martes, 26 de diciembre de 2017

El otro jueves

Qué noche la del pasado jueves 21. Entraba el invierno como en Juego de Tronos, pero no deambulaban caminantes blancos, sino una Santa Compaña formada por achispados de cenas de empresa, chavaletos recién salidos de su primera evaluación de instituto y universitarios de aquí y erasmus de allí que se despedían con una mona monumental antes de marchar a sus pueblos, o más allá. Hasta les dio por salir de sus nórdicas cacheras a los culiparduzcos, empero del frío que pelaba. 

Había auténticas princesas de portal con faldita que mordían con labios de rouge; alguna reata de mozalbetes también, burlándose de los notas que iban agarrados al culo del camión de la basura; vi a uno que acabó estampado contra una de esas tetas monumentales que almacenan ecovidrio, cerca de la holandesa barra de barbero del Barbablue. Los jóvenes pasaban por La Caja y Essencia e iban a dar al Traste; los frikis y viejales como yo, por contra, se movían del 37 al Bastón (donde sonaba "Cielo", de los Esclarecidos; muy propio) Arabian (donde hacen descuentos a grupos) y, ya despabilados por el té, terminábamos perorando en el Living. Se veía sin embargo que navegar por costa Torreón ya no mola y que la gracia andaba en atracar en recovecos donde no te vieran; pero, ¡ay! no había tampoco do ir, jo. Tan muerto como el bar de "Cielo".

Me pongo a hacer costumbrismo ya que no se suele por aquí; pero cuando uno se siente tan desahuciado como un Murger paseando a horas que nadie o después de comer, no queda otra. Hace unos días por cierto llegué a una auténtica tierra de nadie: cerca de un hotel apagado y sin estrellas, el Escudero, al lado de la cerrada freiduría Sacha con su cartel en portugués Perigo de electricidade y frente a un almacén de caracoles. Sentí que allí había un agujero negro, no me digan cómo. Me puse a patear los puntos muertos donde escoge reunirse la hojarasca del vendaval y a contemplar cómo los remolinos jugaban al corro con el aire enfurecido. Solo faltaba un neón epiléptico para sentirme detrás del damasco de David Lynch. Había una soledad más grande que el siniestro almacén de la Cooperativa Farmacéutica de allí delante. Por cierto que cerca tenía un solar con una zanja magnífica para una fosa común. Si hubiera permanecido un poco más aquello habría parecido una película de Antonioni. Y todo el mundo huye de Antonioni. Hasta Mónica Vitti.

En otro paseo decidí ilustrarme con el sendero derecho de la carretera de Carrión, por detrás del polígono. Me acompañé esta vez de Javier Lumbreras, que también es un andurrial de contornos. Nada más iniciar el viaje nos encontramos ¡con dos cabinas de material pornográfico! Yo tenía entendido que esas cosas se vendían en tiendas especializadas, no al aire libre. Después cruzamos a la izquierda y en un vertedero ilegal de basuras nos saltaron dos conejos. Precisamente días después de que se anunciara la defunción del animador de Bugs Bunny, Bob Givens, a los 99. Pero ya no dejan ver ese tipo de animación... Cómo no sentir asco incluso de nuestra aporofóbica publicidad. Más adelante había un polígono de carreras de carts y una granja de avestruces, de las cuales una nos saludó cortésmente; yo creo que sentía más curiosidad por el paraguas de Javier que por nosotros.

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