domingo, 24 de octubre de 2021

Dossier Tessa Arranz, una de las supervivientes de la Movida

I

De Alberto Cueto Ron en Sexta, 8 febrero, 2018:

'La Mala Fama' (editorial Berenice) de Germán Pose, acaba de llegar a los kioskos. Trae consigo un montón de historias alucinantes sobre algo más que La Movida. Es la vida de dieciséis locos que aprovecharon a tope la época más libre de la historia de España.

Las primeras peleas de Ilegales, los tripis de Mariano Torrubia (tres días sentado sin hablar en el tejado de su casa), las detenciones de Carlos García-Alix o las misas con porros que permitía el cura Enrique de Castro. Todo se describe en un libro sobre gente auténtica con principios.

Entre todos, destaca Tesa Arranz, corista de Zombies, pero también poeta y pintora. "Puede parecer sacudida de sí misma, pasota, pero tiene una ternura exquisita, invencible", dice Germán Pose de ella. Damos fe. Necesitaríamos 75 vidas para vivir lo que ha vivido ella.

II

Entrevista de Lorena G. Maldonado para El Español, 30 de noviembre de 2017: "Presenta Serena a las once. Tesa Arranz, musa de la Movida: "La heroína me ayudó un montón"

"La Movida era sexo, drogas, rock'n'roll... y muchos abortos en Londres" / "A mis amigas les daba vergüenza ser vírgenes" / "Soy seropositivo, y lo cuento porque estoy harta, durante mucho tiempo tuve miedo. Me aislé".

Tesa Arranz es un ser demasiado lúcido, demasiado extravagante y hermoso para un planeta como éste, que siempre gira en la misma dirección y se parte en veranos e inviernos, en hemisferios absurdos. A ella, astro inclasificable, le soplan los vientos por todas partes: es una hembra hecha rompeolas de sensibilidades artísticas, de historias de asfalto, de amor y asco, de años locos de dolor y rabia en los que no había manera de sentar la cabeza. Cuando lo hizo, ya no la esperaban los hombros. La llaman “musa de La Movida”, pero es un bautizo injusto: Arranz no es un sujeto pasivo que activa los éxitos de otros, sino una auténtica creadora, una verborrea imparable de sabiduría estupefaciente y emocional. Chirría en un mundo como el nuestro, en un país como el nuestro, pero Tesa Arranz es, sobre todo, una mujer libre. 

Se hizo famosa a los 18 años al formar parte del grupo Zombies, liderado por Bernardo Bonnezzi. Ella apenas cantaba y bailaba a su manera, pero se quedó en el imaginario de los ochenta con fuerza de símbolo. Ha dicho que se acostó con Paul Simonon, bajista de los Clash, ha dicho que Las Costus eran mentira -porque pintaban sobre diapositivas puestas en al pared- y que Alaska no ligaba nada. Ahora presenta Serena a los once (Editorial Barret), su primer libro publicado, pero lleva escribiendo desde los ocho años y guarda cajas de vomitonas en prosa. 50 años arañando el papel para entender la vida. “Tengo dos guiones de teatro, novelas, cinco tomos de cartas a Emilio… que es el novio que se me murió de un infarto”, explica.

La historia de Serena -que se enamora de su tío después de la muerte de sus padres- está inspirada en Tíbor, un amor que tenía la edad de su hijo, 24 añitos, cuando la conoció a ella. “Yo me hago pasar por Serena, porque cuando estaba con él era una niña, así me sentía. Fue una historia rocambolesca. Serena habla por mí”. Ella dice que “le daría el poder a los niños”: “Me da tanta pena que vivan en este mundo horroroso… no son felices, no son libres, ¿por qué tienen que ir al colegio si no quieren? ¿Porque lo diga quién, cuándo? Están hasta el coño de aguantar despropósitos ajenos. Yo sueño con una revolución infantil; porque a mí me obligaron a estudiar Derecho y yo quería ser periodista, corresponsal de guerra. Nos han frustrado todo”.

Rock'n'roll y abortos en Londres

“Yo en La Movida era una más, lo que pasa es que era mona. Ni siquiera tenía una personalidad arrolladora… esas son leyendas que se van inventando, pero yo era tímida perdida, con 20.000 crisis de identidad”, cuenta a este periódico. “Estuve cuatro años en segundo de carrera, pero ya en el 81 empecé a acelerarme con tanto tripi y salió la guerrera que llevo dentro”. Dice que su familia era franquista, “pero franquista perdida”, que siempre “venga cuadros por aquí y por allá, con Franco en la boca”. Ella recuerda a los grises “muy grises”, y a sí misma atrapada en una faldita de cuadros. “Iban a verle siempre los 20 de noviembre… ¡muérete!, madre mía, franquistas totales. Lo veían como a un dios”.

Mira, yo tenía un amigo que se dedicaba a acostarse con mis amigas, porque ellas tenían una vergüenza por eso… ¡y era mi novio!

Tesa a los 13 ya se había escapado de casa y a los 15 se había emborrachado. Conoció la libertad a trompicones, casi a la fuerza, con su madre llorando, con las primeras drogas en vena, con el sexo abierto en flor. “En La Movida, a las niñas nos daba vergüenza ser vírgenes”, ríe al teléfono. “Mira, yo tenía un amigo que se dedicaba a acostarse con mis amigas, porque ellas tenían una vergüenza por eso… ¡y era mi novio!, y yo que soy súper celosa pues le dejaba, porque para él era como un trabajo”. Lo evoca como a una vieja consigna: “Sexo, drogas, rock’n’roll… y muchos abortos en Londres, de eso iba la historia”.

Heroína... y SIDA 

¿Cómo empezó a coquetear con la droga? “Pues porque tenía un dolor de corazón tremendo que no sabía cómo encajar. Estaba enamorada de Miguel Ordóñez, y, de repente, me desenamoré, pero le quería con locura… y no sabía como decírselo, no tenía huevos y estaba hecha polvo”, relata. “Soy fuerte para todo menos para los dolores de corazón. Así que un amigo me invitó a una raya y me sentí bien, cogí más seguridad. Me enganchaba a temporadas. La heroína no es tan mala como la pintan, a mí me ayudó un montón, lo que pasa es que mucha gente ni la conoce. He tenido mis monos… pero me ayudó bastante”, recuerda.

