Para mí la transición tiene su epifanía en cierto tipo de cine en el que a veces pueden encontrarse atisbos de quid divinum. Uno podía sentirlos, inconfundibles, en películas como El fantasma y la señora Muir de Mankiewicz, pero en el cine español esos fragmentos de eternidad se dejan ver más raramente, porque su volumen de producción es escaso y padece limitaciones de que otras cinematografías carecen.
Había frescura en el Fernando Trueba de Ópera prima, y la revivió más tarde en su La niña de tus ojos, que logra acuñar un neologismo tan híbrido como castañeten y descuelga la luna de un disparo; se le ve el buen plumero de Billy Wilder y un toqueteo abusón de Lubitsch; ahora amenaza con una segunda parte enjaretada en el legendario Bosque de acebo. Era la llamada entonces Escuela de Madrid, una especie de revoltijillo europeo-carpetano gobernado por una pagana e irreverente diosa Metragirta. En el campo de la imagen puramente emotiva, es difícil superar a Juanma Bajo Ulloa y sus brutolíricas Alas de mariposa, una mariposa negra como la terrible de Nicomedes Pastor Díaz o la de los Machado. Mucho se ha hablado y escrito sobre Pedro Almodóvar, en realidad solo un naturalista amante de épater le bourgeois, y en especial al necio partisano y païsano Diego Galán, dictador de la crítica celuloidítica de entonces, junto a Ángel Fernández-Santos, Augusto M. Torres y Carlos Boyero, igual de païsanos, o el infumable e infumativo Carlos Pumares, a cuál peor; les he leído mucho y sé de qué detesto. Pese a sus resabios norteamericanos, Almodóvar, dióscuro del missing McNamara (quien ha asomado la cabeza en su Fabiografía, 2014), vive aún de su autogénesis (que algún maligno diría es copiarse a sí mismo). Debe mucho (a espuertas incluso) a Eloy de la Iglesia, cineasta injustamente llevado al rincón de pensar y que impresiona con obras tan destorcidas y desenderezadas, quiero decir redondas, como Colegas, uno de los mejores papeles de un Enrique San Francisco que parece arrancado de un texto de Joaquín Dicenta, nuestro único maldito verdadero. Poco de lo que hizo después llega a la altura de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? pero como escritor, desde luego y desde ya, se disfruta mucho también (Patty Diphusa y otros textos) y, aunque solo fuera por cultivar esa faceta tan tipicomanchega que es el humor, de la que tantos hoy repulgan (pues es el género más difícil, que lo diga el maestro del monólogo humorístico manchego de anteguerra, Luis Esteso y López de Haro), ya merecería estar entre los mejores. Me gustó también el indefinible aroma de tiempos pasados que ofrenda el carca José Luis Garci de Las verdes praderas y los híbridos Crack, también por sus sermones de cura creyente sobre celuloide blanquinegro; y el Gonzalo Suárez (novelista igualmente, y no malo) de Remando al viento y su shakesperiano Epílogo, con canallesco Paco Rabal y todo. Debo mencionar, desde luego, la labor divulgante del cineclub Juventud Manchega (Juman) y su ya citado pirata informático sin loro electrónico Paco Badía, and José Luis Vázquez (y vaya por el Vázquez de la historieta, el acosado por sastres asesinos). Aunque para mí el cine de esa época que dicen prodigiosa y otros progidiota consiste también en unos cuantos autores y películas de las afueras de aquí. El Samuel Fuller de Uno rojo, con su fumador matabisoños Lee Marvin, o su filosófico y negrísimo Perro blanco, tan conductista como la genialoide Naranja mecánica de Kubrick, que me acuso de haber visto más de cuarenta veces; Peter Weir (El año que vivimos peligrosamente y otras); el ya citado David Lynch (con sus imágenes surrealistas, sus personajes dobles y triples, sus carreteras de Moebius y su "Club Silencio", en el que muchos ciertamente estamos tan sedentes o sedantes como (des)colocados); Ridley Scott, solamente por Los duelistas (1977) y su por Dios tocada Blade runner (1982); el último Bergman de Fanny y Alexander, con sus fantasmas latosos, sus judíos medio dormidos (o medio despiertos) y sus desoladadas memorias Linterna mágica; el Scorsese aparentemente ligero y milimetrado de Jo que noche; Alan Parker con su jodido Expreso de medianoche y su lírico El muro; el John Boorman de Excalibur (Merlín más poderoso como sueño que como realidad); los Monty Phyton, sin duda los cómicos de la década (con perdón de Les Luthiers) por su La vida de Brian, que me querían censurar los curas, y El sentido de la vida; El ansia, de Tony Scott, que me hace sentir muy, pero que muy viejo, casi a punto de guardarme en una caja; Feliz navidad mister Lawrence de Nagisa Oshima, con esos paganos recuerdos más desesperados e intensos que la misma vida; Paris, Texas de Wim Wenders: la descongelación de un espíritu; El beso de la mujer araña de Babenco, que enseña a amar sin libertad alguna; la diminuta flor que subsiste en los Sueños de Akira Kurosawa, que refleja lo poco y lo mucho que cabe esperar al borde de la existencia; Sangre fácil y Barton Fink de los Cohen, por su portentosa alquimia de lo tragicómico y lo mucho que agota ser nihilista; La tumba de las luciérnagas y El viaje de Chihiro de Takahata / Miyazaki, por sus mitologías dibujadas y remotas; Noche en la tierra de Jim Jarmusch, por su profunda humanidad y comicidad y su cura moribundo; Kevin Smith / Bob el Silencioso... y algunos otros que ahora no acierto a evocar, a veces por un simple minuto o una línea de guion.
En cuanto a la cultura en general de esa época en relación con las instituciones manchegas, salvo raras y honrosas excepciones, no se hizo nada (si es que es hacer algo una enésima y plagiaria edición del Quijote, para "variar"). En literatura al menos, que es de lo que menda entiende o "cree entender", como dice (o cree decir) Casado, esto parece especialmente grave, pues más allá del Quijote los municipayos y diputeros se ven en pelotas o como si no las tuvieran, con las neuronas colgando, suponiendo que tengan más de una, pues su falta de ancho de banda les impide alzar la vista más allá de las migas y el chorizo en que hozan. Confunden cultura y dolor de cabeza, pero no, no, no: no es un dolor de cabeza, es pensamiento. Y al pensamiento se llega muchas veces no por la charanga, la pandereta, las fotos y los dibujos de nuestros desarbolados paisajes, sin aire siquiera para sus molinos ni para dar un suspiro, sino por el esfuerzo y la recuperación de la cultura remota a través de las vías de los renglones escritos, la lectura y la investigación.
Por eso seguramente sonará a marciano, en el contexto citado, que hable de eslavistas como el ya referido Díaz Pintado o Antonio Ríos Rojas, exalumno del mi ya mentado amigo y colega José Antonio Alcaide Negrillo, un doctor en Filosofía por Salamanca y profesor de la misma materia en Viena (que está al otro lado de Miguelturra, creo), especializado en filosofía medieval (Maimónides y el mundo judío) y contemporánea (Heidegger, Sloterdijk) desde hace años orientado a investigar la literatura universal, en particular Cervantes, como buen manchego, pero también León Tolstoy. Resulta sangrante que ni siquiera se haya publicado en estos lares ni una sola reseña de su monumental Lev Tolstoi. Vida y obra (Madrid: Rialp, 2006), pero, la verdad, a folletos de venta de melones como La Tribuna y Lanza, de contenido cultural menos que plano, tampoco se les puede pedir ni una rosquilla de Homer Simpson, cuando ni siquiera han reseñado la obra de