De Joaquín Bernárdez, en Quora:
Aunque un par de presidentes de los que hemos tenido en estas últimas legislaturas amenazan con adelantarle como el segundo de ellos siga gobernando, sí existe un personaje en la historia que puede considerarse sin lugar a dudas y con toda claridad, el mayor traidor de la historia de España.
Y no sólo ha pasado a ser el traidor por antonomasia en la historia de España reconocido como tal por todos los historiadores, sino tal vez de la mundial, dada la trascendencia de España en el mundo en la época en que le tocó vivir, y puesto que las consecuencias de su traición se han prolongado en algún modo hasta hoy.
Este personaje se llamaba Antonio Pérez del Hierro.
Nació en 1540 como hijo ilegítimo de Gonzalo Pérez, un aragonés que era secretario de estado de Carlos V, con Juana Escobar; aunque fue legitimado por el propio Felipe II en 1542 en reconocimiento a los excelentes servicios de su padre al emperador y posteriormente al propio rey.
Antonio Pérez recibió muy buena educación, cursando estudios en las universidades de Alcalá de Henares y en Salamanca, después de lo cual su padre le llevó por toda Europa para que aprendiera con los mejores maestros, en las universidades de Padua, Venecia y Lovaina entre otras.
Empezó su carrera política de muy joven, ayudando a Gonzalo. Fue por esa época cuando comenzó a trazar sus ambiciosos planes. Mediante sus buenos modales y simpatía sugestionó al príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, y se ganó su favor. Este príncipe portugués era el cabecilla de una de las dos facciones que pugnaban por influenciar sobre el rey; la otra era la casa de Alba.
El propio Ruy Gómez, primer ministro de Felipe II, se lo recomendó entusiásticamente a éste, quien se tomó la recomendación con cautela tras averiguar que Pérez llevaba una vida licenciosa y desordenada y tenía en la corte una tremenda fama de calaveras.
Enterado de esta opinión del rey, Antonio urdió una treta para mejorar su imagen ante el monarca, y a tal efecto se casó con la mujer con quien tenía un hijo ilegítimo (1567). La estratagema surtió efecto, y Felipe II se decidió a nombrarle secretario de estado de las cosas de Italia, pensando que el matrimonio le haría cambiar de vida.
Al cabo de un año, Pérez ya era el hombre más influyente de España, habiendo también acaparado el puesto de secretario para las cosas de Flandes, posición ganada merced a su carácter dúctil, su gallarda presencia, su cultura y su agradable conversación.
Desempeñó aquel puesto con eficiencia, celo y actividad. Fue entonces cuando, en connivencia con la princesa de Éboli, que enviudó en 1573, empezó a utilizar su influencia en beneficio propio aunque tuviera que perjudicar los intereses del Estado.
Debido a su posición, Pérez tenía acceso a la correspondencia entre el rey y don Juan de Austria, medio hermano de Felipe II que ostentaba la capitanía de la flota del Mediterráneo. Las cartas entre ambos se entrecruzaban escritas en un código que Pérez conocía y descifraba para el rey, de modo que el secretario se las arregló para que fueran malinterpretadas.
Esto originó una situación de tensión entre Felipe II y Juan de Austria. En este contexto, éste había sido trasladado a Flandes y, sospechando (con toda la razón) que el rey había concebido de él la idea de que era un ambicioso que obraba en beneficio propio en lugar de hacerlo para la Corona, en 1578 le envió a su secretario Juan de Escobedo para que tratara directamente con el monarca.
Las intrigas de Pérez a lo largo de varios años habían conseguido que Felipe II se incomodara contra su medio hermano; por lo cual el rey no quiso recibir inmediatamente a Escobedo cuando éste llegó a Madrid, sino que le citó para una fecha posterior.
Mediante sus interpretaciones sesgadas, Pérez había hecho pensar al rey que Juan de Austria deseaba desentenderse de los problemas que había en Flandes para abandonarlo y emplear los tercios en invadir Inglaterra, instaurarse allí como monarca y declararle la guerra a España, cuando en realidad los mensajes que había enviado a Felipe II contenían un plan para apaciguar Flandes e invadir posteriormente Gran Bretaña para liberar a María Estuardo y que ésta devolviera el catolicismo a la isla.
