Hay que quitarse el sombrero (los calzones ya se los bajan los políticos del reino) ante los nacioneros catalanes. El vascojudaico Juaristi, que de eso sabe un poco (y encima ha leído a Léon Poliakov, además de las Tablas de la Ley), dice que son aún más estúpidos que los vascos. No lo niego: han conseguido resucitar la momia más enterrada que había en España, la del nacionalismo español, poderoso y tremendo donde los haya; si pretendían independizarse, ahora sí que lo tienen casi imposible. Por idiotas; ni siquiera saben hacer el indio, como Gandhi, y dejarse morir de hambre y danoninos. Ya lo decía Pla: el catalán es cobarde, protestica y caganer.
Sabíamos que los siete enanitos Pujol descendían de un famoso bandolero dieciochesco y que Arthur Mas, por tres ramas distintas, de capitanes esclavistas y negreros (de esos que echaban a los que iban a morir de hambre por la borda, porque el seguro solo cubría "accidentes"). De gente tan respetuosa con las tradiciones del robo, esto se explica, y augura un futuro glorioso a los siete niños de Pujol, como los de Écija, que quieren robar a España, porque los charnegos no tienen nada que hacer en Cataluña, digan lo que digan, si no andan hablando en lengua no internacional y con lacito amarillo. El misoneísmo es lo que nos define a todos los que compartimos península. Y como aquí todos somos misoneístas, nadie quiere mirar hacia adelante y propiciar un acuerdo del que nazca una nueva constitución. El melón no se abrirá y se pudrirá. Ya lo vemos todo el día en TV: el caso es discutir siempre y no llegar nunca a ninguna conclusión, a ningún acuerdo, porque no se busca eso, sino solamente discutir. Eso es lo que se ¿enseña? solamente en TV. Debían negarse a discutir si no se prometía llegar a una solución. Ya lo decía Pedro Calderón de La Barca, que un día luchó contra los catalanes y fue herido:
No riñas por cualquier cosa;
que cuando en los pueblos miro
muchos que a reñir se enseñan,
mil veces entre mí digo:
«Aquesta escuela no es
la que ha de ser». Pues colijo
que no ha de enseñarse a un hombre
con destreza, gala y brío
a reñir, sino a por qué
ha de reñir; que yo afirmo
que, si hubiera un maestro solo
que enseñara prevenido,
no el cómo, el por qué se riña,
todos le dieran sus hijos.
Pero los nacionalistas españoles no les van a la zaga. El sociólogo iraní-católico Santiago Abascal es un divorciado no sé por qué iglesia, pero desde luego no por la romana, y promete hacer grande y ¿libre? a España, porque una no la va a hacer, habida cuenta de que lo único que consigue es dividir aún más a los dizque españoles, que más vale llamar ibéricos, porque solo nos une el amor al jamón. Eso es porque lo que realmente quiere es el reinado absoluto y duradero de la derecha; porque aquí no es liberal como la europea y por tanto le da igual aliarse con el mismísimo Satanás con tal de proseguir sus saqueos y extorsiones de corrupta de siempre. No me extraña que Abascal sea, también en interés propio, un aficionadillo a la ornitología: es un pajarraco de cuidado y en su horda los hay muy semejos.
Los políticos españoles han conseguido tener a la mitad de los jóvenes en paro y a la otra mitad cobrando sueldos minusmileuristas y ahora, antes de enviarnos a la esclavitud de los patrones, como ya pretende el gobierno fascista de Hungría, van a por los otros débiles de la sociedad, los viejos, y les dejarán con unas magras y ridículas pensiones con las cuales no podrán siquiera mantener a esa mitad de jóvenes de las que hablábamos al principio.
Y luego quieren que nos espantemos de que gane la ultraderecha... Lleva mucho tiempo ganando. No quiero presumir de Profetón, como otros hacen, porque entonces lo vio hasta el más ciego, pero ya dije que tras la descomposición inorgánica de la mierda del PP este se iba a despiezar, y eso es lo que ha ocurrido. Ahora lo gobierna un residuo llamado Pablo Casado; su única esperanza es solo ser el primer partido de la derecha, para seguir robando, privatizando y mangoneando, que es lo único que sabe hacer.
Sin duda el gran filósofo de la modernidad, el más influyente en la política de estos tiempos, ha sido Silvio Berlusconi. Nacido del deporte, del espectáculo y de la corrupción. Su principio de que "la verdad no cambia nada" ha sido seguido fielmente por todos los políticos que ya ni siquiera se molestan en mentir, sino que fabulan agradablemente; "hechos alternativos", los llaman. Trump, Putin, Salman, Duterte, Salvini, Rajoy matan directa y desvergonzadamente o, con más elegacia, por omisión (copagos, pensiones, recortes, paro, todas esas cosas que matan viejos, bajan los índices de natalidad y aumentan un 3% en solo un año los de suicidios); y los que no se atreven a tanto se conforman con robar a mansalva y deteriorar con sus excrementos industriales el clima, el paisaje y la casa común. Y es así porque la verdad no cambia nada: han ganado los malos y el mal lo gobierna todo. La corrupción es la norma y la mentira la ética fundamental. "La mayor fuerza que mueve el mundo es la mentira", escribió Jean-François Revel.
Eso es lo que hacen, maldad y no política. No unen, dividen. Se hacen santos llamando malos a los demás. Y es la unión lo que nos hace especie humana. Los criterios éticos les parecen poco modernos, porque todo es fashion, apariencia. Sobre todo los impuestos: hacen como que los pagan, pero los evaden. El fascismo medra cuando hay mentira (esto es, el tipo de violencia intelectual que genera las otras), desgobierno, inestabilidad, crisis económica, desigualdad, poca clase media. Y, sin embargo, lo realmente antiguo son las actuales brutalidad, mentira e idiotez. De la modernidad se ha vuelto a la barbarie, que es posmodernidad solo porque va después del fin, o sea, al principio.
Nos tienen sumergidos en una realidad sin fin que adopta la corrupción como norma y la mentira como ética fundamental. Porque solo si el mal se ha instalado en el poder es posible que los poderosos puedan librarse de las consecuencias de sus maldades y la violencia mental (esa violencia que consiste fundamentalmente en mentir y que origina siempre las otras violencias: la física y la emocional) les parece la única manera de gobernar en inferioridad de ideas, pero en mayoría de fuerza bruta. Y así nos hablan de cambio los que nunca han querido cambiar otra cosa que sus propios niveles de retribución.
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