la mayoría de los que escriben por acá; antes bien, puede hallarse todavía en la estratigrafía de sus páginas de fango a fósiles como el extinto Pérez Henares, al opusdeílatra Pedro Peral, los coprolitos de Camarena, algún molusco merkelibranquio de Miguel Ángel Rodríguez o a su mudo conmilitón, el áptero insecto José María Barreditas, de oficio endeudador de comunidades y cobrador de política (paleolítica, por lo que dura esta vergüenza bolsillizada), o peorcito aún, si cabe, que cabría, pues eso de cabrear se les da más que dabuten (o debuten, como escribe Galdós). Analfabetismo funcional, que se diz, y dureza tremenda de mollares esa de no leer a nadie cuando quieren que los lean a ellos. No hacen falta las cuatro operaciones y saber escribir sin faltas de ortografía para saber qué es lo que hay en lo que hay, cuando dicen solo que algo hubo en lo que hubo, en los tiempos de tocar la pera y hacer peradas, como decía mi sargento, que es lo que hacen lamiéndose mutuamente las prebendas y cagándose en el parque de lo público sin que nadie se ocupe de ponerles cadenas ni multen a sus dueños, los bancos. Que son gente muy redundante, dos veces ellos mismos o más, y además encantados de haberse conocido y reconocido y vuelto a representarse, y muy remirados y requeteremirados. Que es mucho lo que hay desde que hay merdocracia, en el espacio y en el tiempo, aunque sea en el seno tragaldabas de un agujero tan negro como el que hay entre la nalga derecha del PP y la izquierda del PSOE.
Por demás, y en cuanto a la languideciente, desconectada y marciana sucursal de Madrid que es la desuniversidad manchega o especie de organismo celebrador de simposios absurdos, reuniones pierdetiempo y viajes a tomar por culo siempre que no sea en estos sitios tan feúchos, cualquier excusa es válida para no ocuparse de imbricarse en el tejido productivo editorial o cultural "de aquí", despreciando por igual y muy democráticamente a alumnos, becarios, exalumnos y doctores y robando fondos de donde sea para satisfacer mezquinos proyectos de ego particulón, en vez de escribir libros o colaborar con los egresados en empresas colectivas que revitalicen la cultura local. La universidad manchega no habita en ninguna parte ni se encuentra siquiera fuera de La Mancha, en sus aledaños desconcentrados (que mala es la desconcentración para estudiar), que por no poseer no posee ni campus; ¿qué diríamos del dinero?
Había frescura en el Fernando Trueba de Ópera prima, y la revivió más tarde en su La niña de tus ojos, que logra acuñar un neologismo tan híbrido como castañeten y descuelga la luna de un disparo; se le ve el buen plumero de Billy Wilder y un toqueteo abusón de Lubitsch; ahora amenaza con una segunda parte enjaretada en el legendario Bosque de acebo. Era la llamada entonces Escuela de Madrid, una especie de revoltijillo europeo-carpetano gobernado por una pagana e irreverente diosa Metragirta. En el campo de la imagen puramente emotiva, es difícil superar a Juanma Bajo Ulloa y sus brutolíricas Alas de mariposa, una mariposa negra como la terrible de Nicomedes Pastor Díaz o la de los Machado. Mucho se ha hablado y escrito sobre Pedro Almodóvar, en realidad solo un naturalista amante de épater le bourgeois, y en especial al necio partisano y païsano Diego Galán, dictador de la crítica celuloidítica de entonces, junto a Ángel Fernández-Santos, Augusto M. Torres y Carlos Boyero, igual de païsanos, o el infumable e infumativo Carlos Pumares, a cuál peor; les he leído mucho y sé de qué detesto. Pese a sus resabios norteamericanos, Almodóvar, dióscuro del missing McNamara (quien ha asomado la cabeza en su Fabiografía, 2014), vive aún de su autogénesis (que algún maligno diría es