El argumento enfrenta a dos hermanos que van a gozar de una comida deconstruida en un restorán ultrapijo de Washington con sus correspondientes parejas; pero en vez de comerse la horterada empiezan a merendarse simbólicamente entre ellos: uno está realizado, es un gran político; el otro es un profesor de historia fracasado y neurótico: se odian y se necesitan a la vez. Sus hijos han quemado a una mendiga en un cajero automático y deben llegar a una solución común para afrontar el hecho. Porque es eso en realidad lo que tienen que tragar en la cena. Y todo se resuelve no como el drama bergmaniano-griego que se plantea en la mayor parte del metraje, sino como era de esperar en esta época.
Recuerdo los desayunos de los Ewing en la famosa teleserie Dallas: un cruce continuo y psicópata de retrancas y puñaladas traperas. Se comían familiarmente unos a otros como estos Saturnos. Lo decía Vergniaud: "La revolución es como Saturno: devora a sus propios hijos". En este caso es el capitalismo, que tiene más hambre. Pero lo impresionante para mí fue el hecho central: cómo dos niñatos que querían sacar dinero se encuentran como barrera a una borracha durmiendo la mona delante del cajero y frustrados porque el asco les impide conseguir dinero le prenden fuego y además graban el hecho con sus móviles para tener un recuerdo y ganar pulgares arriba (el nuevo saludo fascista) en facebook. Es divertido (de di-verterse). La diversión o distanciamiento es el mecanismo que hace funcionar la comedia y, en general, el humor. La empatía, la catarsis, solo funciona en la tragedia. Y para la mayor parte de la gente solo lo cómico, lo divertido, es lo real.
Es tema actual esta moderna falta de empatía, que nos hace máquinas en vez de humanos, robots de una cuarta revolución industrial reificante y cosificadora. Para ello es fundamental el trastorno de evitación y mirarte a ti mismo o a otro lado, pero no al de enfrente. Hace poco, además, un famoso y joven youtuber estadounidense se hizo un vídeo-selfie de grupo también ante el árbol de una persona a la que acababa de descubrir ahorcada en el famoso bosque de los suicidas de Japón. Pasó de la estupefacción inicial a las risas a escasos metros del cadáver con comentarios del tipo: "¿estás vivo? ¿nos estás jodiendo?". Y colgó el vídeo para ganar visitas. Pero la gente protestó. Todavía hay gente a la que le molesta la falta de empatía y de compasión en una sociedad tan narcisista como esta... pero el canal de Youtube de este desnaturalizado fue el primero en alcanzar el millón de suscriptores en la historia de la red social.
Estamos perdiendo la condición humana. La robotización, la inteligencia artificial y la impresión 3-D, tres de las patas de la nueva revolución industrial, causarán un aumento sin igual del paro, pero eso no importa porque no es económico. La desgracia nunca es económica. La cuarta pata será la reificación o cosificación del hombre. Otros vídeos y películas ya lo están anunciando, como la última Blade runner 2049. Con el colapso de los sistemas ecológicos estamos además extirpando la vida no humana del planeta para transformarlo en una cosa. Y sustituimos a las personas por simulacros que se pueden consumir mejor. El narcisismo maligno del siglo XX (sustitución de las relaciones humanas por relaciones de consumo o virtualmente falsas y de apariencia a través de móviles y consumo de imágenes de sexualización desmedida), que vino a sustituir a la histeria represora del XIX, se debe precisamente a eso, a este tipo de alienación materialista, consecuencia del capitalismo burgués. No me cansaré de repetirlo: el mundo se ha vuelto demasiado económico. Como todo es cuestión de apariencia, ya nos da igual la verdad, porque resulta imposible determinarla (hemos perdido por completo la brújula moral); de ahí tantos bulos o fakes.
Y la celebración de la familia unida por la necesidad que tenía que ser la fiesta de Reyes (ellos entregaban símbolos, no regalos) se transforma en una fiesta comercial donde lo importante es el capricho y la cosa en vez del amor y de la gente. Deberíamos regalarnos unos a otros las sensibles mejoras en nuestro carácter, en nuestra vida y en nuestra humanidad que hayamos logrado y celebrarlas con los demás... Pero lo más probable, y para no pocos, es que nos comamos unos a los otros y que los bancos nos coman a todos. Incluso a los mendigos que duermen en los cajeros.
Y la celebración de la familia unida por la necesidad que tenía que ser la fiesta de Reyes (ellos entregaban símbolos, no regalos) se transforma en una fiesta comercial donde lo importante es el capricho y la cosa en vez del amor y de la gente. Deberíamos regalarnos unos a otros las sensibles mejoras en nuestro carácter, en nuestra vida y en nuestra humanidad que hayamos logrado y celebrarlas con los demás... Pero lo más probable, y para no pocos, es que nos comamos unos a los otros y que los bancos nos coman a todos. Incluso a los mendigos que duermen en los cajeros.
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