Mar Padilla, "Kant, el sabio que nos hizo mejores ciudadanos", El País, 14 de abril de 2024:
El filósofo prusiano, autor de ‘Crítica de la razón pura’, cambió la forma de pensar de la gente e incitó a reflexionar por uno mismo, a cuestionarlo todo. En el tricentenario de su nacimiento, cuando reaparecen las figuras autoritarias y las guerras sangrientas, su ideario cosmopolita cobra sentido
Fue un visionario que inauguró la modernidad. Cambió la forma de pensar de la gente, incitando a reflexionar por uno mismo y a cuestionarlo todo. Las ideas del filósofo que rechazó el dogma, que propugnó el uso de la libertad en responsabilidad y la idea de ciudadanía común, están de vuelta ahora que se cumplen tres siglos de su nacimiento.
Vivimos un cierto regreso al pasado. Reaparecen la irracionalidad, el miedo, las teorías conspiranoicas, las sombrías figuras autoritarias y las guerras sangrientas. Ante ello, no hay recetas mágicas, pero podemos volver a escuchar a los que quisieron emanciparnos de fanatismos y actuar a la luz de un entendimiento común. Podemos volver a Kant.
El Kant nuestro de cada día
El autor de Crítica de la razón pura es uno de los filósofos más influyentes de todos los tiempos. Es citado, comentado y combatido —especialmente desde el posmodernismo—, incansablemente. De la idea de la educación universal y gratuita al principio de autonomía moral y personal, de Habermas a Hannah Arendt, pasando por Hegel, su obra lo impregna casi todo. “Seguro que Kant ha influido en usted aunque no lo haya leído”, advirtió Goethe.
El pensador que abrió un camino para que seamos mejores ciudadanos, nacido el 22 de abril de 1724 en Königsberg (hoy Kaliningrado, en Rusia), también impulsó el derecho internacional y el concepto de un gobierno organizado en una federación de estados, inspiradora de entidades como la ONU o la Unión Europea. Ahora, en el volátil contexto actual, sus ideas cosmopolitas y democráticas vuelven a cobrar sentido.
“Con lo que está ocurriendo ahora mismo en la guerra de Ucrania o lo que está haciendo Israel en Gaza, lo que escribió Kant no puede ser de más actualidad”, afirma Roberto R. Aramayo, profesor del Instituto de Filosofía del CSIC. Aramayo hace referencia a Sobre la paz perpetua, el ensayo de Kant publicado en 1795 que insta a la regulación de los conflictos, subrayando que ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en el gobierno de otro o que, en caso de guerra, no deben llevarse a cabo actos que hagan imposible una paz futura. “En estos tiempos se ve a Kant más como un icono que como un referente, porque no nos va a ofrecer respuestas a nuestros problemas concretos, pero su obra nos sigue interpelando hoy mismo”, sostiene Aramayo, uno de los mayores conocedores de la obra del prusiano y autor de Kant: Entre la moral y la política (Alianza Editorial, 2018).
El llamado sabio de Königsberg no debe de ser santo de devoción entre las autoridades de Rusia, Israel o China. Alertó sobre la pasión por el poder, los posibles engaños de la “razones de Estado” y dejó escrito que “ninguna voluntad particular puede ser legisladora para una comunidad”. Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona y autor de El torbellino Kant. Vida, ideas y entorno del mayor filósofo de la razón (Ariel, 2024), apunta: “Aún no estamos en la Europa ni en el mundo cosmopolita y hospitalario que él concibió”.
Publicó Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio en los años 1781, 1787 y 1790, sucesivamente. En ellas, Kant propone una filosofía total, un sistema de conocimiento, moral y estético, respondiendo a tres preguntas clave: qué puedo saber, qué puedo hacer y qué debo esperar. En su primera Crítica suma las corrientes filosóficas anteriores, añade el eje del espacio y el tiempo, hace un reset y responde que al conocimiento se llega aunando el empirismo con el racionalismo, que dicho conocimiento está condicionado por el sujeto que quiere conocer y que hay cosas que no podemos saber; en la segunda describe una moral y una ética común a priori de todo, un juicio compartido que nos aleja de los prejuicios; y en la tercera revela el peso del arte en la representación del mundo.
“Era consciente de la maldad en el humano, y avisó de que la conciencia ética puede detenerla” Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona
“Una idea guía toda la historia: la del derecho”, dijo el prusiano. Es “el derecho a tener derechos”, en interpretación del añorado filósofo Javier Muguerza. Desde la mesa de su despacho en su casa de Königsberg —bajo un retrato de Jean-Jacques Rousseau interpelándole desde la pared —, Kant dio un nuevo empuje a la Ilustración ampliándola hacia una revolución global. Armado con una peluca empolvada, una pluma y un tintero, El Demoledor, según palabras del escritor Thomas de Quincey, propone una “salida del hombre de su inmadurez autoincurrida” —así lo escribió Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?, de 1784—.
