El escritor y crítico Edmund Wilson escribió cómo conoció a Zelda Fitzgerald, autora de tapadillo de más o menos la mitad de lo que escribía su marido, cuando el pobre no podía dejar la botella y tenía que cumplir los plazos (los Cohen ya lo bosquejaron en el personaje del guionista borracho de su Barton Fink, aunque lo quieran identificar con Faulkner: es Fitzgterald, a quien le escribía los guiones que le tachaba Mankiewicz su esposa Zelda):
Me senté junto a Zelda en el apogeo de su iridiscencia. Algunos de los amigos de Scott andaban irritados con ella pero otros estaban encandilados, yo entre ellos. Poseía el abandono de una belleza sureña y la falta de inhibiciones de un niño hablando como lo hacía: con un color e ingenio tan espontáneos que dejé de preocuparme porque sus palabras tuvieran algún sentido y cómo seguirle el hilo. Pocas veces he conocido a mujer que se expresara con tanta delicia y así como al desgaire; no tenía frases hechas ad hoc y no hacía esfuerzo alguno para lograr efecto; se evaporaba fácilmente, sin embargo, aunque recuerdo algo que dijo esa noche, que la escritura de Galsworthy era tan gris que no contaba.
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