Por esta razón, Pérez no deseaba que Escobedo se reuniera directamente con el rey para exponérselo en persona. Valiéndose de su conocimiento personal de Escobedo, a quien él mismo previamente había recomendado para el cargo esperando que sirviera a sus intereses, Antonio Pérez consiguió reunirse con el emisario antes de que éste se encontrase con el rey, para tratar de sobornarle y, como viera que esto no funcionaba, también de chantajearle.
En vista de que estos intentos no dieron fruto, dos veces urdió planes para envenenarlo que resultaron fallidos, hasta que al final los nervios se apoderaron de Pérez y encargó a la desesperada el asesinato del secretario de Juan de austria, acción que se llevó a cabo en el último instante, cuando Escobedo se encontraba de camino a la audiencia con el rey, momento en que, en plena calle, un espadachín le traspasó el pecho de parte a parte. Pero la urgencia del plan hizo que se desarrollara de una manera tan burda que se reveló la autoría de Pérez.
Los papeles de Juan de Austria que portaba Escobedo, donde había pruebas del falso juego entre el rey y su medio hermano propiciado por Pérez, llegaron a manos del rey; y, a partir de este momento, los problemas para el secretario no hicieron más que empezar. Se llevó a cabo una investigación, a raíz de la cual los autores del crimen "cantaron" quién les había pagado espléndidamente y proporcionado medios para ponerse a salvo. Pérez y la princesa de Éboli fueron encarcelados en 1579 bajo los cargos de tráfico de secretos de Estado, corrupción y asesinato.
También desde entonces, los poderosos amigos que ambos tenían comenzaron a mover los hilos para mejorar su estado. La princesa fue trasladada de la torre de Pinto al fuerte de Santorcaz, y más tarde al castillo de Pastrana, que era de su propiedad, donde murió años más tarde sin haber recuperado la libertad.
En cuanto a Pérez, fue recluido primero a prisión domiciliaria durante un año, y después a libertad condicional en la que sólo se le permitía salir para ir a misa. Sin embargo, tanta fue la ostentación, el boato con que vivía a pesar de su estado, y la evidencia de que continuaba manejando intrigas, que se le abrió otro expediente de investigación pública.
Todo esto se vio complicado con el fallecimiento en circunstancias sospechosas de varios personajes que conocían bien la vida íntima de Pérez, entre ellos su mayordomo Rodrigo Mangado y el astrólogo Pedro de la Hera, hechos que fueron investigados dejando documentalmente probado que sus muertes habían sido promovidas por él para eliminar testigos de las intrigas que le habían ocupado durante años.
A consecuencia de estos hechos, Pérez fue sometido a tortura y posteriormente condenado a dos años de prisión, destierro de la corte, privación de oficio por diez años y una multa de 30.000 ducados. Pero en 1590, durante una visita de su esposa a la cárcel, ésta intercambió sus ropas con Pérez, quien huye para ocultarse en un convento de dominicos de Calatayud, de donde es sacado por el baile aragonés Alonso Celdrán, quien se lo lleva a Zaragoza, donde no tenían jurisdicción los tribunales castellanos.
Allí organiza Antonio Pérez otra farsa, apelando a los fueros aragoneses, y sigue aumentando su traición alentando a la rebelión contra Felipe II, aunque siendo ignorado por el pueblo, lo cual no evita que le escuchen algunos nobles, como el conde de Aranda, que inician revueltas y tumultos.
Como consecuencia, los tribunales castellanos dictan pena de horca contra él y decapitación post mortem para que su cabeza sea exhibida en público, por cuya causa Felipe II pide a la Justicia de Aragón la entrega de Antonio Pérez bajo los cargos de asesinato, tráfico de secretos de Estado y huida de prisión.
