miércoles, 27 de enero de 2016

Los mansos españoles

"Si es de aquí, no va a ninguna parte" es el paradójico endecasílabo que nos define y nos mata. El español, sea lo que sea lo que designe esta palabra, siempre ha sido servil y mansurrón. Cualquiera que eche una mirada atrás a su historia y su cultura no parará de ver hitos de domesticidad por un camino ancho y real. No hizo revolución alguna, no aportó nada a la evolución social, más bien se empeñó en retrasarla y, de haber sido posible, la habría destruido. Cuando intentó hacerla, descreyó de ella, la perdió o la transformó en una involución, tanto desde el punto de vista social (Comuneros, 1812, 1820, 1868) como cultural (fracaso del Renacimiento, de la Ilustración, de la Institución Libre de Enseñanza, del Regeneracionismo). La literatura no hace sino confirmarlo. Ese "buen vasallo" que era el Cid, siempre en busca de un "buen señor" a quien "servir", se postraba ante el rey en sumisión rastrera, incluso mordiendo las yerbas del suelo como una oveja:

Las yerbas del campo a dientes las tomó (v. 2022)

Pese a lo cual prefiero a un militar como el Cid, amigo del mudéjar "moro de paz" (así lo llama el cantar de gesta) Abengalbón, que a uno de sus admiradores que nunca se lo leyó, F. F., más amigo de otro tipo de moros. El Cid nunca se habría levantado contra la autoridad, como un vulgar matón, delincuente, sinvergüenza o pepeíta saqueador. Si hubiera visto a una fiera, la habría conducido a su jaula como condujo al león. Era una época con sentido del honor, no con lo que había entonces y vuelve ahora, gracias principalmente al pepeísmo y a los psoeteros. 

Poco tiempo después, en España empezó a ser una heroicidad hacer lo correcto (véase Quijote). El Siglo de Oro es el cierre de una época, no anuncia Nada. Porque Nada debe Europa después a esta España mariana, obediente, senequista, esclava, servil, "amante de su rey", como decía Vives, si mal no recuerdo, uno de tantos exiliados de mala gana, como Blanco White o nuestros manchegos Juan Calderón y Félix Mejía. Porque nuestro país expulsó siempre a todos sus herejes, heterodoxos, perfeccionistas, anticorruptelas o simplemente gente estudiosa a Europa y América y siempre dejó en su seno a lo más tontaina, paleto, vulgar, pueblerino, servil, pesetero y sin idiomas (que eso de los idiomas desnaturaliza mucho). Ahora buscan un rector para su poco universal universidad, donde son escasísimas las cátedras conferidas a extranjeros. Es "natural", o aldeano, si prefieren: si nuestros valiosos se hubieran quedado habrían terminado en humo o se habrían quedado en los huesos por consunción, hambre o ninguneo, o con tiro de gracia entre ceja y ceja, que en España solo ofende lo que hay de cejas para arriba. Porque el nacionalismo unicista y desintegrador, al modo que aquí se entiende, siempre ha sido un buen fuego para consumirnos, hasta el punto de que lo que queda de España es solamente eso: cenizas.

El pueblo español es esos palurdos que se ofrecieron a tirar del carromato de Fernando VII como burros (y tal vez lo eran), queriendo significar a su entrada en Madrid cuánto se alegraban de volver a ser serviles tras la Constitución de Cádiz. En España nunca hubo un socialismo que llegara verdaderamente al poder porque lo usurparon pijos como el hermoso Barreditas de Famosa; pero también porque aquí todo el pueblo era de derechas, con coletas, moños o tirabuzones, y más papero y pepero que el papa, porque de la papa se come y del Pepe se pilla que es la repepera. 

En noviembre de 1976 solo hubo un pueblo en toda España que votó por perpetuar el franquismo, y era manchego: Consuegra. En todo el epigastrio de Castilla-La Mancha. Un lugar hundido a los pies de castillos en el aire y molinos de viento por lo más alto. Sobre este hecho escribió un hermoso libro la periodista Mariángeles Arazo, El libro negro de Consuegra (Madrid: Sedmay S. A., 1977), que, para variar, he comprado por un euro en una librería de viejo (es el único lugar donde encontrar la España real). Qué miedo tenían los del pueblo, a quienes llama la autora chuscamente, tomándolo del periodista Cándido, "los últimos de Consuegra". Un miedo que crea más mentiras, sistemas delirantes, mariconerías e idioteces que un seminario conciliar,  un sistema para grabar hombres como si fueran discos de vinilo hasta que se rayan o se vuelven santos. Frases de los consaburenses: "Mi única doctrina es vender: terminar de pagar el chalet y que no nos falte de nada... ¡Que me vengan ahora con el socialismo ese!". Viene una espectacular imagen de un monumento con los nombres de 69 religiosos fusilados del bando que empezó la guerra... y ninguno, como ocurre en toda España, a los fusilados demócratas antes y después de la guerra por el bando vencedor. Y paro de escribir. Hay tanto que escribir...

No hay comentarios:

Publicar un comentario