Elena García Quevedo, José Luis Sampedro: “Sin libertad lo que vivo no es mi vida”, El País, 30 de septiembre de 2015:
Las reflexiones sobre la crisis, la situación global, la vida y la muerte del escritor y economista, en una entrevista de 2011 que ahora recoge el libro 'Voces sabias'
El presente texto es un capítulo del libro 'Voces sabias. El arte de vivir en tiempos de cambio', de Elena García Quevedo, que publica Paidós Contextos. La obra reúne retratos de personas excepcionales que analizan el mundo en el que estamos al tiempo que hablaban de sus propias claves vitales. La entrevista con José Luis Sampedro (Barcelona, 1917-Madrid, 2013), economista, escritor y humanista, tuvo lugar en 2011.
A las diez de la mañana el anciano observa el ir y venir del mar sentado en el salón del apartamento de Mijas donde pasa el invierno junto a su esposa Olga. Ensimismado, rescata una idea y otra y escribe hasta enhebrar un nuevo texto. Está cansado pero entero, acaba de salir de una operación leve pero tiene presente la muerte, aunque no la teme; aún queda algo importante que hacer y dar. Quizá nunca ha sido más consciente de ello que hoy, en este preciso instante. Por eso estoy aquí, ahora lo sé. A sus 94 años le cuesta moverse, pero ya desde hace tiempo, tras un ataque al corazón en Nueva York, está convencido de que a estas alturas de su viaje por la vida, el sentido para él no es para qué vivir, sino para quién vivir. José Luis Sampedro vive para aquellos a quienes nutre; aquellos a quienes su ser ayuda a ser más ellos mismos, incluso con su propia debilidad. Quizá por ello en los últimos meses su voz se ha convertido en el faro de luz de la generación joven que está a punto de tomar las plazas de las grandes ciudades para buscar la brújula de la sociedad en crisis a la que pertenecen, a la que pertenecemos todos. Si estoy aquí es para hablar sobre ellos en la película documental ¿Generación perdida?, pero el encuentro que tengo por delante con José Luis Sampedro da para mucho más.
—El problema es que si el sistema está en crisis hay que hacer otro sistema. Pero hay que hacerlo al mismo tiempo que se deshace este.
»Esto es como la metamorfosis de los insectos. Usted coge un gusano de seda y lo ve moviendo el cuerpo con dificultad, se lía el hilo a la cabeza, se convierte en un capullo y luego en una mariposa. ¿Qué ha pasado? Pues que al mismo tiempo que desaparecía el cuerpo de gusano se estaba construyendo y manejando el sistema mariposa: los jóvenes tienen que construir el sistema mariposa. Y no lo pueden construir con las reglas de los que son gusano.
»Mire usted, con las piedras de los templos clásicos de la mitología griega se hicieron basílicas cristianas. Y luego con las piedras de las basílicas cristianas los árabes hicieron la mezquita de Córdoba y otras cosas. De modo que se puede hacer la metamorfosis, pero a base de no aceptar las verdades oficiales de ese tipo y decir que no a lo que tienen.
»Seguir como estamos es imposible porque su objetivo es lo que llaman el desarrollo sostenible, que es más de lo mismo, y eso es insostenible. Y no podemos transformar el mundo, porque somos el mundo.
La muerte no es lo contrario de la vida: la muerte es la compañera de la vida. El día que nacemos empezamos a morir y hay que saber disfrutarlo
Es viernes por la mañana, las gotas de lluvia caen sobre la tierra de la costa y el mar Mediterráneo cuando Olga Lucas, su esposa, treinta años más joven que él, abre la puerta. Al fondo de la sala José Luis Sampedro observa, frágil y embebido, el mar azul hasta que, pasados unos segundos, reacciona. Pronto Olga y Sampedro me invitan a pasar a una habitación sencilla, blanca y luminosa que parece un despacho de trabajo. Hoy es un día clave para mí, un premio, porque durante muchos años la voz de este hombre y su profunda humildad han supuesto para mí lo que está a punto de llegar a ser para miles de jóvenes: un guía en la noche.
—Hazte quien eres: hay que hacerse quien se es, y todos somos distintos. Pero lo que quiera que seas desarróllalo al máximo. Cada cual debe aspirar a ser lo máximo que pueda ser con sus condiciones. Y de esa manera devolverá a la vida de todos la vida que ha recibido él.