copiarse a sí mismo). Debe mucho (a espuertas incluso) a Eloy de la Iglesia, cineasta injustamente llevado al rincón de pensar y que impresiona con obras tan destorcidas y desenderezadas, quiero decir redondas, como Colegas, uno de los mejores papeles de un Enrique San Francisco que parece arrancado de un texto de Joaquín Dicenta, nuestro único maldito verdadero. Poco de lo que hizo después llega a la altura de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? pero como escritor, desde luego y desde ya, se disfruta mucho también (Patty Diphusa y otros textos) y, aunque solo fuera por cultivar esa faceta tan tipicomanchega que es el humor, de la que tantos hoy repulgan (pues es el género más difícil, que lo diga el maestro del monólogo humorístico manchego de anteguerra, Luis Esteso y López de Haro), ya merecería estar entre los mejores. Me gustó también el indefinible aroma de tiempos pasados que ofrenda el carca José Luis Garci de Las verdes praderas y los híbridos Crack, también por sus sermones de cura creyente sobre celuloide blanquinegro; y el Gonzalo Suárez (novelista igualmente, y no malo) de Remando al viento y su shakesperiano Epílogo, con canallesco Paco Rabal y todo. Debo mencionar, desde luego, la labor divulgante del cineclub Juventud Manchega (Juman) y su ya citado pirata informático sin loro electrónico Paco Badía, and José Luis Vázquez (y vaya por el Vázquez de la historieta, el acosado por sastres asesinos). Aunque para mí el cine de esa época que dicen prodigiosa y otros progidiota consiste también en unos cuantos autores y películas de las afueras de aquí. El Samuel Fuller de Uno rojo, con su fumador matabisoños Lee Marvin, o su filosófico y negrísimo Perro blanco, tan conductista como la genialoide Naranja mecánica de Kubrick, que me acuso de haber visto más de cuarenta veces; Peter Weir (El año que vivimos peligrosamente y otras); el ya citado David Lynch (con sus imágenes surrealistas, sus personajes dobles y triples, sus carreteras de Moebius y su "Club Silencio", en el que muchos ciertamente estamos tan sedentes o sedantes como (des)colocados); Ridley Scott, solamente por Los duelistas (1977) y su por Dios tocada Blade runner (1982); el último Bergman de Fanny y Alexander, con sus fantasmas latosos, sus judíos medio dormidos (o medio despiertos) y sus desoladadas memorias Linterna mágica; el Scorsese aparentemente ligero y milimetrado de Jo que noche; Alan Parker con su jodido Expreso de medianoche y su lírico El muro; el John Boorman de Excalibur (Merlín más poderoso como sueño que como realidad); los Monty Phyton, sin duda los cómicos de la década (con perdón de Les Luthiers) por su La vida de Brian, que me querían censurar los curas, y El sentido de la vida; El ansia, de Tony Scott, que me hace sentir muy, pero que muy viejo, casi a punto de guardarme en una caja; Feliz navidad mister Lawrence de Nagisa Oshima, con esos paganos recuerdos más desesperados e intensos que la misma vida; Paris, Texas de Wim Wenders: la descongelación de un espíritu; El beso de la mujer araña de Babenco, que enseña a amar sin libertad alguna; la diminuta flor que subsiste en los Sueños de Akira Kurosawa, que refleja lo poco y lo mucho que cabe esperar al borde de la existencia; Sangre fácil y Barton Fink de los Cohen, por su portentosa alquimia de lo tragicómico y lo mucho que agota ser nihilista; La tumba de las luciérnagas y El viaje de Chihiro de Takahata / Miyazaki, por sus mitologías dibujadas y remotas; Noche en la tierra de Jim Jarmusch, por su profunda humanidad y comicidad y su cura moribundo; Kevin Smith / Bob el Silencioso... y algunos otros que ahora no acierto a evocar, a veces por un simple minuto o una línea de guion.
