Así acaba Autorretrato sin retoques, (1996) de Jesús Pardo:
Morire necesse est, vivere no est necesse, puedo haber escrito Virgilio.
Esta fue la más oportuna de mis varias muertes, y de la que mejor y más prontamente resucité.
Si la vida fuese simple preparación para la vejez, y ésta su digestión, la muerte sería su excremento.
Esto haría de la muerte brevísima plenitud de vida; solo el instante mismo de morir, porque al muerto la muerte ya le ha pasado.
Lo malo es que no es así: la juventud termina en vejez, su caricatura; la vejez, en muerte arbitraria, que es borrón sin cuenta nueva. y la razón, acuciada a decir la verdad, confiesa no ver justicia en esto.
Nunca recuperamos el tiempo: es el tiempo, entidad emisora de nosotros mismos, el que nos recupera, resumiéndonos en él, de modo que se da la paradoja de que nuestra inmortalidad es inevitable, pero al precio de desaparecer en el tiempo.
Así medita el citabilísimo Ezra Pound al final de su último canto pisano:
If the hoar frost grip thy tent / Thou wilt give thanks when night is spent.
Si la helada escarcha agarra tu tienda, / darás gracias cuando se pase la noche.
¿A quién hay que dar las gracias?
No a mí mismo, ciertamente, por ser sayón de mi verdugo, que es el tiempo.
Ni al tiempo, ni al verdugo del tiempo, si lo hay.
Ni a Dios, cuya única excusa es no existir.
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