»Para ello debe contar con la ayuda de los que son afines y aprender lo que no debe hacer de quienes no son afines. Y además saber un poco lo que quiere y, sobre todo, lo que no quiere. En la vida es más fácil saber lo que no se quiere, porque lo que se quiere puede ser un gran abanico de cosas. Y cuando te ocurre algo que no quieres por de pronto di que no, y si puedes decírselo al que lo hace di no, y si no puedes sigue diciendo no. Se puede ser más libre dentro de un calabozo que como ministro de un tirano. Al joven hay que decirle que sea él, que se sienta él mismo, que se eduque para tener un pensamiento propio y procure mejorarlo con los demás, que no se crea absoluto pero que se prepare y no acepte lo que está pasando.
»Tengo 94 años y me considero un aprendiz de mí mismo. Todavía aprendo a ser quien soy. Y me moriré sin haber acabado, pero he hecho todo lo posible: hazte quien eres y hazlo fervorosamente. Y hazlo entregado a eso y en solidaridad con los demás, porque sin ellos no somos nadie. Sin doblegarte, sin hundirte, sin ceder, sin creer los inventos de los que quieren explotarte. ¡No te rindas! Trata de vivir en armonía con la naturaleza a la que perteneces. Se trata de vivir esta vida, esa es la cuestión.
»Esta vida es mi referente, esta vida es la que tenemos el deber de vivir, pero tenemos que buscar la libertad, porque sin libertad lo que vivo no es mi vida, sino la vida que me imponen.
»El amor es ansia de vida, ansia de vivir. Amor hacia uno mismo en el sentido de que uno mismo es la vida. El referente es la vida, que es como una semilla. Tenemos el germen de una vida y ese germen tiene que transformarse en árbol. Uno es un germen de vida y debe transformarse en árbol.
José Luis Sampedro, que es muy alto y muy delgado, tiene los ojos tan claros que parecen transparentes, y su gesto afable transmite ternura y cierta paz, al menos hasta que habla. Por algo se siente emigrante de su tiempo. Su mundo de origen desapareció a sus 17 años: Tánger, 1935, el lugar y el tiempo en el que los niños cristianos, musulmanes y judíos compraban golosinas en tres idiomas y vivían en paz. Aunque allí llegó a sentirse solo, también aprendió las claves de por qué la vida es mejor si es suma y cómo sí es posible ser quien uno es. José Luis Sampedro en Tánger conoció la semilla de sí mismo. Para él la felicidad depende de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con nuestro entorno, el afecto es imprescindible; la humildad es la clave para mantenerse en pie, y lo que le hagamos al mundo nos lo hacemos a nosotros "porque somos mundo".
José Luis Sampedro siente que la frontera le define y cree que en una polémica las dos partes tienen sus razones.
—Lo que creo que es la verdad es solo mi verdad. La verdad no es objetiva con cosas que no puedes tocar ni demostrar. Hay que pensar en la verdad de cada uno y la frontera me permite tener mi verdad, pero a la vez aprovechar y gozar de la verdad ajena.
—Nuestro sistema se basa en el consumo, que se alimenta de miedo...
—El miedo funciona en casi todo: el miedo es la inseguridad y, en cambio, la civilización o la cultura es la seguridad. La seguridad de que todo es inseguro. Porque todo depende de todo y no podemos controlarlo. Y la seguridad de que la muerte también es segura. Y de que no es lo contrario de la vida: la muerte es la compañera de la vida. El día que nacemos empezamos a morir y hay que saber disfrutarlo, saber vivirlo, porque hay mucho que hacer.
Estamos en una habitación blanca, inmaculada, dentro de un apartamento alquilado en el primer piso de una urbanización. Apenas hay adornos en las paredes, los muebles y lámparas son muy sencillos, y no debe de haber más de dos habitaciones, baño, salón y cocina. José Luis y su esposa viven parte del año aquí, pero también pasan épocas en Madrid, Canarias o Valencia, donde Olga trabajaba como traductora. Se conocieron en un balneario y ahora se mueven con la temperatura y el ánimo, como se mueven los pájaros.
José Luis Sampedro siempre se ha movido mucho: a los 16 años aprobó unas oposiciones para trabajar como funcionario de aduanas. Cambió Tánger por Soria, donde escribió sus primeros versos; vivió en Aranjuez. Y la Guerra Civil le encontró en Santander. Sampedro luchó con un bando y después con el otro; pero al terminar descubrió que ni habían ganado los suyos ni ninguno de los dos bandos era el suyo.