“Tuve la suerte de que cuando me quedaba tranquila, no quería más. Mi amiga Edurne decía todo el rato ‘ay, esto no sube’, y estaba ya tirada en el suelo, pero a mí me subía y no necesitaba más. Fui yonki siete años. Al final fui al Patriarca a desengancharme y salí de ahí”. Es consciente de lo polémico de sus declaraciones. De que muchos de sus amigos se dejaron la vida ahí, en el polvito blanco. Piensa en Antonio Vega. “Lo amaba tanto. Pero le entendí, porque te descorazonas de la vida y de todo, y se te muere alguien… para desengancharte hay que tener ilusiones. Yo he sido politoxicómana y el peor mono es el del alcohol, ¡peor que el de la heroína!, ya te digo: un día en un mono de alcohol casi me muero”.

En esa época se morían todos, así que yo me fui a la Asociación Valenciana contra el SIDA y formamos una piña maravillosa. Para nosotros cada día era un día más de vida, ¿sabes?

Arranz es seropositivo. No sabe si contarlo, pero al final se lanza. “En esa época se morían todos, así que yo me fui a la Asociación Valenciana contra el SIDA y formamos una piña maravillosa. Para nosotros cada día era un día más de vida, ¿sabes? Disfrutábamos a tope. Ahora te lo cuento porque estoy harta, porque durante mucho tiempo me dio miedo contarlo. Ya no podía tener amigos, me aislé, me quedé con cuatro amigos maravillosos… no era agradable”, relata, con dolor. “Lo peor es que tenía un niño y me daba pánico que fuesen contra él, porque conocí a una mujer que sus padres eran seropositivos y no la dejaban ni ir en el autobús escolar. Así que… lo digo, y ya está, y quien quiera alejarse de mí, que se aleje, así no pierdo el tiempo con nadie”.

Aliens y amor

La escritora está obsesionada con los extraterrestres. “Bueno, yo los llamo extraterrestres porque no están en esta tierra, no porque sean verdes, ni azules, ni amarillos. Están en alguna parte de mí, me hacen compañía. ¿Sabes? Me encanta la gente, pero soy difícil. Al cabo de un rato me hartan, y necesito amigos imaginarios plasmados… los plasmo en miles de cuadros”. La mejor etapa de su vida, dice, fue “la mística”.

“No tenía ganas de vivir, estaba desintoxicándome… pero me quedé en casa y me encontré un libro que se llamaba El misterio de nuestra intimidad con Dios. Mira, no sé qué pasó, pero el corazón empezó a arderme de amor. Lo que había buscado en drogas y en hombres, lo encontré ahí. Fue una conversión, estuve dos años en el cielo. Amé a Santa Teresita de Jesús”, sonríe. “Pero un día desapareció. Lo llaman ‘la noche oscura’. Simplemente, dejas de sentirlo. Ay, los caramelos de Dios. Me quedé destrozada, ¡imagínate que te abandona el amor de tu vida! Estaba traumatizada”.

Ahora va a sacar el torbellino literario que ha escondido durante una vida de correrías. En una ocasión dijo que le gustaría morirse, porque “eso todavía no lo he probado”. “Me gustaría morirme por pura novedad”. Es mentira. Tiene un cordón umbilical que la ata a la vida: ese amor por todo que se agota tan rápido… y después se reinventa.

III

Tesa Arranz: «Me veo como un militar. Todas estas historias tan tremendas que me han pasado son mis medallas». Entrevista de Fran G. Matute en JotDown (noviembre de 2018):

Lleva a gala el título de «musa de la movida», pero la tremebunda vida de Tesa Arranz (Valencia, 1960) da, quizás por desgracia, para mucho más. Se convirtió al instante en el miembro más llamativo del grupo Zombies, de Bernardo Bonezzi, donde bailó extrañamente al son de «Groenlandia» y «Extraños juegos». Quedó inmortalizada por Guillermo Pérez Villalta en su obra Personajes a la salida de un concierto de rock (1979). Fumando espera visitas en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En 1981 formó parte de la mítica exposición «El Chochonismo Ilustrado», organizada por Fernando Vijande a mayor gloria de las Costus.

La bipolaridad y sus problemas de adicción acabaron con sus sueños de juventud: violaciones, prostitución, retiros espirituales, conversiones místicas, amor por los extraterrestres…  Carne de memorias que acaban de ser escritas y se encuentran, sorprendentemente, a la espera de editor.

En los últimos años, la publicación de su novela Serena a los once y el estreno del documental Aliens de Luis López Carrasco, preseleccionado para los Goya, han conseguido renovar el interés por su figura, que representa como ninguna otra la cara oculta de los años ochenta en España. «Soy consciente de que mi vida genera morbo», nos confiesa al término de esta entrevista. Al fin y al cabo, son demasiadas vidas en una, hasta para un ser tan maravilloso y luminoso como Tesa Arranz.   

(Gracias al Pecata Mundi por cedernos tan gustosamente el espacio para la realización de esta entrevista).

Tu vida es una locura, así que cuéntanosla entera.

¿Para qué he escrito mis memorias entonces? [Risas]. Mejor te resumo. Nací un 9 de abril de 1960. Mi madre fue una misionera frustrada y a mi padre lo metió su madre en el seminario a los once años. Duró poco, porque un día que fue a visitarlo, mi padre se agarró a sus faldas, llorando, y, nada, lo sacaron de allí.

