La lectura de las memorias de Pilar Bardem y la de una pieza de Chejov con motivo de la huelga feminista ha motivado este artículo; hablaré de ello más adelante, pero antes diré que para muchos las mujeres han sido y son el sexo fuerte no en corpulencia, sino en todo lo demás. Con el golpe de una mirada, sonrisa, atención o cualquiera de las gracias mil que atesoran, derriban a los mequetrefes como yo. Como si se cumpliera al revés lo que decía Simone de Beauvoir en su clásico ensayo sobre el feminismo, El segundo sexo: que a lo largo de la historia las mujeres nunca han tenido un papel sustantivo, sino que siempre han ocupado una función ancilar, vicaria o adjetiva, esto es, siempre han sido madres, hermanas, esposas, hijas de alguien superior y subordinante. Y eso que muchos nos sentimos hijos, esposos o hermanos rendidos a su servicio, lo que nos gratifica y no nos discrimina hasta el punto de tenerlo no ya por un placer, sino por un honor.
Y es que esta sumisión suministra una clase de gratificación comparable a la que sentían mujeres más tradicionales, supongo, por servir a los demás. La brutalidad del macho se encerraba antaño en la jaula de control que era el honor o dignidad; pero la sociedad actual no es honorable, aunque pretenda evolucionar a unos valores superiores que no ha podido de ninguna manera engendrar, y mucho menos desde el mero amor al dinero.
Ahora se entiende que no hay que servir a las mujeres, sino colaborar con ellas (que no ayudarlas) y equipararse en los dominios en que hay dominio por uno u otro sexo. Aunque la neurología y la constitución física hagan menos aconsejable esa igualdad en algunas áreas.
Pero de lo que no cabe duda es de que del mayor poder físico del varón alienó a la mayoría de las mujeres a lo largo de la historia y en especial en muchas culturas. Por lo cual la actual disolución o redefinición de estructuras antaño consideradas inmutables como el matrimonio o la familia. Que se empezaron a desdibujar cuando Nora dejó a su marido Torvald y a su hijo con un portazo y se dejara de juegos en la Casa de muñecas de Ibsen, ya que "más sagrados que los deberes con ellos eran los deberes consigo misma..." No estará de más decir que muchas mujeres, pese a lo que ha llovido, siguen tan pintadas y cosificadas por normas extrínsecas como las dichas muñecas.
Para ser un varón quizá he leído a demasiadas feministas. La más radical que recuerdo es sin duda una poetisa estadounidense, Susan Griffin. Se me quedó grabado un corto poema suyo, traducido por la recientemente fallecida Claribel Alegría:
Este es un poema para una mujer lavaplatos.
Este es un poema para una mujer lavaplatos.
Debe ser repetido
Debe ser repetido
Una y otra vez
Una y otra vez
Porque la mujer lavaplatos
Porque la mujer lavaplatos
No puede oír bien
No puede oír bien.
De esta cosificación, que padecieron en especial las mujeres españolas durante el franquismo, pueden dar cuenta las caudalosas (seiscientas páginas) memorias de la actriz Pilar Bardem. Admira la dureza de su temple: sobrevivió a dos cánceres y a un exmarido machista y gilipollas que casi nunca sostuvo a su familia, según lo pinta en el libro, que pese a todo parece muy objetivo. Pese a haberse fumado tres paquetes de cigarrillos durante casi toda su larga vida, Pilar Bardem acaba de cumplir 78 esplendorosos años. Quizá por sus apellidos de origen judío por ambos lados estaba genéticamente condicionada a sobrevivir a tan duras vicisitudes.
