Javier Bilbao, "Escohotado frente al miedo", en JotDown
Decía recientemente el compañero de publicación Tsevan Rabtan que España es «ese lugar en el que al que asoma la cabeza le dan con un palo». No soy yo muy partidario de teorizar sobre caracteres nacionales que se pierden en las brumas del tiempo y menos aún del tradicional menosprecio autóctono, pero a la realidad se ve que le importa poco mi parecer y se obstina en dar ejemplos que sustentan esa descripción. Así que habrá que rendirse a la evidencia. No se trata únicamente de que tal o cual persona no reciba los empleos, distinciones o reconocimientos que crea —o que los demás crean— que se merece, pues si en el lago Wobegon todo el mundo estaba por encima de la media, aquí todos estamos por debajo de donde deberíamos estar, en cuanto nos dan ocasión de quejarnos.
No es tanto un problema de indiferencia ante el mérito ajeno —que por tanto podría hacernos dudar de que tal mérito existiera— sino de abierta y desbocada hostilidad hacia él, prefiriendo uno quedarse tuerto si el otro a cambio se vuelve ciego. Así que el logro ajeno se reconoce… para combatirlo furiosamente, pues nadie en su sano juicio estallaría en cólera contra un ácaro inofensivo. El otro día una lectora clamaba exigiendo el despido del autor de cierta crítica cinematográfica que han leído muchos, ha entusiasmado a unos cuantos y a ella no le había gustado nada. No le bastaba con expresar que dicho texto no había sido de su agrado, no por Dios, o incluso con decir «esta crítica es tan mala que me ha quitado el hambre y el sueño, qué coño, ¡me ha robado el alma!». No es suficiente tampoco: hay que exigir el despido de su autor. Sí, eso es lo justo, qué importa que tenga seis bocas que alimentar de niños vietnamitas adoptados, tres de ellos con polio y uno con dengue. Que desconozco si será el caso, pero nunca se sabe.
Aunque sin duda el ejemplo más clamoroso de todo esto lo tenemos en Antonio Escohotado. Un personaje tan erudito e inteligente como afable en el trato personal (al que en su día tuve la suerte de entrevistar y de disfrutar de su hospitalidad), de su singular biografía llaman la atención dos aspectos: su manera de ir por libre siguiendo su camino y la indisimulada aversión que eso ha provocado en algunos. Nació en Madrid en 1941 aunque pasó la infancia en Río de Janeiro, donde su padre fue agregado en la embajada hasta que regresaron a España en los años cincuenta. Quizá ese choque contra un ambiente rancio y cerrado tan distinto de aquel en el que se crió marcaría su carácter rebelde e incapaz de ahormarse por la convención, o tal vez fue su afición a meter sapos en el sagrario, la cuestión es que desde entonces iría de aquí a allá desbocado como una bola de pinball. Se pasó la mili en el calabozo por desobediencia pero se vio sin embargo capaz de combatir en el Vietcong, aunque finalmente no fue admitido en su sede parisina. También sostiene que le tentaron en su momento las bandas terroristas FRAP y Baader-Meinhof, lo que suena a mera elucubración pasajera que afortunadamente se le pasó. Más empeño puso en leer su tesis doctoral a finales de los sesenta en torno a Hegel, pero al ser considerada atea el presidente del tribunal solo accedió a estar presente al tercer intento y debido al notario con el que nuestro autor acudió. Dicha obra posteriormente sería premiada y publicada, con el título La conciencia infeliz. Ensayo sobre la filosofía hegeliana de la religión.