Aunque nací en Valencia, mi hermana y yo nos criamos en Madrid. Yo nací en Valencia porque mi madre se fue allí a dar a luz. En Valencia estaba su familia, su hermana, y la cobijaron mientras tanto. Mi infancia en Madrid fue muy normal, aunque es verdad que en el colegio fui muy gamberra. No di un palo al agua en ningún curso, porque unas cuantas amigas nos dimos cuenta muy pronto de que había una interna que sacaba siempre muy buenas notas. Un día la acorralamos, porque nos olía aquello muy mal, y resultó que tenía copia de la llave de la biblioteca donde las profesoras guardaban las preguntas de los exámenes. Empezamos a ir a clase con el examen hecho debajo del jersey y, en cuanto una se levantaba a la pizarra, ¡zas! A todas nos salía el examen perfecto [risas]. Así estuvimos años y años. No nos pillaron nunca. Así que ya de pequeña estaba gamberreando siempre. Solo quería divertirme.

Cuentas que tu familia era muy franquista.

Sobre todo mi madre. Mi padre era un libreprensador que iba a su bola, aunque es cierto que de joven fue falangista. A mis abuelos estuvieron a punto de matarlos «los rojos», como ellos decían, porque en casa tenían muchas vírgenes y tal. Fue la chacha quien impidió que los mataran. Les dijo a «los rojos» que no lo hicieran porque eran unos señoritos muy buenos. Pero, sí, en mi casa estaban todo el día hablando de Franco. Los 20 de noviembre toda la familia de Valencia se venía a Madrid para ir luego de excursión al Valle de los Caídos. A mí, como era pequeña, me llevaban también. Estuve así hasta los catorce años, más o menos. Luego ya no he vuelto a ir nunca. Bueno, miento, fui una vez que me tomé un tripi y nos dio por subirnos al teleférico. ¡La que lie! Porque me empeñé en que tenía yo que llevar aquello y… [risas].

¿En qué momento entras en contacto con la noche madrileña?

Gracias a mi amiga Edurne. Ella tenía un primo, José Sanz, pareja de Juan Pérez de Ayala, que vivía en una casa en Príncipe Pío que yo creo que fue el inicio total de la modernidad de Madrid. Aquello era de quedarse con la boca abierta. Un día me llevaron a esa casa, a una fiesta, y de allí no salí más [risas]. Allí conocí a Fabio de Miguel y a Miguel Ordóñez, que luego fue mi novio.

¿De qué año estamos hablando?

Sería 1978. Yo tendría dieciocho años. El año anterior mi madre me había obligado a estudiar Derecho, pero a los quince días lo dejé, conseguí que me devolvieran el dinero de la matrícula y me fui por ahí a drogarme. Cumplir la mayoría de edad fue importante para mí, porque así ya no me podía nadie decir lo que tenía que hacer. Por eso me despendolé en aquella casa.

Y el contacto con el mundo de la música, ¿cómo se produce?

Con Edurne estaba todo el rato saliendo y entrando, yendo por ahí con nuestros novios, de un bar a otro. Íbamos ideales. El caso es que un día nos enteramos de que tocaban los Troggs en la M&M. Nos fuimos a ver el concierto, pero no nos gustó nada. A mí por lo menos. Me pareció una cosa horrorosa. Lo que pasa es que en Madrid, en aquella época, a cualquier concierto de alguien que viniera de fuera iba todo el mundo emocionado. La cosa es que, como nos estábamos aburriendo mucho, Edurne y yo decidimos subirnos al escenario y, borrachas como estaríamos, nos pusimos ahí divinas a sacar todo lo que teníamos dentro: teta para arriba, culo para abajo… Viendo el concierto estaban los chicos que nos gustaban y empezamos a hacer aquello para llamar su atención. Los Troggs se enfadaron luego con nosotras, porque quisieron que nos fuéramos con ellos, pero los mandamos a cagar. De esas hemos tenido muchas porque hemos sido muy… Imagínate, en el despertar aquel del franquismo, dos criaturas jovencitas, más frescas que una lechuga… Teníamos a todo el mundo detrás babeando. El caso es que, cuando bajamos las escaleritas, nos encontramos con Bernardo Bonezzi, que nos dijo: «Oye, chicas, ¿os gustaría entrar en mi grupo?». Edurne y yo salimos de allí emocionadísimas, pensando que mañana íbamos a estar en Hollywood o algo parecido [risas].

Porque los Zombies ya existían cuando os invita Bernardo.

Sí, ya existían. Bernardo en el colegio, en el Liceo Italiano, se aburría mucho. Entonces, con dos de su clase, Álex de la Nuez y Juanma del Olmo (que luego acabó en Los Elegantes), más otro que se llamaba Massimo Rosi, formó los Zombies. Al grupo se le unieron dos chicas, en plan de adorno, pero las pobrecitas iban vestidas así con unas mallas de ballet y como que no pegaban. Vamos, esto me lo han contado, porque yo ni las conocí. Bernardo era entonces muy joven, tendría unos trece años. Era monísimo. Nosotras siempre pensamos que en lo de su edad había tongo. Le cogíamos el carnet de identidad para ver si era verdad, y aun así estábamos convencidas de que se había cambiado la fecha de nacimiento, porque siempre pareció ser mayor. Bernardo iba en taxi al colegio. Era un niño muy mimado, muy comodón. Su padre había sido jugador de fútbol del Cremona, en Italia. Un gran jugador de fútbol. Tenían mucha pasta. Su padre era guapísimo, divino. Lo conocí, desgraciadamente, en el tanatorio.

Bernardo, a través de su hermana pequeña, conocía también a Olvido, la futura Alaska, desde pequeñito. Desde entonces fueron inseparables. Él siempre quiso estar rodeado de mujeres, para apoyarse en ellas. Sabía que el público que iba a verlo era eminentemente masculino. Así que salía él primero, y bien; pero luego salíamos Edurne y yo, y los tíos se ponían que no veas. Teníamos además una escena, mientras interpretaban «La venganza de Cthulhu», en la que nos pegábamos. Torta va, torta viene. Era tremendo. Bernardo se sentía así más arropado, porque era muy inseguro. A veces le tiraban tomates, huevos… Pobrecito.

Era raro entonces que hubiera grupos con chicas.