En efecto, su matrimonio se fue pronto al garete; el marido, de buena familia, era un calzonazos chulesco que nunca tuvo trabajo fijo: ni siquiera le decía el que tenía o le daba dinero para dar vestido y comida a sus hijos y pagar facturas. Ella tenía que trabajar y robar en las tiendas para mantenerlos. "No había en casa más dinero que el que yo ganaba y la pensión de mi padre":
Carlos era un hombre encantador, con un gran sentido del humor y muy inteligente. Gran conversador. Lo era la mayoría del tiempo pero cuando le daban esos raptos de enfado y de furia yo no sabía qué hacer. Si me callaba era no te calles, si hablaba era no me des la razón como a los locos. si me iba, tú te quedas aquí para escucharme. si contestaba, tú a mí no me replicas. Las posibilidades de diálogo eran nulas. Me sentía desarmada, sin opciones, salvo la ilusoria de desvanecerme en el aire o que me tragara la tierra. Solo tenía una cosa clara cuando volví a mi casa, que lo único que me importaba en este mundo eran mis hijos. Por ellos aguantaría lo que fuese (p. 199)
Fue a ver a un psicólogo que le recomendó que aguantase al marido... ¡y su confesor desde niña, el jesuita suizo Sthaellin, por el contrario, que se separara!
El psiquiatra pseudocientífico atrezado con su consulta, enfermera y diplomas, me recomendaba paciencia y humildad ante los arrebatos de mi esposo y señor. Sumisión. Pero el cura, convenientemente ambientado en la sobriedad de la casa de su orden, me recomendaba separarme. De locos. [...] Solo la libertad cura, y esto lo digo en el sentido literal de la palabra. El nacionalcatolicismo recetaba paciencia y humildad ante la injusticia, ante la tiranía: del esposo, del jefe, del Generalísimo.
El marido, casi siempre ausente, exigía camisas planchadas y comidas mejores que las de sus hijos y mujer, quien además tenía que cargar con el cuidado de un padre con alzhéimer y alimentar, según dice, algunas bocas más, hasta siete. Resulta curioso que fuera otra mujer, la madre de Carlos, la que con frecuencia socorriese a la mujer de su hijo y solventase los numerosos agujeros que iba dejando a su familia, aunque le tenía más miedo a su hijo que su propia mujer. Carlos, Pilar e hijos se fueron a Canarias por un trabajo que en realidad no tenía. De nuevo a sobrevivir en el barrio de Escaleritas de Las Palmas. Allí la actriz se encontró con un escenario en plena calle:
Una vez, de visita con mis hijos, rodeé un edificio y descubrí que era como un decorado, una fachada balconada pero sin casa detrás. Había varios trampantojos de estos, construidos con motivo de una visita de Franco. algo así como los pueblos falsos que levantaban al paso de Catalina la Grande, en Rusia, para que no viera la miseria en la que chapoteaban sus mujiks. Detrás de aquellas fachadas de Escaleritas no había nada sino pobreza, desnuda y terrible.
El trabajo de una actriz es tan discontinuo como el movimiento de una lagartija, y cuando se ejercía en el teatro era agotador: entonces se daban dos funciones, no una sola. Pilar solía hacer de puta, el papel más frecuente para una mujer en la filmografía y comediografía de entonces; respondía a un estereotipo sociológico. Se hacían dos versiones de las películas, unas con desnudos para el extranjero y otras sin ellos para los visigodos franquistas. Pero una vez se confundieron de versión en un cine de Santiago de Compostela y constituyó un taquillazo hasta el punto de que se fletaban autobuses para verla: Las melancólicas, se llamaba la curiosidad sociológica. El libro está lleno de anécdotas por el estilo. Los trámites entonces para poder despegarse de un marido no eran cosa liviana. Así los cuenta:
Había encontrado un abogado [...] me pidió una provisión de fondos para iniciar los trámites. Veinte mil pesetas de la época, un dineral para mí que ganaba mil diarias y vivía con el agua al cuello.
El marido le hizo comer la carta del abogado con sobre y sellos, y le dijo que se llevaría a los hijos y que si había sacado dinero para iniciar los trámites él podía impedir como marido que trabajara, porque las mujeres en su época necesitaban autorización del marido para hacerlo. Una de sus compañeras le dijo que se calmara, que si le impedía actuar en el teatro se le podía denunciar por alteración del orden público y hacerle pagar el aforo completo. Pero el marido revisó sus papeles y encontró la cuenta corriente
Donde estaban las cuatro putas pesetas que había conseguido reunir con mi trabajo. "Bueno, esto mañana lo sacas y me lo das. ya sabes que las mujeres casadas no podéis tener cuentas propias". Era cierto, en aquella España del Caudillo.
