jueves, 21 de enero de 2016

El acoso en toda plaza

Todo el mundo se ha escandalizado al leer la carta de un niño de once años que se ha suicidado al parecer por un acoso escolar no detectado. A través de esa Carta aflora una España negra de miseria social y económica que más de uno quisiéramos no ver y los gobernantes, desde luego, con su malsano optimismo e inacción, están contribuyendo a aumentar. Es la diferencia que establecía el 98 entre España oficial y España real. En dicha carta se insinúa el papel vertebral de los abuelos en la consolidación económica, social y moral de familias sometidas a todos tipo de tensiones desestructurantes: divorcio, paro, pobreza, desigualdad... Dicen sus padres que el niño era inteligente. Y este niño inteligente no quería ir al colegio. Se entiende: los inteligentes son más sensibles de lo normal y suelen padecer más que nadie la crueldad que, de forma difusa, se está esparciendo por toda la sociedad española. Los niños dicen las verdades; su comportamiento es una verdad: nos habla del suicidio de un país y de una cultura entera. Cuando nuestros niños se suicidan es que hay algo que verdaderamente no funciona. Y ese pilar siempre ha sido en una identidad colectiva la dignidad, la justicia.

Esta crueldad, cuya definición exige que la víctima sea siempre persona débil e indefensa (la crueldad contra los instalados en el poder es menos ilegítima, porque los débiles siempre son los primeros en padecer las consecuencias de sus errores y corrupciones), se infiltra sobre todo mediante los procedimientos anónimos del móvil, de Internet, de la prensa, de la radio, de la televisión. Aparece en los comentarios a las noticias, en los insultos y denuestos vertidos hasta el punto de que la mayoría de la gente se cubre de esta basura con el paraguas del pseudónimo, incluso para atacar a su vez con violencia extrema, lo que indica ya que incluso toda franqueza y toda nobleza se ha perdido en una sociedad mentirosa, traicionera y, sobre todo, violenta. 

En esta sociedad de masas la formación de grupos y mafias es esencial incluso para presionar (nuestros jóvenes están demasiado socializados y carecen de individualidad: la información y la publicidad abusiva y constante los trata siempre en conjunto, como masas), una niña puede "desaparecer" del mapa si no tiene móvil, no podrá "quedar", no será invitada a cumpleaños ni a eventos, y si tiene móvil podrá ser acusada de gorda, sucia, solitaria o tonta de forma anónima a través de grupos de internet, donde se podrán difundir fotografías retocadas que la desfiguren, siendo odiada sin remite y sin responsabilidad y sin que siquiera se enteren profesores, padres, autoridades.

El asidero del odio es, frecuentemente, cualquier diferencia o heterodoxia: color de piel, delgadez, acento, origen... la lista es interminable y afecta a los llamados argumentos ad hominem, que se reducen simplemente al "usted es despreciable porque no es como yo". La pluralidad, algo que garantiza la emigración y que siempre se ha indentificado con el progreso mismo de una sociedad, es ahora objeto de oprobio y desprecio. Grecia, Europa misma pudo progresar más que otros lugares del mundo porque el extraño podía emigrar a otro país cercano y ningún poder podía imponerse al del individuo. Y alguien que se sale de la media por su inteligencia, por su humildad, por su independencia, por su voluntad y ganas de trabajar, por su físico excesivo, por sus enfermedades, por sus orígenes, por sus costumbres, por su religión, por cualquier cosa buena, mala o extraña, puede ser atacado de consuno y en forma anónima. 

Y puede ser peor: el extraño es cosificado como un bolso al que no se dirige la palabra porque no pertenece al rango de lo humano y solo se encuentra aquí sordo, mudo y ciego, como ha establecido en su jerarquía de exclusiones el lucido sociólogo Zygmunt Bauman, que mencionaba hace unos días nuestro ilustre comentarista Hobbes. Una ignorancia muy propia de los comportamientos ideológicos conservadores y que es etapa previa a todo fascismo. Después cuenta la historia que se emprenden procesos de expulsión y de eliminación o simple exterminio. 

Y, en el caso del niño, toda esa alienación, toda esa falta de respeto y de vergüenza que es común incluso entre los nefandos políticos que padecemos y esos debatidores incapaces de comunión, los "matones del espíritu" de que hablaba a comienzos del XIX nuestro gran maestro de tolerancia, José María Blanco White, unidos solamente en ser el gran hermano charlatán del siglo XXI, seguirá atontando a los más superficiales y ágrafos consumidores de imágenes y enviando a la muerte a pobres inocentes asqueados y sedientos de espíritu, decencia, cultura, limpieza y comprensión.

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