Le llamaban Manolito
Fue un hombre metódico, de familia humilde, influenciado por su madre, una lectora inquieta de recta conducta que le llamaba cariñosamente Manelchen (Manolito). “Un ateo ético”, en descripción de Aramayo, un pensador que vio con buenos ojos la guerra de Independencia americana y la Revolución Francesa, un trabajador solitario que se volvía sociable unas horas al día, cuando invitaba a grupos de amigos a comer, a beber vino y a conversar en su casa.
Vivió siempre soltero, dedicado a su proyecto de filosofía total. De estudiante se reveló como un portento, pero la muerte de su padre le obligó a dejar la universidad y mantener a sus hermanos. Estuvo casi una década alejado de los circuitos académicos, ejerciendo de preceptor de niños de familias ricas y de bibliotecario, hasta que retomó sus estudios gracias al apoyo económico de su tío zapatero.
También fue un profesor hipnótico para sus cada vez más numerosos alumnos, un intelectual que cada día a las cinco de la madrugada ya estaba leyendo y escribiendo. Durante años impartió más de 40 horas semanales de Metafísica, Geografía, Ética, Antropología, Pedagogía, Matemáticas, Latín o Mineralogía.
Recibió ofertas para trabajar en las universidades de Jena y Berlín, pero optó por no moverse de su ciudad, desde donde universalizó los ideales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire, redibujando para siempre la dimensión colectiva de la política (aunque, víctima de su tiempo, legitimó la exclusión de las mujeres en dicha dimensión).
Fue un hipocondriaco de salud aceptable, un hombre que en sus paseos de la tarde respiraba solo por la nariz por miedo a constiparse y que, por tanto, no hablaba en caso de tener compañía. Un pensador longevo que, con los achaques de la edad, cuando se dio cuenta de que explicaba siempre las mismas historias, optó por apuntárselas para no repetirlas. A sus casi 80 años, en una de esas comidas en su casa, confesó: “Señores, soy viejo, débil e infantil, y en consecuencia deben ustedes tratarme como a un niño”.
Contra el no future
En sus obras alude a un mundo en permanente construcción, alertando de que cuando se habla de la sociedad como es, en verdad se subraya lo que se ha hecho de ella. Contra las tentaciones del nihilismo y el no future, Kant insta a actuar como si el mundo tuviera un propósito, y este fuera digno y decente. En Kant, “trabajar y colaborar de forma comunitaria y tener las obligaciones morales claras conlleva una esperanza real en el futuro”, reflexiona Kate Moran, profesora de Filosofía de la Universidad de Brandeis y autora de Kant’s Ethics (la ética de Kant) (Cambridge University Press, 2022).
Kant ilumina: a pesar de las guerras y la violencia, en su ideario es razonable esperar que la humanidad avance y logre una paz duradera. Pero para conseguirlo es requisito desarrollar un Estado constitucional republicano que regule la libertad en común de la ciudadanía, que sea garante del acto de pensar por uno mismo, dejando “espacio a la libertad interna de actuar moralmente y bien”, apunta Margit Ruffing, doctora en Filosofía de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia.
Para Ruffing, la obra kantiana refleja que “el futuro llegará, y no hay ninguna razón sensata para no trabajar por un mundo mejor, sino muchas razones para hacerlo”. Pero Kant no era un optimista irredento: “Era consciente del conflicto y la maldad en el humano, y avisó de que solo el conocimiento y la conciencia ética pueden detenerlos”, advierte Bilbeny. El prusiano vendría a ser un pesimista con “un inquebrantable optimismo metodológico, basado en la esperanza moral de que nuestro perfeccionamiento puede transformar el futuro”, según Aramayo.
Pero no todo va a ser mañana. Para hoy mismo, el pensador de Königsberg ofrece herramientas para la convivencia cotidiana, como “la idea de ser generosos con los demás e implacables con nosotros mismos”, según escribió Muguerza, o de actuar como si de nosotros dependiera el curso del mundo. “Hay mucho que aprender de él: a tratarnos educadamente, prestar atención sincera a los demás, en el trabajo, en casa o en la calle”, apunta la profesora Moran. Son pequeñas reverberaciones que perfilan un mundo más humanizado. Entonces, no todo está perdido. Tras reencontrar la voz del filósofo, un poco a la manera de Nathy Peluso y C. Tangana, dan ganas de cantar “yo era ateo, pero ahora creo” (en Kant).
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