Mientras tanto había obtenido una plaza de funcionario en el Instituto del Crédito Oficial, pero llegados los años setenta optó por dar un giro a su vida: «Dejé aquello —buen empleo, buen sueldo, importante estatus— por irme de aventura, a descubrir otros mundos, otros valores». Los restos del movimiento hippie occidental habían terminado recalando en Ibiza, así que allá se marchó, dispuesto a vivir en una choza sin luz ni agua, aunque con abundante sexo y drogas, lo que termina compensando creo yo. Mientras tanto se dedicó a traducciones de libros de filosofía (con autores que influirían notablemente en su pensamiento, como Hobbes o Thomas Jefferson) y también fundó la discoteca Amnesia, hoy en día una de las más importantes del mundo. Cuesta imaginar que en el origen de esto estuviera alguien que mientras tanto escribía sobre metafísica, los filósofos presocráticos y la religión a partir de Hegel, pero los clichés están para romperse.
Ya en los ochenta regresa a Madrid, se presenta a las pruebas para acceder a profesor titular que dieron acceso a unos seis mil adjuntos pero no a él, que pese a tener varios libros y artículos publicados recibió siete ceros del tribunal, aunque tras una reclamación sería aprobado. Por aquellos años fue además encarcelado en cuatro ocasiones por posesión y tráfico de drogas, en lo que asegura que fue una encerrona de la policía. La estancia en prisión en cualquier caso fue provechosa y le sirvió para escribir su impresionante Historia general de las drogas, que se convirtió en una obra de referencia internacional sobre el tema. En este periodo de los ochenta y noventa fue cuando comenzó a salir en televisión en los debates sobre drogas que tan de moda se pusieron, llamando la atención de servidor y de muchos con su estilo pausado y sabio, como un maestro Yoda de las drogas frente a los diminutos inquisidores de espíritu estrecho que se le oponían con la vena del cuello hinchada.
Era curioso aquello, los medios de comunicación, siempre ávidos de alarmismo con el que captar la atención, encendían a una opinión pública maleable. Cerrando el círculo por su parte las administraciones, más pendientes de aparentar que arreglan algo que de arreglarlo, saciaban esas ganas de la ciudadanía espoleada para que se tomasen medidas —las que fuera, pero rápido— con estrafalarias campañas antidroga que mostraban a sustancias químicas como ente diabólicos que te poseían, generando así una perversa y extraordinariamente eficaz promoción de las mismas basada en la tentación de lo prohibido. Pero las campañas de histeria colectiva generan graves injusticias tirando al niño con el agua sucia, leyes ad hoc que vulneran los derechos civiles que luego cuesta décadas derogar, dispendio de recursos y condicionamiento del debate público y la libertad de expresión con tabúes y consignas que se repiten machaconamente en campañas institucionales… hasta que todo ello acaba dispersándose tan pronto como apareció.
Ahora los medios apenas dedican atención a «La Droga», ya no es una prioridad de las instituciones e incluso dos de los cuatro partidos más votados en las recientes elecciones incluían en sus programas legalizar parte de ellas sin que eso generase ningún escándalo. ¿Quiere decir que hemos progresado? En ese aspecto sí, pero ahora simplemente tenemos otra clase de alarmismo con el que generar histeria cuya mera mención hará que otro lector pedirá que me despidan, pese a tener una boca que alimentar. Solo una aunque muy grande, eso sí. Así que son, como de costumbre, malos tiempos para la libertad de expresión, porque la Ventana Overton siempre estará ahí, solo cambian los temas en cada década.
rtrgLa cuestión es que en este cambio jugó un papel fundamental Escohotado. Con él veíamos cómo frente a la ignorancia y el miedo, que son los hilos con los que otros pueden manejarnos, cabía la posibilidad de un espíritu ilustrado y autónomo. Esta actitud la mantuvo en otras facetas y por ejemplo sus críticas al GAL le valieron dejar de ser publicado en un periódico cuyo nombre ahora no logro recordar. En los noventa mantuvo un debate público con Savater en el que se mostró inicialmente a favor de la negociación con ETA y tras escuchar las razones de su adversario… ¡cambió de opinión! No nos consta que tras ese insólito proceder ardiera por combustión espontánea. Mientras tanto había estado publicando libros sobre temas diversos como los roles de género en Rameras y esposas, el poder político en El espíritu de la comedia y en El retrato del libertino indagaba en cuestiones antropológicas sobre los placeres prohibidos. En Caos y orden desarrollaría esa idea de fondo sobre la libertad de seres autónomos autoorganizándose frente a un sistema jerárquico, lo que le valió premios, buena acogida del público y también alguna que otra reacción furibunda ante lo que consideraban intrusismo en sus parcelas de especialización.