Sí. Que yo recuerde, estaban Olvido, Ana Curra, Las Chinas y un poco después aparecieron las Vulpes. No creo que hubiera muchas más. Bueno, luego apareció Mecano, pero los de Mecano nos daban asco [risas]. ¡No podíamos con ellos! Nos caían gordos. Eran otra cosa, no tenían nada que ver con lo que hacíamos nosotros.

¿Qué música escuchabas antes de entrar a formar parte del grupo?

Con quince o dieciséis años salía con un grupo de amigos y escuchábamos mucho a John Mayall, King Crimson… rock progresivo en general. Estábamos locos con el disco Close to The Edge de Yes. Recuerdo que discutí con mi novio de entonces por ese disco. También me acuerdo del disco que sacó Gong bajo el nombre de Planet Gong, que te quedabas ahí mirándolo y ya te ibas para otro lado…

Me llama mucho la atención que escucharais esos discos, porque luego los grupos de la movida renegaron de todo lo sinfónico y progresivo.

Sí, sí, totalmente. Pero es que yo iba con un grupo de chicos que oían esa música, que a mí me encantaba. Los discos de los que te estoy hablando eran buenísimos, ¿eh? Luego es verdad que con los Zombies escuchábamos otras cosas, como Bowie, Roxy Music, Blondie, B-52’s… Son bandas además que influyeron mucho en Bernardo. Se ve claro en lo que hacía. Nuestro líder, de todos modos, era David Bowie. Edurne y yo nos poníamos sus canciones y las cantábamos por encima, nos aprendíamos así sus trucos. Lo que pasa es que Edurne, la pobre, no tenía oído, hacía lo que podía. ¡Cuando se acababan las canciones ella seguía bailando aunque no hubiera música! La música que escuchábamos con los Zombies me gustaba también mucho. Pero si iba luego a un concierto del Fary, pues me encantaba también [risas].

Ahora que mencionas a Bowie, me he acordado de una foto tuya en la que sales junto a Fabio con un parche en el ojo. Bowie tiene también una foto muy famosa con un parche. ¿Era un homenaje?

Eso fue en casa de las Costus. Iríamos de tripi, seguro, porque fue en la época en la que estaba Fernando Vijande rondando por ahí y nos ponía a todos de tripis hasta arriba para comprarnos luego los cuadros a dos pesetas. ¡La Vijanda era lo peor! Te lo digo de verdad, ¿eh?, que lo he vivido. Tenía una bombonera, una casita, a la que nos llevaba mucho, con cosas de sado y tal. Se le ocurría de todo en la bombonera aquella. Fabio le decía: «¡Pégame, pégame!». Pablo Pérez-Mínguez nos hizo muchas fotos allí. Y en Casa Costus, pues nada, estaríamos de tripi, y con el delirio me pondrían el parche ese, y yo encantada. No fue nada consciente.

¿Cómo entras en contacto con las Costus?

Las Costus eran unas pringadas. Y te lo digo de corazón, ¿eh? Las pobres… Se hacían la ropa ellos, por eso se llamaban «las costus», por lo de costureras. Cogían de aquí y de allá. Eran majos, pero no, porque Enrique era insoportable. Tenía muy mal genio. Un genio horroroso. Que Dios me perdone, porque están los dos ya en el cielo y los quiero, y me encanta que estén encumbrados y sean ahora estrellas, pero Enrique tenía una mala leche que te cagas. El pobre Juan era un bendito, un santo. Íbamos a su casa en verdad porque nadie tenía un duro. Íbamos allí a beber gratis, a ponernos morados, y luego salíamos de fiesta. Utilizábamos su casa para el precalentamiento. Luego, sí, es verdad que estaban allí los dos todo el rato pintando, pero yo creo que si lo hacían era gracias a Fabio, que lo tenían allí al pobre todo el día… Lo tenían como agarrado. Todo el mundo, al menos en aquella época, quería estar al lado de Fabio porque tenía un colorido, emanaba unos efluvios… Era un artista viviente. Un día me fui a la cama, a dormir, con Fabio. Se corrió la voz de que estábamos juntos, en un idilio ideal. Y era verdad, estábamos enamorados perdidos el uno del otro, pero en plan espiritual. Fue genial.

A mí me dejaban estar por ahí porque las Costus estaban en verdad enamorados de Miguel Ordóñez. Miguel y yo ya habíamos roto, pero si se enteraba de que yo estaba en Casa Costus venía a buscarme. En esa casa estuve muy a gusto hasta que Miguel empezó a venir y ya no quise ir más.

¿Cómo surgió lo del «Chochonismo Ilustrado»?

Aquello nació en una mesa camilla en la que estábamos todos ahí, sentados, por la noche. En Casa Costus nos acostábamos a las seis de la mañana y nos levantábamos a las cinco de la tarde. Alrededor de aquella mesa camilla, con el Cola-Cao o lo que fuera, medio tirados, se ponía Fabio a inventarse cosas y aquello se disparaba. La exposición se preparó entre todos en los ratos de aburrimiento, y tripi por aquí, tripi por acá… Lo del «Chochonismo Ilustrado» tuvo su gracia.

¿Y la idea de montar una exposición?

La exposición fue idea de Fernando Vijande, que tenía buen ojo y previó que aquello, dentro de equis años, podía valer algo. Fue puro oportunismo catalán. Al menos es así como yo lo percibí. En la trastienda de su galería tenían unas esculturas de Henry Moore maravillosas y nos hicimos unas fotos divinas allí, que luego se utilizaron en unos panfletos que se repartieron el día de la inauguración de la exposición.