Ante el silencio de las autoridades aragonesas, la Corona recurre al Tribunal de la Inquisición, único que actuaba en toda España; y, de hecho, en toda Europa, excepto en las zonas protestantes, donde tenían la suya propia. Esto provoca rebeliones de insumisión, para sofocar las cuales se ve Felipe II obligado a enviar un ejército a Aragón, episodio que acaba con la ejecución del Justicia Mayor de Aragón, Pedro de Lanuza, uno de los máximos agitadores. Y así consigue, por fin, el traslado de Pérez a una prisión de control real.
Pero no habrá tal traslado, ya que, en el ínterin, los aragoneses le han liberado y Pérez ha conseguido huir aprovechando los desórdenes; y en noviembre de 1591 se presenta en Pau, un estado de corte feudal semi independiente de Francia donde la Inquisición no tiene potestad por estar en poder de los calvinistas. Como enemigo de Felipe II es allí muy bien acogido por la princesa Catalina de Bearn y su hermano el rey de Francia Enrique IV, a quien Pérez se dedica a revelarle secretos de estado y le anima a organizar una expedición militar contra España que, afortunadamente para ésta, acaba en derrota para los franceses.
Pérez se traslada a París, mientras en España se le da por perdido para la justicia, siendo quemado en efigie. En la capital francesa, se gana el favor de la corte igual que lo había hecho en España, mediante su simpatía y pintando en tono novelesco sus aventuras previas. Enrique IV se vale de él todo lo que quiere para obtener secretos de estado españoles y le otorga una pensión de 4000 escudos.
En 1593 viaja a Londres para hacer lo mismo ante la reina Isabel I, enemiga irreconciliable de Felipe II, y regresa a Francia en 1595. Al año siguiente, la información vertida por él en Inglaterra será utilizada para atacar Cádiz. El almirante lord Effingham penetra en la bahía al mando de una flota compuesta por ciento cincuenta barcos y siete mil soldados. Se somete la ciudad a saco y a incendio, causando grandes pérdidas económicas, y se pide rescate por los habitantes.
El duque de Medina Sidonia se niega a pagar, y los ingleses incendian también la flota de cabotaje española fondeada en Puerto Real, lo que provoca la desaparición de las naos de Indias y una pérdida de cinco millones de ducados, con la consiguiente quiebra de la Real Hacienda española, un golpe más duro que la pérdida de la Armada Invencible acaecida ocho años antes.
En 1598, Felipe II y Enrique IV firman un tratado en el cual queda excluida la admisión de Pérez en España, lo cual habría podido hacer a éste perder ya toda esperanza de regresar a su país si no fuera por la muerte del monarca español en ese mismo año. A esta adviene Felipe III, quien concede la libertad a la esposa e hijos de Pérez, encarcelados por haberle ayudado a escapar, pero a él se le deniega el regreso a España.
Desde Francia, Antonio Pérez empleará su tiempo en redactar y publicar periódicos escritos contra Felipe II, a promover el movimiento propagandístico antiespañol, oculto tras seudónimos, y a promocionar la leyenda negra que empañará el Siglo de Oro español, la cual llega hasta hoy. Además de estos panfletos, Pérez es autor de una serie de textos considerados de alta calidad literaria y documental, que demuestran que podría haber sido un buen escritor profesional de haberse dedicado a ello.
Aun poco antes de su muerte, acaecida en 1611, solicitó Antonio Pérez ser reintegrado a España y presentado ante el tribunal de la Inquisición, petición que le volvió a ser denegada. En 1615, sus hijos obtuvieron del tribunal de Zaragoza una absolución completa.
En sus últimos tiempos, Pérez parece haber sufrido una catarsis total por el modo en que había vivido su vida, y dejó también escritos en los que manifiesta su deseo de morir como un buen católico, así como de su amargura por no habérsele considerado un buen servidor de su rey. El texto principal fue una declaración en este sentido dictada a su amigo Juan de Mesa poco antes de fallecer, lo cual sucedió en París, donde fue enterrado en el convento de los Celestinos.
Los hechos y la actitud de Antonio Pérez han sido objeto de una gran cantidad de estudios e interpretaciones en la posteridad, originando una gran controversia que va desde la disculpa total de sus actos hasta la condena absoluta. Pero a nadie ha dejado indiferente, siendo considerado como el traidor por antonomasia de la historia de España.
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