Los que llaman blasfemia a que una reinona se vista de María siempre virgen deberían extenderla a que Franco anduviera bajo palio como el Santísimo Sacramento. No me imagino a otros genocidas con tan religioso reconocimiento, pero, ya se sabe, después de sufrir diez persecuciones o exterminios por parte de la religión pagana, la católica empezó a perseguir y a exterminar a su vez a otras religiones: a moros, a judíos, a protestantes y, en efecto, a homosexuales. Es raro que consideren a la homosexualidad a la altura de una religión, pero es que aunque Cristo no legisló nada en cuestiones de bragueta los católicos siempre se han sentido más cristianos que Cristo, y un polvo heterodoxo les ha parecido siempre algo muy místico, aunque sea una postura poco misionera.
No es que sirva de mucho consuelo respecto a las religiones y las creencias en general; incluso el budismo tuvo sus fanáticos, como el emperador Asoka. Pero también es verdad que el cuerpo podrido de nuestro fanático sigue aquí enterrado bajo una enorme cruz, distinción que solo debería reservarse a los más ilustres vampiros transilvanos. Por aquí no pasa el tiempo, y seguimos envueltos en un posfascismo que tiene mucho de posverdad.
Pero no quiero hacer de Paca la Culona un demonio; los que quieren hacerse tan indiscutibles como Dios siempre están buscando un demonio al que culpar de sus propias fealdades; lo hacen Rajoy, los catalanes, los de Podemos, todos: el exorcismo es el deporte más practicado en España después del fútbol. Porque lo que realmente nos define es el narcisismo; incluso cabría llamarlo narsimismo o narcinismo, para subrayar su intringulismo y otras cosas acabadas en -ismo. Yo, que estoy molesto con la blasfemia de esa impúdica reinona, estoy aún más molesto con las blasfemias de los curas, de quienes los psiquiatras afirman que un seis por ciento es pederasta. Menuda cruz tienen que sufrir los otros, los buenos y honestos, que no dudo los habrá: de todo hay en la viña del Señor. Incluso uvas.
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