Algunos tienen mucho miedo a una revolución, y no digamos a una devolución. Por gracia o desgracia, la política en España es lo que es. Lo que definió el diplomático mexicano Marco Aurelio Almazán: "El arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa".
Uno se pasa la vida rehaciendo el significado de palabras demasiado machacadas por la estupidez de los binarios, esos que solo ven bien y mal, Tom y Jerry, izquierda y derecha. No hay muchos con el poder de sintetizar textos o pensamientos complejos y mínimamente morales. No estará de más recordar que derechista es, simplemente, quien no quiere pagar impuestos sino quedárselos o evadirlos, apropiarse de todo lo público (sanidad, educación y un largo etcétera) o cuando menos degradarlo y subir los precios con sus acaparamientos y exclusiones monopolísticas de capitalismo buitre. Alguien, por ejemplo, como Maduro o Ayuso, esa que demoniza tanto a un partido que ha pagado las deudas de Madrid.
Cada vez que habla sube el pan, y eso que los podemitas reproducen su lenguaje y los llaman criminales. Pero la verdad, si es eso lo que dicen nuestros jueces, es que el PP sí que es una asociación criminal, un cártel de corruptos cuya fuente se remonta a las más puercas pocilgas del régimen franquista, ataviados con nuevos ropajes. Los que quieren distribuir algo de equidad tienen mucho menos mierda atesorada que esos farsantes demostrados que pretenden aplastarlos con la Brunete fáctico-mediática.
Es lo que tiene bautizar como demonios a los otros: diviniza que no veas y, por consiguiente, le transforma a uno en un pontífice, incluso en alguien tan indiscutible como Dios, Ayuso o Maduro. Pero los cocos de verdad son ellos, los binarios, y se llevan a los adultos que duermen poco de tanto telele (ver tanta tele).
No estará de más recordar lo que Antonio Escohotado ha llamado "la prueba del cinco": es imbécil para un opinólogo de secano hablar sobre economía, política y sociedad apoyándose (solamente) en un puñado de clichés anacrónicos, palabras que ya no significan nada y que son solo cinco duros coprolitos que expeler al otro: los términos "izquierda", "derecha", "extrema", "ultra" y "fascista", que manchan nada más tocarlos. No significan nada: no tienen sinónimos, como los pronombres, porque no tienen significado permanente alguno que pueda copiarse. "Que las palabras tengan sinónimos es la mejor demostración de que ninguna monopoliza el pensamiento o, si se prefiere, de que la inteligencia desborda siempre cualquier modalidad fija de expresión. Amor sugiere afecto, cariño, devoción; longitud evoca distancia, espacio, etcétera. Ningún término hay carente de análogos salvo para el afásico, alguien que por distintas causas –sobre todo traumatismos o una tara congénita- resulta incapaz de hablar y escribir creativamente... no logra participar en el aprendizaje paralelo de la lógica, o algo como un balazo afecta parte de su cerebro, y pasa de manejar digamos mil términos a solo diez o treinta y siete".
Todos estos investidos de premisas sin conclusiones deberían aprender que los instrumentos del conocimiento son la ignorancia y la duda. Pero ellos saben solo su librillo y no quieren saber más: aplican las mismas palabras a realidades distintas que reclaman el más notorio atributo de lo real: la complejidad. El diccionario de los enfermos de binarismo contiene solo dos palabras: sí y no; también esas que dice Escohotado. Y los menos graves además otra: quizá, qué duda cabe.
Qué estúpidos son los políticos. Todos son más cabezones que una testa olmeca. ¿A quién le importa quién va a ganar cuando todos van a perder? El mundo gasta medio billón de dólares cada año preparándose para guerras que no se atreven a pelear. Existe un culto a la ignorancia en todas partes que siempre ha prevalecido y que a veces incluso se impone al modo Spengler. La tensión del antiintelectualismo ha sido un hilo constante que se abre camino a través de nuestra vida política y cultural, alimentada por la falsa noción de que democracia significa que "mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento". Es precisa más psicología, más comprensión de la naturaleza humana, más preguntas, más Quora. Porque el único peligro real que existe es el hombre mismo. Él es el gran peligro. Y lamentablemente no nos damos cuenta de que su formación y constitución es la raíz de cualquier problema o cualquier solución. No sabemos nada del hombre, demasiado poco. Su psique debe ser estudiada porque somos el origen de todo mal que venga o pueda venir.
Cuando a uno le da por leer o escuchar a Antonio Escohotado se queda tan definitivamente pensativo, fumativo y admirativo que lo propondría como presidente de la República Española, a falta del impotente García-Tola o de los irreprochables pero finados Sampedro, Anguita o incluso Tierno Galván, todos ellos arrinconados por los poderes fácticos y amadísimos por nosotros los comunes. Incluso podría proponerse un presidente contratado de otro país, pongamos Suecia o Dinamarca, a despecho de nacionalistas descerebrados. Pero entonces se disipan las nubes lisérgicas y asoma la descarada y descarnada realidad: esto es una monarquía postfranquista de mierda y Escohotado, aunque aún lúcido y lucido, no anda para trotes.
Este filósofo padece muchos enemigos, casi tantos como la lógica y la cultura, y aunque muchos lo definen como un converso al liberalismo, le he visto catalogarse ahora como un socialdemócrata adicto al estudio (y a otras cosas, ejem). El liberalismo puro es predatorio y carece de ética y conciencia (su mismo padre, John Locke, defendía y promovía la esclavitud); es peor que la peste negra. Por eso Escohotado subtituló a sus Enemigos del comercio "una historia moral de la propiedad", aunque solo llegó a ponerlo en el tercer tomo de la obra.
El gran ancho de banda que ganó ampliando los umbrales de su curiosidad ("la puerta sin puerta", dirían los zen) le permitieron librarse de muchas ilusiones mentales y sentimentales. Los impuestos son necesarios para los desafortunados, los enfermos, los viejos y los científicos, ya que debe haber un Estado que vele por ellos y corrija las desviaciones salvajes de los buitres agiotistas que creen y fomentan la desigualdad de la ley y ante la ley y otros vicios emanados del sentido propio, ya que tanto carecemos del común. Es necesario, por ejemplo, para evitar la destrucción del planeta por parte del hombre (no precisamente por la caída del asteroide Tutatis sobre la cabeza de los galos, sino por el cambio climático, los agujeros en la atmósfera y el suelo, las pandemias y el colapso ya irremediable de los sistemas ecológicos), es necesario, digo, no precisamente nacionalizar, sino mundializar áreas que afectan al hombre en su conjunto: las industrias farmacéuticas, la medicina, la enseñanza. Ahora que de repente empiezan a aflorar las momias de los Alpes, los mamuts de Siberia y las mierdas del PP. Incluso podría descongelarse la cabeza de Trump.
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