La puerta sin puerta es el título de una antigua colección de koans, esas paradojas zen cuya función es destruir la conciencia de que algo tenga sentido. Mucha gente programa su vida para que le conduzca a un soñado fin; pero otros prefieren dejarse llevar. Lo malo es que, al final del camino, nadie está contento de nada. Y es porque quieren más: como en Juego de tronos. No hay finales perfectos porque los finales nunca lo son. Los felices y con perdices son cierres en falso, con horizontes y expectativas. Y así el miedo al spoiler, en esta época narcisista de remakes, segundas y terceras partes, es, en el fondo, un horror a la muerte, a que la cosa no continúe. Solo quien tome eso en cuenta (con su mente y no con su miedo) será auténtico.
Debe ser buena la vida: la gente lamenta perderla; pero unos quieren hacer cosas en ella y otros no; unos quieren ser actores y otros espectadores en la pantalla de este planeta que proyecta el sol. Algunos se hacen su propio plan quinquenal; pero entonces vienen los actos, errores y omisiones de otros o de uno mismo, y el plan se jode porque otros han hecho también planes que no concuerdan, porque no hay un plan único o te das cuenta de que, si lo hay, no tiene que ver contigo solo. Ya es bastante llegar a esta conclusión que a algunos les lleva (qué tontos somos) casi toda la vida, sin tiempo ya para arreglarlo y fastidiando inevitablemente los planes quinquenales de los demás. Inversamente, uno puede dejarse de ambiciones y abandonarse a la corriente de la abulia, pero entonces llega la cloaca y no puede echarse la culpa más que a sí mismo. Esto se ve claramente cuando vemos a los balseros: se hacen un plan quinquenal, incluso se apuestan la vida a ese plan, y se hacen a la mar: a veces se desinfla el flotador y lo pierden todo, otras veces los recogen y se llevan desilusión y otras no pocas incluso logran sus sueños, que de todo hay; sobre todo porque se conforman con poco.
Así pues, la voluntad y la ambición no son necesarias solo para nosotros, sino para los demás y para sus planes quinquenales. Una nación orgullosa no se hace con egoísmo, sino con colaboración. Y en España, donde medra el nazisismo españolista y catalanista, esas células cancerosas que proclaman su autonomía en el cuerpo social y terminan por matarlo, la única solución es la confluencia de la diversidad en unos valores eternos e inmutables de respeto, desarrollo y, sobre todo, trabajo. Los políticos no deberían ser tan vagos, ignorantes y perezosos, y como en eso no damos muy buen ejemplo ni damos la talla, así nos va. La mayoría de ellos no se han hecho estas preguntas: carecen de ética, ni siquiera la cristiana: en vez de morirse por salvarnos, prefieren subirse el sueldo, soltar discursos inconcluyentes y aumentar el papel periódico y la burocracia. La burocracia, cuyo marasmo y grisura eran para Hannah Arendt la manifestación del mal absoluto.
Cuánto mejor nos iría si cuidasen más de los otros: de la sanidad, de la educación, de la ciencia, de la cultura... de lo que nunca hablan. Lo ha entendido incluso alguien que nunca ha acabado la ESO, Amancio Ortega, cuando le han criticado por hacer lo que no hacen los políticos. Como dicen los anglosajones, ninguna buena acción se queda sin su correspondiente castigo.
Cuánto mejor nos iría si cuidasen más de los otros: de la sanidad, de la educación, de la ciencia, de la cultura... de lo que nunca hablan. Lo ha entendido incluso alguien que nunca ha acabado la ESO, Amancio Ortega, cuando le han criticado por hacer lo que no hacen los políticos. Como dicen los anglosajones, ninguna buena acción se queda sin su correspondiente castigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario