viernes, 15 de mayo de 2020
Peer Gynt. El mito nórdico de la procastinación
El mito de Peer Gynt elaborado en el drama en verso y cinco actos de Henrik Ibsen es el de la fútil identidad escandinava: cómo ser uno mismo si se huye de todo y se evita cualquier compromiso, cualquier ancla, cualquier permanencia, cualquier trabajo, si se huye del regazo de su madre Aase, de la familia, las mujeres, de los hijos, de los amigos, de los vecinos, de la patria, si se huye incluso de uno mismo para, en paradoja sublime, ser uno mismo, por puro narcisismo y delirio de grandezas y fantasías. Pura procastinación: quiere hacer grandes cosas y nunca termina ninguna. Lo dice el mismo Ibsen: "Si mientes siempre, ¿eres real?" A Peer Gynt, fantasioso amante de los cuentos de hadas, soñador infatigable, le ocurren todas las cosas buenas, malas y regulares, pero ninguna logra dejar huella en él, ni lo cambia en lo más mínimo; todo lo deja insatisfecho. Como su fallecido padre adicto a la botella (el nórdico alcoholismo del que tanto se avergüenzan). A lo largo de los cinco actos de la obra, el para los demás vagabundo y para él mismo aventurero Peer huye desde las montañas de Noruega hostigado por los trolls, que en algunas versiones de la obra, como en la del alemán mentor de Hitler Dietrich Eckart (quien dijo de su discípulo que era "el bailarín de la música que él había compuesto"... de hecho, Peer sueña con crear Peerpolis, una ciudad capital de Gyntania a la imagen de su propia grandeza que es como la Germania que soñaba Hitler), se identifican con los judíos; llega hasta el desierto del Sahara, se enriquece traficando con esclavos y atraviesa un manicomio en Egipto, donde es coronado por los dementes; vuelve por Grecia, naufraga, y tras veinte años de viajes y de conductas reprobables, retorna a su hogar con las manos vacías de quien lo ha dilapidado todo sin conocer su verdadero valor, sin vivir realmente el tiempo presente. Es un viaje fáustico y mítico hacia la nada. Peer representa la hipocresía, el autoengaño, la irresponsabilidad, la amoralidad. Como el Rey de Dovre afirma, los hombres deben ser ellos mismos y a los duendes debe bastarles ser como son ellos mismos. A lo largo de toda la obra Peer busca ese yo definitorio que es el centro ausente de las capas de cebolla de sus fantasías. Pero al final, lo acoge el piadoso regazo de Solveig.
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