Cuando soy feliz no siento necesidad de escribir; en otros, creo, es al revés: si están deprimidos, no pueden escribir ni una sola línea, y viceversa. Eso se explica porque la escritura es una especie de contrapeso que afecta de modo distinto a extravertidos e introvertidos. Por eso creo que es propio decir que a mí la escritura me salva la vida, como para mis opuestos la escritura, seguramente, les devuelve a su fuero propio, los concentra, los contempla, los acompaña a la vez que los aísla. El difunto Eco afirma que escribir es una forma de ordenar la experiencia, de sacarle alguna estructura o sentido; se nota que es semiólogo. Sin duda; esa especie de racionalización es la que da a la escritura su carácter terapéutico, curativo. La escritura es un hilo o renglón que va tejiendo el capullo de una transformación, a veces incluso la de varias transformaciones o metamorfosis. En Dante, a juicio de Ángel Crespo, hay mucho de eso, mucho Ovidio implícito.
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