de su muerte, entusiasmado por el hecho de que alguien tan inteligente como el físico fuera tan desordenado como él. “El orden está en tu mente”, escribió, a lo que yo contesté que sentía ganas de tirar todos esos papelotes y limpiar esa pobre mesa que no tenía culpa de nada.
La gente desordenada tiende a decir que en su desorden hay un sistema y que ellos saben dónde tienen cada cosa. Es más, muchos opinan que ese caos les ayuda a pensar y a trabajar. En cambio, yo pienso que son unos vagos que no quieren tomarse cinco minutos para ordenar esos libros y guardar esos papeles donde toca, así que decidí llamar al psicólogo Miguel Silveira para que me diera la razón: “En efecto -contesta, llevándome la contraria-, hay personas que saben dónde está cada cosa dentro de su desorden”. Aunque esto no es algo que pase siempre, como añade la psicóloga Amaya Terrón: "Otra cuestión es que el orden de cada uno es tan subjetivo que donde uno ve desorden es posible que haya ciertas normas en lo que aparentemente es un caos".
El vínculo entre desorden y creatividad
Además de que existe este orden interno, tener las cosas fuera de su sitio “puede estimular la creatividad porque el sistema es abierto y se presta a surfear buscando salidas, creaciones, soluciones, caminos”. Eso sí, aunque “las personas creativas sí suelen ser desordenadas, esto no significa necesariamente que todas las personas desordenadas sean creativas”. Es decir, tirar los libros por el suelo no nos va a convertir en genios. "La consecuencia del desorden no es la creatividad", concluye Terrón.
Silveira no es, ni mucho menos, el único que establece un vínculo entre desorden y creatividad: un estudio de 2013 mostró cómo un ambiente desordenado favorecía respuestas más creativas de los participantes que uno limpio y arreglado. A modo de compensación, el mismo experimento puso de manifiesto que la gente ordenada prefiere la alimentación sana, es más propensa a donar dinero y tira más por lo clásico que por lo nuevo.
En un artículo publicado en el New York Times, Katheleen D. Vohs, una de las autoras de este trabajo, también apuntaba que la tendencia a oficinas minimalistas podía suponer un freno a la creatividad. No se trata sólo de que no sea posible el desorden, sino de que cada vez tenemos menos espacio propio.
En definitiva y para mi contrariedad, hay que tener cuidado con el “orden perfecto, donde todo está previsto y perfectamente ajustado en cuanto al espacio y el tiempo, y por tanto donde la improvisación y la creatividad casi no tienen cabida”, dice Silveira, que añade que esta pulcritud excesiva “no sólo es signo de rigidez mental o esclerotización de la actitud del orden. Se asemeja a lo excesivamente normativizado y pautado y suele ir anejo a un tendencia obsesiva y algo maniática, y por tanto de déficit de normalidad comportamental”.
Terrón añade que hay grados en esta necesidad por ser ordenados: "Es cuando se radicaliza cuando podemos considerar dañino para la persona: ya no tiene manía por el orden porque le confiere felicidad, sino que lo hace para huir de la ansiedad que le provoca no hacerlo o verlo desordenado".
Las ventajas del orden
Eso sí, no todo es malo en el orden: favorece “la armonía, la relajación, la eficacia en el rendimiento y el bienestar con uno mismo”, añade Silveira. A nuestro cerebro le resulta agradable y por eso busca patrones, estructuras y normas. Tal y como muestra la teoría de los cristales rotos, la limpieza y el orden promueven los comportamientos legales y morales, mientras que un ambiente desordenado puede llevar a lo contrario.
De hecho, el caos también puede suponer un problema. Por ejemplo, en el trabajo o con la pareja: “Si uno de los dos es muy ordenado y el otro caótico, esto dará lugar a conflictos y choque de intereses, y eventualmente se puede desembocar en descarrilamiento”.
Es decir, hay límites, tanto en un sentido como en otro: “Si el desorden y la desorganización son elevados favorecerían también el caos, el estrés y la confusión”, explica Silveira. Y eso lo complica todo: “Las relaciones personales, el trabajo, el estado mental”.
Como dice Eric Abrahamson, autor de A perfect mess (Un follón perfecto), en esta entrevista publicada en The Globe and Mail, pasar 20 horas ordenando tu mesa no te va a devolver 20 horas de eficiencia. Según Abrahamson, puede ser más útil dejar que el desorden se amontone en lugar de lidiar con él constantemente, siempre que no se superen ciertos límites. Es decir, se trata de admitir que vamos a perder la batalla contra la entropía y siempre (o casi siempre) habrá algo fuera de sitio.
Coindice Terrón, que es más escéptica en lo que respecta al vínculo entre orden y desorden, pero añade que "es posible es que las personas que tengan una obsesión por el orden, dediquen tanto tiempo a éste que no les quede tiempo ni recursos para la creatividad".
La clave está en encontrar el equilibrio: “Cierta dosis de desorden es conveniente para dar un toque de improvisación, de informalidad y de frescura a la vida", explica Silveira. Y al revés: "Cierto orden externo facilita el orden y disciplina mentales, o sea, un orden interno de las ideas y sentimientos”. Entre otras cosas porque “luego no hay más remedio que aplicar un método” para llevar cualquier idea a cabo.
Rutinas o el orden en el tiempo
Es decir, por mucho que el desorden pueda ser estimulante, también necesitamos espacios de trabajo y hábitos más o menos estructurados, que suponen un orden temporal, por usar el término de Abrahamson. En Daily Rituals se recoge la cita del compositor John Adams, cuando dice que “la gente más creativa que conozco tiene hábitos de trabajo muy rutinarios y no particularmente glamurosos”. Otra cita del mismo libro, esta del poeta W. H. Auden: “La rutina, en un hombre inteligente, es un signo de ambición”.
La rutina puede ayudar a automatizar muchos procesos y liberar la mente “para hacer el trabajo que le es más propio”, añade el filósofo William James, que jamás fue capaz de llevarlo a cabo, según se cuenta también en Daily Rituals. Es más, el libro no sólo recoge experiencias de gente estructurada, sino que habla también de gente como el pintor Francis Bacon, que tenía el estudio, digamos, ligeramente desordenado.
De todas formas, no somos cien por cien ordenados o desordenados, “sino que esto puede cambiar incluso para ciertos ámbitos. Una persona puede ser muy ordenada en el trabajo y más desordenada en lo que respecta a la higiene o al sueño”, añade Silveira. Aunque quien es muy desordenado, suele serlo en todo.
Silveira me tranquiliza cuando añade que no estoy condenado al frío y cuadriculado mundo de la obsesión por el orden: “Se puede modificar o moderar este comportamiento y entrenar la creatividad con método y supervisión". El objetivo es entrenarse para encontrar soluciones a diferentes problemas “y abrir compuertas y nuevas vías y conexiones”.
Comenzaré poco a poco y dejaré el boli aquí. No, mejor aquí. Sí, ahora está bien. Creo. No sé. Yo lo veo fuera de sitio.
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