Las Costus fueron realmente las figuras de la exposición. Nosotros estábamos allí de adorno. El Vijande les pagaba al mes un dinero, pero la cosa duró poco. A mí me compró unos quince dibujos y me pagó tres pesetas. Ahora es verdad que solo dibujo caras de extraterrestres, pero antes hacía familias enteras, con seis o siete miembros, familias que eran también de otro planeta. Durante un tiempo viví de mis dibujos. Me los llevaba a las exposiciones de Guillermo Pérez Villalta, y en la trastienda los vendía por cinco mil pesetas. Vendí un montón, ¿eh? Ahora, ya de mayor, como me he vuelto tan sentimental, no vendería un dibujo mío ni muerta. Yo empecé a pintar por mi hermana, que dibujaba muy bien, desde pequeñita. Lo que ella hacía era más bonito que lo mío, que al fin y al cabo es pim-pam-pum. Yo te puedo hacer veinte dibujos en una tarde [risas].

Ahora que has mencionado a Pérez Villalta, ¿cómo acabas inmortalizada en su famoso cuadro Personajes a la salida de un concierto de rock?

Porque Guillermito y yo nos adorábamos. Él lo ha contado muchas veces, que nos vio un día a mí y a Edurne bajando las escaleras del local donde ensayábamos los Zombies, que estaba en Prosperidad, y le dio el flash, le entró la inspiración para hacer ese cuadro. Ahí estamos Olvido, Manolo Campoamor, Carlos Berlanga, Herminio Molero, Bola Barrionuevo, Miguel Ordóñez, Bernardo Bonezzi, Javier Pérez-Grueso, el propio Guillermito y nosotras dos.

¿Sabíais que él estaba pintando ese cuadro o lo visteis ya terminado?

No, no lo sabíamos, porque nosotros no posamos para él. Se lo inventó todo, la escena salió de su cabeza. Luego nos hizo una foto a nosotros delante del cuadro, cuando ya estuvo terminado. Esa foto está por ahí, es muy divertida. Por culpa de este cuadro a Guillermito lo han querido asociar con la movida, pero él nunca formó parte de aquello. Era además bastante mayor que nosotros. Él venía de un grupo anterior, la Nueva Figuración Madrileña, a los que también retrató en un cuadro precioso. Lo que pasa es que a Guillermo le hacía gracia lo que hacíamos y por eso nos puso ahí en su cuadro.

Os hizo también la portada del single de «Groenlandia».

Sí, sí. Es que Bernardo estaba enamorado del arte de Guillermo. Íbamos mucho a su casa, en Arturo Soria, que era diáfana y en el medio se había hecho una pirámide donde tenía su cama. Era una casa divina. Luego, por allá tenía como una balaustrada… era una maravilla. Él era un ser así como muy… no sé cómo decirlo. Lo veía siempre un poco desangelado. Por ejemplo, no le conocí nunca ninguna pareja. Con su hermano me llevaba también de maravilla. Estaba en el grupo Los Monaguillosh. Era muy salado. ¡En aquella época salían grupos de debajo de las piedras!

¿Cómo os surgió a los Zombies la posibilidad de grabar un disco?

Un día nos robaron el equipo en el local de ensayo. Entonces, el padre de Bernardo nos compró de nuevo todo el equipo y nos metió en otro local en la calle San Mateo, donde antiguamente, en sus inicios, había ensayado Julio Iglesias. Honorio Herrero, el de La Charanga del Tío Honorio, que se había hecho productor, creo que a través de Herminio Molero, vino un día a vernos al local nuevo, donde todos los días ensayábamos, siempre rodeados de gente que venía a beber y a escucharnos. El Honorio nos vio y, encantado con el ambiente, nos fichó directamente. Nos preguntó que dónde queríamos grabar y le dijimos que en RCA, porque era el sello de David Bowie. Nosotros le dijimos aquello con la ilusión de que a lo mejor, en alguna fiesta de la discográfica, coincidiríamos con él [risas]. Y, bueno, aquello fue luego horroroso. Cuando vimos la portada del primer disco, con las manos esas, nos quedamos… Bernardo estuvo una semana sin salir de casa. Nosotros queríamos que salieran las cartas, pero con otras manos. Y, de repente, el que llevaba el tema de diseño en RCA nos puso aquellas manos, que nunca supimos de donde salieron, y ahora aguántate. Nos dio un disgusto tremendo. En verdad fuimos siempre unos mandaos. Nos daban un 0,5 % de royalties. Era una explotación bárbara. Querían cambiarnos los modelitos y tal, pero los mandamos a cagar. Nos dejamos hacer lo mínimo, porque para el sello era todo marketing.

Encima disteis pocos conciertos.  

Sí, es verdad, dimos muy pocos porque a Bernardo no le gustaba salir de viaje. Les tenía miedo a los aviones, también a los coches. En Madrid no dimos más de diez conciertos. Uno en la sala El Sol, otro en el Marquee, otro en el Golden, en el M&M… Muy pocos, muy pocos. Mira, la Alaska daba conciertos todas las semanas, y ya los veíamos como quien veía el NO-DO, porque estábamos aburridos de escuchar siempre lo mismo. Bernardo en eso era más selectivo. Daba un concierto de vez en cuando, para que la gente no se olvidara de que existíamos y tal, pero lo cierto es que no le gustaba nada viajar. Él prefería quedarse en casa componiendo. De hecho, creo que solo salimos dos veces de Madrid, y fue gracias a Dulce Quesada, nuestra mánager. Recuerdo que una vez tocamos en Santa Pola, donde me lo pasé bomba, porque además cobramos y todo [risas].

¿Trabajabais mucho en el estudio?

No, porque lo hacía todo Bernardo. Todos los arreglos, todas las composiciones eran suyas y cuando llegábamos al estudio era él quien nos decía lo que había que hacer. Mezclaba luego todo él, y eso sí nos daba mucha rabia. No nos dejaba participar en la mezcla del disco. Eso nos consumía, la verdad, pero el grupo era él, qué duda cabe.

A mí me hubiera gustado participar más, componiendo, haciendo letras. Me dejaron hacer solo una, «Me quiero», y fue de casualidad. Bernardo era una persona que necesitaba mucha atención, mucho cariño. Él tenía que ser el primero y el principal y no me dejó hacer nada. El caso es que tampoco yo quería irme del grupo, así que terminé cantando mis canciones en el baño. ¡Me invento una cada minuto! [risas].