Ya en este tercer milenio, con siete hijos tras de sí, un fracaso amoroso le llevó a trasladarse durante un año sabático a Tailandia. De este periodo surgió Sesenta semanas en el trópico, un libro-diario bastante simpático en el que además de expresar la manía que les cogió a los asiáticos ya se perfila lo que él define como la obra de su vida: Los enemigos del comercio. Aquella idea que planteaba en Caos y orden ahora la aplicaría a la economía, anteponiendo a Adam Smith sobre Marx, el libre comercio sobre el control estatal. Naturalmente esto escandalizó a algunos de sus seguidores, pero prefirió traicionarlos a ellos que a sí mismo. En vez de dormirse en los laureles y sestear repitiendo lo mismo una y otra vez, década tras década, se embarcó en un nuevo campo de estudio que en el fondo era coherente con la idea de libertad que llevaba décadas defendiendo, al menos desde que se le quitara la tontería de entrar en el Vietcong de cuarenta años atrás. La idea del comunismo como una herejía del cristianismo que desarrolla aquí Escohotado no es desde luego invención suya y ya hace setenta años André Guide lo veía así:
Lo que me lleva al comunismo no es Marx, sino el Evangelio. Es el Evangelio lo que me ha formado. Son los preceptos evangélicos, la forma que han hecho adoptar a mi pensamiento, al comportamiento de todo mi ser, lo que me ha inculcado la duda de mi valor propio, el respeto del prójimo, de su pensamiento, de su valor, y que en mí han fortalecido este desdén, esta repugnancia a toda posesión particular y a todo acaparamiento.
George Steiner posteriormente también se extendería sobre ello en Nostalgia del absoluto, pero sí es mérito de nuestro autor remontarse a los orígenes mismos del cristianismo y a la secta de los ebionitas, con su ideal pobrista sobre que toda propiedad es un robo y el comercio su instrumento, y trazar desde ahí un minucioso recorrido histórico en el que enfrenta las comunidades igualitarias religiosas y militares con la naciente burguesía medieval. Pero si quieren conocer más detalle sobre esta obra puede oírle explicándola con sus propias palabras en esta conferencia (en la que además, mostrando su buen gusto, reivindica una película tan buena e incomprendida como 300). Hace un par de años publicó el segundo volumen y ahora prepara el tercero. Solo nos cabe desearle más energía para que continúe indagando en este u otros temas y ampliando así esta trayectoria tan singular.
¿Y a santo de qué este imperfecto repaso de su vida y obra de las líneas anteriores? Pues a que hace unos días se ha publicado un libro que aspira a abarcar toda ella titulado Frente al miedo. En torno a algo más de seiscientas páginas se ha resumido con más acierto que en este artículo los grandes asuntos que han captado su atención, mediante artículos en prensa, conferencias, entrevistas y fragmentos de aquí y de allá. Su interés es desigual, pues en algunos casos alcanza una densidad espeluznante cuando se pone a hablar de ontología y otras resulta mucho más claro y didáctico, aunque al tratarse de una recopilación de textos no es necesario leerlo todo ni leerlo en orden. Al gusto del lector. Lo que encontrará casi siempre, eso sí, es a un escritor de excepcional erudición, que aporta infinidad de ideas, datos e hilos de los que tirar, ya nos hable de los primeros ascetas cristianos, de los colonos americanos o de la Ley Seca y sus justificaciones ideológicas. Y, también, algunos apuntes autobiográficos con los que explicarse a sí mismo, pues según apunta en sintonía con lo que decíamos al comienzo: «En este país la pasión por el estudio es casi tan peligrosa como no pertenecer a alguna capilla»
No hay comentarios:
Publicar un comentario