Lo cuenta Quevedo en una carta llena de tópicos, nada más: lo mucho que bebieron, comieron y se divirtieron.
Su Majestad es tan alentado que los más días se pone a caballo y no le retiran nieves ni granizos. En Tembleque, recibió aquel Concejo a Su Majestad con una fiesta de toros, a dicho de alarifes de rejón, valentísimos toreadores de riesgo y alguno acertado. Bonifaz lo miraba y de nada se dolía. Tuvieron fuegos a propósito y bien ejecutados. Mató su Majestad de un arcabuzazo un toro que no pudieron dejarretar. Y apareciéndosenos en la mesa del Almirante, Bonifaz, caballerizo de los chistes del rey y guadaña de los guisados.
El día siguiente fuimos a Madridejos, donde Bonifaz se nos apareció entre los platos y las tazas, diciendo: «Yo soy Bonifacio, que todas las cosas masco».
Salimos para La Membrilla; y a ruego de los regidores de Manzanares, por consolar aquellos vasallos, pasó Su Majestad por su encomienda de V. Exª. y a todos pareció muy bien el lugar.
Bajamos a La Membrilla, donde el sueño se midió por azumbres, y hubo montería de jarros, donde los gaznates corrieron zorras, hubo pendencias y descuidos de ropa.
Emperezose el madrugar, y partimos para mi Torre de Juan Abad, donde para poder Su Majestad dormir, derribó la casa que le repartieron; tal era, que fue de más provecho derribada. Aquí el Caballero de la Tenaza se recató de todos. Era de ver a don Miguel de Cárdenas con un hacha de paja en las manos, hecho cometa barbinegro, andar por los caminos como alcalde en pena, dando gritos.
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