Los Zombies duraron muy poco.

Tres años nada más. Mi salida del grupo tuvo que ver con el hecho de que soy bipolar. Un día apareció un amigo mío de Holanda con un cargamento tremendo de tripis. Me pidió que se los guardara en mi casa y desapareció. Acabé comiéndomelos todos. Y, claro, llegó un momento en que se me fue la olla por completo. En una de las últimas grabaciones aparezco de hecho con un pañuelo porque me dio una hipervitaminosis horrorosa. Acabé con una depresión brutal. Estuve un año sin salir de casa y ahí se deshizo el grupo. Yo he sido siempre muy bestia. ¡Me he metido tanta cosa!

Sin ánimo de psicoanalizarte, pero, todos estos excesos tuyos, ¿a qué crees que se deben?

A que soy muy adictiva. Me gustan mucho los estados alterados de conciencia. En el fondo se debe todo al aburrimiento. Me he aburrido siempre de todo mucho. Para colmo, me ha encantado drogarme. Ya con doce años nos emborrachábamos en el colegio, fumábamos habanos, le hacíamos pajas al de la farmacia para que nos diera centraminas… Lo nuestro venía ya de antes. Y Edurne era peor que yo, ¿eh? Edurne estaba por los suelos, comatosa perdida, y me decía: «Esto no pone, tía, esto no me sube» [risas]. Éramos muy viciosas.  

Además nos era muy fácil conseguir todo lo que queríamos. Incluso la heroína. Coca teníamos siempre y los tripis entonces abundaban. Había además mucha variedad de tripis, y nos comíamos lo que nos dieran. Estaban los naranjas, los micropuntos… Los secantes eran como lo peor, pero había uno que se llamaba «el volcán» que me encantaba. El Vijande nos dio una vez angel dust. También nos trajo un día unos tripis de California… Todo para comernos la cabeza, ¿eh? ¡Qué hombre, de verdad! Mira, no quiero hablar mal de los muertos, porque a los muertos los respeto mucho, pero la Vijanda era tremenda.

¿Eres de las que piensa que la heroína fue introducida en España conscientemente por los poderes fácticos para anular a la juventud?

Sí, sí. Puede ser. Porque cuando estamos aquí, los cuatro que mandan ya han ido y requetevuelto. Y caímos todos como chinches. De todos modos, yo esto ya lo he dicho: a mí la heroína me ayudó un montón, porque yo tenía unos sentimientos y unas historias dentro que no sabía qué hacer con ellas en aquel momento, y aquello me anestesió. Los dolores de corazón los llevo fatal y a mí la droga me ha ayudado mucho, porque yo además no pasé nunca monos, siempre tuve codeína del farmacéutico, pero sé que hay gente a la que le ha hecho mucho daño. La heroína se apodera de ti. Te enamoras de ella. Te da un sucedáneo de paz y durante ocho horas no quieres ni necesitas nada más.

¿Cómo saliste de aquella depresión?

De mi primera depresión, porque luego por desgracia tuve más, salí tomando el sol, porque me negué a meterme más pastillas. Creí que me iba a morir, no quería saber nada de la vida, ni de la movida, ni de los «movideros». La primera semana de la depresión me llamó mucha gente para ver cómo estaba. Pero a la segunda ya no me llamó nadie. Normal, ¿eh? Pero me quedé así… Me sentí como una mierda, vamos. Y, total, como era verano, me retiré a El Escorial, con un complejo de fracasada tremendo, con un grupo de pintores divinos y allí me puse con ellos a dibujar y a tomar el sol. Y se me pasó.

Luego me metí en Periodismo, pero como seguía yonqui perdida, acabé prostituyéndome y cogí la sífilis. Los líos que tuvimos Edurne y yo en el puticlub… Madre mía. Cuando nos hartamos de robar, nos metimos a putas porque vimos que en dos minutos podíamos conseguir fácilmente diez mil pelas. Trabajamos una temporada en el D’Angelo, pero al final nos echaron de allí porque estábamos todo el día desparramadas por los sillones, dormidas del pedo que llevábamos. Pero al principio estaban encantados con nosotras, porque éramos monas y teníamos mucho éxito. Cuando nos echaron, trabajando en la calle, pasamos de cobrar diez mil a cinco mil pesetas. Y fue estando en la calle cuando me cogieron tres tíos y me «triviolaron». Ojo, y aquí estoy. No te cuento más porque lo tengo todo contado en mis memorias, y porque yo tengo una visión de lo que es una violación muy distinta a lo que se va por ahí diciendo y si te la digo se me tiran al cuello. A mí me han violado tres veces y las tres veces me han querido matar. ¿Y qué haces? Pues dejarte. Te abres de patas, y nada, porque como te pongas bordecita… Unos que me violaron en Albacete me terminaron dando su numero de teléfono, así que fíjate [risas]. Ahora te cuento esto y me río, porque al escribir mis memorias he podido ver de nuevo lo que ha sido mi vida, y he sufrido una catarsis. Ahora me veo como un militar y todas estas historias tan tremendas que me han pasado son mis medallas.

¿A qué te refieres con lo de la catarsis?

Es que he vivido todo de nuevo. Incluso cosas que había olvidado por completo las he revivido como si me hubieran pasado ayer. Fue, eso, una catarsis tremenda. Quise aislarme del mundo completamente. Me quité de Facebook, me recluí en mi casa como si fuera un monasterio. Estuve así dos meses y fue gracias a una ceremonia donde tomé la ayahuasca que me vi a mí misma cogiéndome de la mano y acercándome a una cuna en la que estaba yo de bebé. Fue un enamoramiento al instante. Me dije: «Esa soy yo y ya está. Sigo siendo lo que siempre he sido». Cuando terminé de escribir las memorias le dije a mi hijo que las publicara cuando yo muriese, pero ahora las quiero ver publicadas en vida, porque me veo todavía joven, con ganas de luchar. Dicho esto, recomiendo la ayahuasca a todo el mundo, ¿eh? [risas].

