Ida y vuelta es una antología de los diversos libros poéticos inéditos de nuestro coterráneo Alfonso González-Calero (1951). La preceden un buen ensayo prologal del poeta alcazareño (injertado en Barcelona), José Corredor Matheos, al que debimos también una apresurada autobiografía hace meses (hay muchos manchegos catalanizados, desde Raimundo Escribano a Federico Gallego Ripoll, y la lista es aún más amplia) y la posceden dos poemas dedicados al autor por Miguel Galanes y Francisco Gómez-Porro. Contiene seña de seis libros: Para dudar que vivo (1985-1995), Cuaderno blanco (2002-2003), Cuaderno de madrugadas (2001-2005), Sin paisaje (2000-2004), Un verano se abre (2014) y Carácter y destino (2015).
Su autor es ya muy conocido; le deben mucho la cultura y la bibliografía manchegas y uno, que ha batallado y sufrido en trincheras próximas a la suya y colaborado en algunos de sus proyectos, ve en su libro las cicatrices de su aspérrimo e ingrato oficio. Su bien cortado verso libre, a veces heptasílabo o alejandrino, ofrece las oportunas respuestas: González-Calero se entrega a los laberintos del instante, y firma con ellos cada una de las hojas y el viento de este árbol, como también hacían los miembros de la primera Escuela de Nueva York, Frank O'Hara, en especial, que era un gestor cultural como él y a quien mucho me recuerda en cuanto a que el tiempo impregna todos y cada uno de sus poemas, firmados siempre en un aquí y ahora, como este haikú:
Agua que nada
conciencia que se sabe,
senda que acaba.
Pero González-Calero es elegíaco, al contrario que O'Hara. Por sus versos cruzan los símbolos de la soledad: los mapas, los caminos, el sueño, los espejos, los papeles... la congoja, en suma, de esa "vida que duele", como en este desgajado quiasmo: "Preso de mis angustias, de mis miedos cobarde". La mirada del poeta vaga siempre en busca de determinación, que encuentra apenas en los contados afectos de "repasar muertos, acariciar romos deseos / o recordar asuntos estérilmente olvidados / en el cajón sin fondo de la vida". Y así llega a preguntarse: "¿De qué estás hecho? / De tu propio orgullo, / de obras de los otros, / de despojos / y del leve cariño de unos cuantos". Su último libro parece reivindicar el espacio del yo y de la novedad frente a las formas diversas de todo lo que fue la vida: "Y el tiempo trajo el aire / y la respiración alzó la vida. / Con el tiempo, y el agua / llegaron nuevos barros / nuevas manchas sobre una tela ya manchada. / Pero, ¿quién dijo que la vida iba a ser limpia?". Los lemas remiten en su mayoría a poetas de la Generación del 50, de las más logradas de nuestra última lírica, con lo que denota asimismo su buen gusto; entre ellos anda asimismo el joven e inspirado poeta talaverano Miguel Ángel Curiel, al que tuve oportunidad de hablar un par de veces, pero cuya pista perdí ya hace mucho.
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