En mis estantes figuran tres libros que cuentan historias poco conocidas (digámoslo así, en vez de oscurecidas) de manchegos que vivieron la penosa y hambrienta posguerra civil antes de que los americanos sacasen al militar genocida Franco del agujero en que él mismo se había metido, y el pueblo (que no sus dirigentes) pagase la deuda nacional mediante las divisas de los trabajadores emigrantes y del turismo de masas que venía atraído por el bajo precio del sol y la miseria.
La del detective Eugenio Vélez-Troya es sin duda la más apasionante; la del preso y poeta popular Manuel Altozano Ortiz posee bastante valor costumbrista y la del maquis Francisco Blancas "Veneno" es históricamente relevante por haber sido el último líder de la II.ª Agrupación de Guerrilleros de Ciudad Real entre 1940 y 1955, unos doscientos hombres traicionados por el "topo" Honorio Delgado "René", infiltrado por el teniente Eulogio Limia. Por ser de otro siglo, dejaré para otro momento la monumental biografía de Adrian Shubert Espartero, el Pacificador (2018), que estoy todavía leyendo.
Empezaré por Eugenio Vélez-Troya, Las otras huellas. Memorias de un detective privado (Madrid: Obelisco, 1996), un libro ya muy raro (ni siquiera en la red mundial ViaLibri se encuentran ya ejemplares) que cuando lo leí me impresionó al darme cuenta de la corta distancia que había entre la novela negra barcelonesa de un maestro como Francisco González Ledesma y la pura realidad de los hechos. Con su estilo llano y su perspectiva profundamente ética el detective decano de la criminología española, emigrado a Barcelona desde su natal Torre de Juan Abad, donde había nacido en 1921, ofrece un panorama impresionante de la hipocresía y la mediocridad de la España franquista en una ciudad condal entre charnega y catalana, aunque algunos casos lo llevan a Madrid, a América y a Europa. De Madrid de posguerra dice lo siguiente:
Objeto del mayor y más gigantesco acoso de codicia que jamás conoció su historia. El Madrid apagado y triste de los bombardeos, de las estrecheces, del escaparate sin luz donde se exhibía para el mundo entero el más alucinante surtido de lacras humanas...
Recuerda las páginas mortíferas del San Camilo 1936 de Cela, o de esa visión más soportable, La Colmena. Desfilan por el libro cazadotes, viudas negras, pícaros, degenerados, drogatas, donjuanes, exiliados, psicópatas, ladrones, sindicalistas ilegales, contrabandistas, estafadores, suicidas, lesbianas, adolescentes encoñados, chantajistas, anarquistas, desapariciones, espías, desfalcos, secuestros, asesinos en serie, braguetazos, empleados que apenas tienen para comer con tres sueldos y se duermen trabajando (más o menos como ahora) e incluso una versión curiosa del asesinato de Trostky, que fue hecho por dos y no solo un asesino, según le informaron. De vez en cuando debe contratar una paliza para asustar a un moscón, o proceder con inaudita mano izquierda. Le contratan para exonerar a Tita Cervera de un robo de joyas cuando tenía diecinueve años, para investigar el secuestro de la farmacéutica de Olot o para averiguar la desaparición de grandes sumas de dinero. En su estilo educado y realista se notan muchas lecturas sustanciosas y cita a Somerset Maugham, a Graham Greene. Se ve patentemente como la realidad va por un lado y la justicia por otro; no en vano cita a Lutero: "La justicia es temporal, la conciencia es eterna". A pesar de su amplio historial, siempre encuentra "en la vida misma" algún misterio que no hay por donde tomarlo.
En fin: debería hacerse un buen guion (y hasta tres o cuatro, o una serie) con todo este material: la película tendría por fuerza que ser por lo menos excelente.
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