También creo que tuviste algún que otro acercamiento místico, algo así como una revelación.

Sí. Estando yo yonqui perdida, mi madre me metió en El Patriarca. Me hicieron firmar unos papeles sin darme cuenta, porque yo no recuerdo nada. El caso es que me desperté en un sitio horrible, donde tenía que pagar por trabajar. Aquello fue… Casi me muero allí. Me intenté escapar mil veces, pero siempre me pillaban, hasta que una vez lo conseguí y me metí una sobredosis. Pero no sirvió de nada. Me metieron allí de nuevo. El Patriarca es lo peor: me pegaron, me violaron, me tuve que comer cuarenta pollas… Fue horroroso, muy vejatorio. Además no me sirvió para nada, porque nada más salir volví a pincharme. Pero un día que me había tomado yo los Tranxilium vi un libro que me había dejado mi tía Fina, que es mi madre espiritual, llamado El misterio de nuestra intimidad con Dios, y de repente empezó a arderme una cosa aquí en el corazón… Te lo digo de verdad, ¿eh? Sin droga ninguna, como si me ardiera el corazón de amor. Me quedé… Porque era esa la sensación que yo siempre había buscado en los hombres y en las drogas. Yo solo quería que me ardiera el corazón de amor. Fue una conversión total. Me lo dijo luego un cura con el que hablé. Ese día lo dejé todo. Me di cuenta de que mi cuerpo no me pertenecía, que tenía que estar al servicio de mis hermanos, y dejé de drogarme ipso facto. Me quedé enganchada a esa sensación, que me provocaba una espiritualidad muy infantil, con sus sabores y todo. Pero al tiempo desapareció y me quedé muy hundida. Pensé: «Otro palo más». La suerte fue que en esa época me quedé embarazada y me agarré a mi hijo, y pude así salir para adelante. Desde entonces sigo viviendo en la noche oscura, pero ya me he acostumbrado [risas].

Llevas a gala el título de «musa de la movida». ¿Qué hiciste para ganártelo?

Nada. Me lo pusieron porque era mona, y ya está. Lo que pasa es que creo que es verdad, que era de las más monas. Esta feo que yo lo diga, pero lo digo porque es algo que no tiene mérito ninguno. He nacido así, qué le voy a hacer. Ana Curra era mona también, lo que pasa es que cuando apareció era más como una niña de esas que llevan faldas de cuadros y tal, pero la arreglaron rápidamente, se cambió de look, se pasó del piano clásico al otro, y se adaptó volando. Almudena de Maeztu también era muy mona. En Las Chinas había otra que era muy salada, pero monas, monas, no te creas que había muchas. Bueno, estaba Carmen, la hermana de Will More. Esa era la más guapa. Pero ya te digo que este mote me lo pusieron a mí a posteriori, así que no sé muy bien qué hice o dejé de hacer para que me lo pusieran. Como musa hice en verdad muy poco, porque mis novios eran todos muy celosos. Con Miguel no podía ni mirar al suelo. A mí me gustaban todos, pero, claro, no podía, no me dejaban [risas]. Ligaba al final con los demás mirándonos, toqueteándonos en el baño, pero poco más. Mis novios fueron siempre muy celosos.

¿Sigues teniendo contacto con gente de aquella época?

Me he reencontrado con muchos ahora que me he puesto a escribir. En la presentación de mi libro de relatos, Serena a los once, que se hizo en el Penta, en Madrid, los vi a todos de nuevo. Los quiero mucho, porque he vivido tantas cosas con ellos… Y ahora que se ha muerto Ceesepe, el pobre, ¡qué pena más grande! Ha sido como si me quitaran un cacho de alma. Tú no te imaginas cómo era ese hombre. Era como un angelito, con su vocecita, en un rinconcito siempre, mirando con esos ojitos… ¡Era tan auténtico!

Quedamos ya cuatro gatos, cuatro mataos, y cuando nos vemos nos entra un sentimiento de unión muy fuerte. Será porque somos ya mayores, pero lo cierto es que rompimos con muchas cosas. Fuimos además una generación que no pudo ser adolescente. Pasamos de estar con las falditas de cuadros a vivir la noche a tope. Fue un salto muy grande. Me llevaba muy bien con Speedy, de Las Chinas, también con Campoamor. Cuando los veo ahora es como si fuera ayer. Me acuerdo de que yo era muy chinchosa, me metía mucho con ellos. A Sigfrido Martin Begué le llamaba «la sigfrígida». Con Carlos Berlanga me metía también mucho, porque tenía complejo de brazos pequeños y era verlo y le quitaba la chaqueta. Luego nos queríamos mucho, ¿eh? En el último concierto que dio Bernardo aparecieron por allí Alaska y Mario Vaquerizo y nos abrazamos.

¿A quién echas más de menos?

A Antonio Vega [se echa a llorar]. Mira, lloro solo de decir su nombre… Era un ser divino. Nunca estuve liada con él, pero nos amábamos profundamente. Era un ser tan entrañable…

A Iván Zulueta también lo echo muchísimo de menos. Con él recuerdo conversaciones y conversaciones en el Golden, que llegaba la noche y nos sentábamos, y entre eso y muchos tripis llegábamos, no sé, adonde no he llegado nunca con nadie. Eran unas conversaciones tan maravillosas, tan profundas… Siempre lo he querido. Ahora he montado una productora llamada Ivantesa, en su honor. He producido uno de los Love Strip de Tony Macousqui, que es un genio. Me he enamorado de ese proyecto. Tony me contactó porque sabía que yo había sido amiga de Iván y me hizo una entrevista, de ahí la conexión. A Iván Zulueta, que tiene montones de cosas guardadas en un trastero, quiero hacerle un museo, una estatua, todo. Su vida fue como aquella película de Buñuel en la que no podía salir nadie de la habitación. Él era así.  

¿Quién crees que fue el más talentoso de aquella generación?