Ha sido catedrático de economía en la Universidad Complutense; profesor de ministros como Boyer, Solbes, Solchaga o Salgado; asesor del Ministerio de Economía en el franquismo; profesor en el Reino Unido, y, aun así, habla del mundo como si él fuera uno más entre los más humildes. Pero además de escritor y humanista es un gran economista; dicen que uno de los más grandes.
—Cuando yo estudiaba economía hace sesenta o setenta años, muchos manuales estudiaban las necesidades humanas y después las actividades económicas para satisfacerlas. Hoy, primero se produce y se inventa y luego se busca qué hacer con el invento: se inventan medicinas y la enfermedad para la que se van a vender esas medicinas. Porque de lo que se trata es de ganar dinero, no de curar nada.
—¿Y el desempleo? ¿Por qué ahora hay tanto paro?
—Cada vez que el sistema produce más máquinas está aumentando el paro.
»El paro es consecuencia del sistema; el paro es lo mismo que el hambre, ¿y por qué hay hambre? Porque no hay redistribución. Hay una explotación por parte de una minoría, que es algo fruto de ceder el poder de los políticos a los financieros.
—¿Por qué los gobiernos aceptan esto?
—Los gobiernos dependen de los financieros. Estos les dan dinero para las campañas de publicidad y les permiten hacer negocios, falsedades, cohechos y todo lo que haga falta, porque hemos sustituido los valores éticos por el interés monetario. Y a los gobiernos les interesa, monetariamente, estar a buenas con los banqueros.
La luz entra por el ventanal y desdibuja sus formas: el azul de sus ojos se vuelve translúcido y, en el rostro de José Luis, se precipita al vacío como el mar de los antiguos. Tomamos té en torno a una pequeña mesa blanca.
—Un día Sócrates fue al mercado y miró a su alrededor... —dice José Luis, y deja la palabra en el aire como el viejo profesor de económicas que es—. Sócrates miró a su alrededor, sonrió al ver tanta mercancía junta, y dijo: «¡Qué de cosas no necesito comprar!».
»El enorme error de la cultura occidental es creer al hombre superior, por encima del mundo. Yo creo que el mundo es uno, que en él vivimos y somos, somos partículas de ese mundo y vivimos como este se desarrolla. Somos una gota en un océano. Y, en estas condiciones, pensar lo que piensa el mundo occidental y lo que piensan los financieros es una locura que acabará cayendo por sí sola.
—¿Qué podemos hacer?
—Todos tenemos no el derecho a la vida, sino el deber de vivirla. Y de afrontar la vida en estas condiciones y en estas circunstancias. Y para eso tienen que liberar el pensamiento. No hay vida personal sin libertad. Y no hay libertad con fraternidad e igualdad si el pensamiento no es libre.
»La alternativa a corto plazo es capear el temporal y sobrevivir; y a largo plazo es cambiar de pensamiento, pensar de otra manera, tener un pensamiento crítico.
—Debemos educar a los niños.
—Pues, mire usted, la educación que hay ahora es para crear productores y consumidores, nada más. En cuanto el niño empieza a hablar empiezan a indoctrinarle, a enseñarle el pensamiento único, el dogma.
»Las palabras clave del mundo oficial de hoy, lo que quieren que aprendamos son: productividad, competitividad e innovación. Pero en vez de productividad, la palabra es vitalidad. Y, en vez de innovación, es conservación. Y, en vez de competitividad, es cooperación. Habría que pensar en asociarnos, vivir pacífica y apaciblemente en este mundo porque esta es la vida que tenemos que ejercer y desarrollar. Para mí, la educación sería rectificadora de la actual: una educación que conduzca a saber vivir en armonía con la naturaleza, porque somos naturaleza.
José Luis Sampedro habla con una gran fuerza, sostiene la mirada y no duda en responder. Su cuerpo está cansado, pero su mente es ágil, rápida; un joven brillante que enseña en la universidad.
—¿Cómo responder a ese indoctrinar? ¿Informándonos?
—Mire usted, por de pronto con el silencio; o por de pronto, con el rechazo. Y mientras tanto, educándonos.
»Información no significa conocimiento. Se puede estar muy informado y no saber qué hacer. El conocimiento no significa comprensión, porque se puede tener conocimiento de muchas cosas y no comprenderlas. La comprensión no significa sabiduría, que es el arte de vivir: este último empieza por borrar toda esa información sobrante.
»Uno no sabe nada hasta el final, y ni siquiera entonces. Uno se va haciendo. Está en marcha y sigue cambiando, pero a la vez sigue siendo siempre el mismo. Igual que el cosmos: involucionamos y vamos tratando de ser quienes somos.