En cuanto a la cultura en general de esa época en relación con las instituciones manchegas, salvo raras y honrosas excepciones, no se hizo nada (si es que es hacer algo una enésima y plagiaria edición del Quijote, para "variar"). En literatura al menos, que es de lo que menda entiende o "cree entender", como dice (o cree decir) Casado, esto parece especialmente grave, pues más allá del Quijote los municipayos y diputeros se ven en pelotas o como si no las tuvieran, con las neuronas colgando, suponiendo que tengan más de una, pues su falta de ancho de banda les impide alzar la vista más allá de las migas y el chorizo en que hozan. Confunden cultura y dolor de cabeza, pero no, no, no: no es un dolor de cabeza, es pensamiento. Y al pensamiento se llega muchas veces no por la charanga, la pandereta, las fotos y los dibujos de nuestros desarbolados paisajes, sin aire siquiera para sus molinos ni para dar un suspiro, sino por el esfuerzo y la recuperación de la cultura remota a través de las vías de los renglones escritos, la lectura y la investigación.
Por eso seguramente sonará a marciano, en el contexto citado, que hable de eslavistas como el ya referido Díaz Pintado o Antonio Ríos Rojas, exalumno del mi ya mentado amigo y colega José Antonio Alcaide Negrillo, un doctor en Filosofía por Salamanca y profesor de la misma materia en Viena (que está al otro lado de Miguelturra, creo), especializado en filosofía medieval (Maimónides y el mundo judío) y contemporánea (Heidegger, Sloterdijk) desde hace años orientado a investigar la literatura universal, en particular Cervantes, como buen manchego, pero también León Tolstoy. Resulta sangrante que ni siquiera se haya publicado en estos lares ni una sola reseña de su monumental Lev Tolstoi. Vida y obra (Madrid: Rialp, 2006), pero, la verdad, a folletos de venta de melones como La Tribuna y Lanza, de contenido cultural menos que plano, tampoco se les puede pedir ni una rosquilla de Homer Simpson, cuando ni siquiera han reseñado la obra de la mayoría de los que escriben por acá; antes bien, puede hallarse todavía en la estratigrafía de sus páginas de fango a fósiles como el extinto Pérez Henares, al opusdeílatra Pedro Peral, los coprolitos de Camarena, algún molusco merkelibranquio de Miguel Ángel Rodríguez o a su mudo conmilitón, el áptero insecto José María Barreditas, de oficio endeudador de comunidades y cobrador de política (paleolítica, por lo que dura esta vergüenza bolsillizada), o peorcito aún, si cabe, que cabría, pues eso de cabrear se les da más que dabuten (o debuten, como escribe Galdós). Analfabetismo funcional, que se diz, y dureza tremenda de mollares esa de no leer a nadie cuando quieren que los lean a ellos. No hacen falta las cuatro operaciones y saber escribir sin faltas de ortografía para saber qué es lo que hay en lo que hay, cuando dicen solo que algo hubo en lo que hubo, en los tiempos de tocar la pera y hacer peradas, como decía mi sargento, que es lo que hacen lamiéndose mutuamente las prebendas y cagándose en el parque de lo público sin que nadie se ocupe de ponerles cadenas ni multen a sus dueños, los bancos. Que son gente muy redundante, dos veces ellos mismos o más, y además encantados de haberse conocido y reconocido y vuelto a representarse, y muy remirados y requeteremirados. Que es mucho lo que hay desde que hay merdocracia, en el espacio y en el tiempo, aunque sea en el seno tragaldabas de un agujero tan negro como el que hay entre la nalga derecha del PP y la izquierda del PSOE.
Por demás, y en cuanto a la languideciente, desconectada y marciana sucursal de Madrid que es la desuniversidad manchega o especie de organismo celebrador de simposios absurdos, reuniones pierdetiempo y viajes a tomar por culo siempre que no sea en estos sitios tan feúchos, cualquier excusa es válida para no ocuparse de imbricarse en el tejido productivo editorial o cultural "de aquí", despreciando por igual y muy democráticamente a alumnos, becarios, exalumnos y doctores y robando fondos de donde sea para satisfacer mezquinos proyectos de ego particulón, en vez de escribir libros o colaborar con los egresados en empresas colectivas que revitalicen la cultura local. La universidad manchega no habita en ninguna parte ni se encuentra siquiera fuera de La Mancha, en sus aledaños desconcentrados (que mala es la desconcentración para estudiar), que por no poseer no posee ni campus; ¿qué diríamos del dinero?
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