El Hortelano tenía una inteligencia suprema, pero el más genial de todos nosotros era Fabio. Pero, claro, cogió aquella tuberculosis galopante, se vio la muerte y le entró la vena mística… Cosa que entiendo, ¿eh? Porque yo también he pasado por ahí, ya te he contado. Tanto Fabio como yo somos seropositivos y ese tema te come un poco el coco. Pero Fabio era… Yo solo quería estar a su lado, no me quería separar de él. Me daba tanto sin hacer nada. Nunca se enfadaba, siempre estaba simpático. Era un artista completo de la cabeza a los pies. Su obra, vale, bien; pero su persona era todo, era un artista viviente. Enamorada me tuvo.

Muchos dicen que Almodóvar tomó bastantes cosas prestadas de él.

Y tanto. Pedrito es que se enamoró también de él y lo explotó al máximo. Como luego se ha ido a esas esferas escatológicas de la cienciología y la erótica del dinero, ahora somos todos para él como caca, no quiere saber nada de nosotros. Pero, bueno, ya se le pasará. Fabio era lo más. Mira que he conocido gente a lo largo y ancho de mi vida, pues me quedo con Fabio. No lo puedo evitar.

¿Crees que la etiqueta de «la movida» ha terminado resultando perniciosa para muchos de estos creadores?

Yo creo que no, porque, a ver, la movida, con todo lo malo que pudiera tener, no es que fuera Gran Hermano. Cada uno se lo montó luego a su manera, porque entonces la mayoría perdió mucho el tiempo con las drogas y las tonterías. Las personalidades de cada uno han influido mucho en el devenir de las distintas carreras artísticas. Tanto Ceesepe como Antonio Vega eran un poco depresivos y eso se ha notado en su obra y en su forma de estar en el mundo. Lo que sí creo es que, en muchos casos, los personajes han eclipsado a sus creaciones. Desde ese punto de vista, sí, puede que la etiqueta de la movida haya acabado siendo una losa para algunos. Pero, bueno, ya vendrán tres japoneses lúcidos y harán justicia con todos ellos, porque es verdad que ahora mismo están muchos muy olvidados.

IV

El Diario. es, en Somos Malasaña, "Presentación de la novela de Tesa, la chica que bailaba con los Zombies", 29 de noviembre de 2017

Se presenta en El Penta la primera novela publicada de la mítica Tesa de los Zombies.

La Movida es un periodo prolijo en símbolos e imágenes. Tesa, la chica que bailaba alocadamente en los Zombies, es una de esas imágenes inclasificables que aparecen una y otra vez en los clips de la época. Su figura, figurón en los ambientes del momento, también alimentó la leyenda del Madrid de la Nueva Ola e, incluso, sus cuadros figuraron en la mítica exposición de 1981 El Chochonismo Ilustrado, donde estaban los habituales de Casa Costus (Fanny McNamara, Alaska, Miguel Ordóñez. Carlos G. Berlanga, Tesa y los propios pintores). De repente, Tesa desapareció.

Vive desde hace años refugiada en la pintura y en la escritura, aunque en los últimos años su figura ha sido rescatada: actuando junto a su amado Bernardo Bonezzi en el disco de su reaparición (poco antes de morir) o con motivo del libro La mala fama, de German Pose. Incluso, su figura ha sido centro de un corto llamado Aliens.

Ahora Tesa saca a la luz una de sus novelas (asegura tener muchas otras en el cajón), se llama Serena a las once (Editorial Barret) y la va a presentar en El Penta el jueves 30 de noviembre. Estará acompañada de Jesús Ordovás, Germán Pose (que ha escrito el prólogo) y Ouka Leele.

Tesa Arranz  (Valencia, 1960) Ha dicho que se acostó con Paul Simonon, el bajista de los Clash, que Las Costus eran mentira (asegura que pintaban sobre diapositivas puestas en la pared), que Alaska no ligaba nada, que la heroína no fue tan mala y que por eso no se le puede culpar de todo. Se hizo famosa a los 18 años al formar parte del grupo Zombies, liderado por Bernardo Bonnezzi. Tesa apenas cantaba y bailaba a su manera, pero su presencia y su manera de moverse han quedado inmortalizadas como símbolos de la Movida. Con una sensibilidad artística fuera de lo común, Tesa, tras alejarse de ese alocado mundo, se refugió en la pintura y la escritura. Volvió a su Valencia natal y, entre cuadro y cuadro (en su mayoría, retratos de extraterrestres), ha escrito poesía y varias novelas, todas inéditas. Hasta la fecha, pues al fin se atreve a mostrar al público una de sus obras literarias con tintes autobiográficos. Serena a los once

Serena se ha quedado huérfana, pero no está triste porque no congeniaba con sus padres, así que ¿por qué tendría que echarles de menos? Serena es práctica. Serena, que no es una niña muy normal, está más bien inquieta y expectante por el rumbo que pueda tomar ahora su vida. Serena tiene once años, la regla y tetas, aunque no por ello va a dejar que se las toquen (y eso que tiene tres novios). A Serena la llaman Pinki y siempre está pensando. Piensa, por ejemplo, que si su abuela se muriese sí que lloraría, porque no puede vivir sin ella. Sin embargo, a Serena no le gusta comerse el coco, aunque desde hace algunos días no para de hacerlo… porque se ha enamorado del novio extranjero y alcohólico de su querida tía, con quien ahora viven su hermano y ella.«Se ve que mi primo nació ya con ganas de ser artista y se empeñaron en que fuera abogado, cuando no tenía ganas de serlo. Así que ni estudió ni nada, pero ya fue como si tu avión sale cuando tienes dieciséis y te hacen esperar a los dieciocho y a los dieciocho sigues esperándolo y un buen día te dicen que ya ha despegado hace dos años. Y, como hasta los dieciocho te has tirado dos años medio muerto y empezaste a tomar drogas para poder soportar la pena, luego, cuando cumples precisamente los malditos dieciocho, estás de drogas hasta las orejas. Mi primo se pinchaba y, de eso, es muy difícil salir».

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