—¿Y la tecnología ayuda?
—Como instrumento, sí, pero no el hecho de estar al servicio de ella. Piense que la vida del hombre o la mujer ciudadana está al servicio de un montón de máquinas: del automóvil, del teléfono, del telégrafo, del computador, de todo. Estamos ya al servicio de las máquinas.
»No es seguro que la vida sea más sosegada, más tranquila y más completa que antes. ¿Quién tiene tiempo para pensar? ¿Quién tiene tiempo para hablar consigo mismo? ¿Cuánta gente habla consigo misma? Me temo que muy poca.
»La técnica, a diferencia del arte, está al servicio mecánico de la inteligencia; el arte está al servicio espontáneo de la vitalidad.
—Hábleme de la importancia del arte.
—El arte es algo prodigioso. Y dentro de la creación humana la razón también es prodigiosa e importante. Pero el arte tiene una espontaneidad especial, consecuencia de un largo aprendizaje. No es que se invente fácilmente. El arte es una proximidad a la profundidad del mundo.
»Del mismo modo, la vida espiritual es una aproximación a la profundidad del mundo. Yo leo a los místicos y estos tienen razón. Pero también es un arte, no un dogma. La prueba es que muchos místicos fueron perseguidos por los teólogos.
—¿Cuál es el papel de las mujeres en el momento actual? Muchos dicen que el cambio vendrá de la mano de las mujeres.
—El papel de las mujeres es educarse femeninamente y no para sustituir al hombre, ni para imitarlo; no para ser sucedáneo ni otro tipo de servidor del hombre, sino para tener la mente libre e independiente.
»La humanidad está todavía por civilizar. Desde Grecia hemos progresado técnicamente de una manera increíble, fabulosa; pero nos seguimos asesinando y matando por ansias de poder o por pequeñas rivalidades.
—¿Cuál es su sueño?
—Yo ahora no aspiro más que a morir en paz sin dar la lata a mucha gente. Sobre todo a mi mujer y a las personas que me quieren. Hacerlo apaciblemente, como es debido y con tranquilidad.
—¿Y su sueño para la humanidad?
—Vivir pacíficamente. Pero no tengo muchas esperanzas.
—¿Es que ha perdido la esperanza cuando dice que no tiene muchas esperanzas?
—No, pero hay que hacerlo.
»Hay que decir no y no, ya está. No es una cuestión de esperanza, sino de creer en la vida, de asombrar a la vida.
»El Bhagavad Gita dice que las batallas hay que darlas independientemente de su resultado, ganaré o perderé pero yo tengo que decir esto. Es el deber frente a la conveniencia, la ética frente al interés mercantil. Todos los valores que esta civilización ha tenido y que ha ido echando por tierra son lo que hay que restaurar en otro marco distinto.
José Luis se levanta, camina por la sala y me invita a observar el mar azul frente al que trabaja.
—Este mar lo he comprado. No todo, solo el trozo que ve ahora.
Río, me toma el pelo.
—¿No me cree? Mire usted, yo haría exactamente lo mismo con este mar de aquí enfrente si fuera mío. Lo miraría, lo disfrutaría y lo dejaría abierto a todos los demás. ¿Para qué necesito comprarlo? ¿Para qué? ¡Ya es hora de despertar!
El anciano se apoya ahora en la pared, baja la voz, mira a Olga y hace un gesto con los ojos que me obliga a acercarme más para escucharle.
La luz del sol entra a borbotones y acaricia su frágil cuerpo. Su rostro se desdibuja como si fuera a desaparecer. No voy a volver a verle más, y lo sé. Cuando lo intento, su secretaria me dice que está muy débil y que no puede recibirme. "¿Para quién vivir? Para aquellos que nos necesitan porque aun en nuestro decaimiento somos sus colaboradores en su hacerse", dice en La escritura necesaria. José Luis Sampedro murió mes y medio después. Estaba en el lecho y pidió un campari. Lo tomó y luego dijo: "Me siento mejor". Después cerró los ojos. Estaba tranquilo. No molestó a nadie, como él quería. Se fue como el agua del río se funde en el mar.
—Estoy cojo, casi ciego, casi sordo.
José Luis Sampedro mira a su esposa Olga con devoción, y sigue hablándome.
—Yo ya lo he hecho todo en la vida. Podría morirme en cualquier momento si no fuera por ella, pero ella me necesita y yo la amo.
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