Consiguió guardar algo de dinero fiado en una cuenta de otra compañera actriz. Él denunció a su mujer "por ejercer una profesión indigna: actriz". Y la sometió a lo que hoy en día llamaríamos acoso. Llegó al extremo de darle una pistola para que lo matara cuando estaba a punto de explotar y ella, en efecto, apretó el gatillo. Dos veces. Pero él había sacado las balas. Al fin se encontraron los abogados para la separación.
Recuerdo la separación eclesiástica como una historia macabra y tenebrosa. Yo me presenté en el obispado, en la calle de la Pasa, me recibió un cura y yo, con total ignorancia del proceso, le prenté qué papeles tenía que aportar para dicha separación. Primera sorpresa: -¿Separación o divorcio? -me preguntó como quien pregunta ¿té o café?. ¿Cómo divorcio?, solté estupefacta y aun diría que (a veces me salían las monjas) escandalizada. ¡En España no existe el divorcio! El cura me explicó, de manera un tanto farragosa, que había un procedimiento excepcional y costosísimo de nulidad eclesiástica. Así pues, hecha la ley, hecha la trampa, aprendí que en la católica España de 1973, supongo que desde mucho antes, te podías divorciar si tenías bastante dinero para contentar a la iglesia. [...] El sacerdote insistía en los aspectos más escabrosos o abiertamente sexuales, en si nuestras relaciones eran satisfactorias, en su frecuencia y hasta en sus formas. Me sentí violada. Además, todo aquel interrogatorio iba dirigido a demostrarme mi error, a hacerme ver que estaba equivocada al pedir la separación.
Pilar Bardem empezaba a cabrearse.
Le dije a mi marido que estoy sin trabajo y que me pase la manutención de los niños. A lo que él me ha contestado que si estoy en el paro me lo gane con el coño. El cura carraspeó y empezó a dictar a la señorita auxiliar: "Ponga usted que el marido dijo si estás en el paro gánatelo con el comercio de tu cuerpo".
Pero la Bardem consiguió que figurara en el documento el coño original. Como puede suponerse, el marido jamás dio el dinero de manutención asignado y que firmó ni entonces ni después. En el lenguaje elíptico que se gastaba el obispado incluso se dijo que "andaba en amores con una cananea", esto es, con una iraquí.
En una sesión de espiritismo un mes antes de la muerte de Franco se apareció Carrero Blanco y le preguntaron si sabía cuándo iba a morir. Casi acierta, pues dijo que el 19 de noviembre. Bardem afirma que "o el espíritu mintió, cosa poco probable porque para qué, o al tipo lo mantuvieron vivo para que su fallecimiento coincidiera con la fecha del de José Antonio, convirtiendo así el 20 de noviembre en una fecha simbólica y evocadora para los fascistas españoles". La casa donde vivía con sus hijos se transformó en una especie de comuna libertaria para la chiquillería del barrio y se caía a trozos. Hacía tanto frío que
Mi hijo Carlos, que siempre fue muy teatrero, cuando tenía que salir del comedor donde nos hacinábamos en torno a una estufa de butano, abría la puerta, sacaba un pie al pasillo y lo recogía veloz diciendo: "¡Los pingüinos, los pingüinos nos atacan, me han mordido!
En fin, que la separación llegó y con ella una discontinua y difícil felicidad. Trabajó en condiciones tan extremas que incluso tuvo que irse a Macao para comer bacalao. Llegó la democracia y Carlos le dijo a su exesposa "Vota a Fraga que me coloco". Tuvo al gran amor de su vida en Agustín González, pese a compartirlo con otra grande de la escena, María Luisa Ponte; sus conocidos hijos empezaron a despuntar, en especial el pequeño Javier. Habría mucho que contar también sobre La institutriz de Chejov etcétera,. pero creo que con esto y un bizcocho / hasta mañana a las ocho.
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