miércoles, 18 de junio de 2025

Novedad sobre Gonzalo Torrente Malvido

 I

La inagotable fascinación por Torrente Malvido, escritor y ladrón de guante blanco, en El País, Amelia Castilla, Madrid -18 de junio de 2025:

Su sobrino Marcos Giralt Torrente recupera en 'Los ilusionistas' la rocambolesca vida del último autor maldito, hijo de Gonzalo Torrente Ballester, mientras J. Benito Fernández prepara una biografía

La saga de los Torrente: abuelo, tío y sobrino. Tres generaciones de una estirpe literaria diseccionada por el último de la dinastía. A partir de las cartas encendidas de sus abuelos, Gonzalo Torrente Ballester y su primera esposa, Josefina Malvido, el escritor Marcos Giralt Torrente arranca en Los ilusionistas (Anagrama) un relato autobiográfico sobre los cuatro hijos de la pareja. Una historia de felicidad y desgracia tallada por la pólvora de la escritura. De los ilusionistas solo queda viva la madre del autor. A ella rinde tributo esta novela en la que desempolva, en uno de los capítulos, las peripecias de su referente más querido, su tío Gonzalo Torrente Malvido, autor de más de una decena de títulos y ladrón de guante blanco. La fascinación del personaje sigue viva entre biógrafos y escritores de novelas.

En el relato de Los ilusionistas será G. Gonga para la familia, Malvino y Gonzalito para los bohemios y el profesor para los reclusos en la madrileña prisión de Carabanchel. Escritor, traductor y guionista, Gonzalo Torrente Malvido pasó una temporada en el barracón de los comunes por usurpación de personalidad cuando en 1969 ganó el premio Sésamo por su novela Tiempo provisional, sobre el amor y las drogas. No fue el primer galardón literario de un autor que deslumbró a una progresión abiertamente contraria al régimen franquista. Su padre, el consagrado Torrente Ballester, le había inculcado la afición por la escritura.

El hijo del escritor arrancó la década de los sesenta como finalista del Nadal con su primera novela, Hombre varado, un relato plagado de sinvergüenzas y vividores, y en 1963 se hizo con el Café Gijón por La raya, con una trama de fondo policiaco. Las siguientes décadas quedarían marcadas por las condenas carcelarias, acusados ​​de falsificación de documentos bancarios y otros timos. Las encadenó hasta acabar como un indigente, en la zona del Rastro madrileño, donde se ganó el apodo de El chamán.

Podía ser un dandi o un estafador. Y en ambas tareas brillaba. A Torrente Malvido (Ferrol, 1935–Madrid, 2011) le precedía su fama de mentiroso compulsivo y un expediente de fechorías y sablazos, pero, en el Madrid de los setenta, sus correrías al margen de la ley se contemplaban con simpatía. Unas veces era el robo de un valioso cáliz, otras una cubertería o la falsificación de unos cheques de viaje. Parecía Jean Genet. Hubo un tiempo en que brillaba con luz propia en el ambiente cultural del momento. Tuvo dos hijas y numerosos amantes. Amigo, entre otros, de Paco Umbral, Carmen Martín Gaite (con la que tuvo un tormentoso idilio), Marisol, Antonio Gades y Camarón, con el que compartió una amistad y convergencia de años en los que la moneda corriente fue el polvo blanco. A Torrente Malvido le debemos la nueva dentadura del cantaor y el cambio que experimentó su voz cuando le implantaron en Vigo los dientes que había perdido por el abuso de las drogas. Convirtió una de sus juergas, de esas que duran varios días, en un cuento, Bulería de Cai.

Muchos de los testigos de la época han fallecido, pero, en general, los que le trataron, a los que dejó alguna cuenta pendiente, no le guardan especial rencor, aunque pidan no ser citados. Se contaba que Keith Richards le había regalado una cazadora de cuero tras una noche de fiesta y que usaba un billete con la cara del Che para esnifar cocaína. En los ochenta publicó Cuentos de la mala vida, sobre sus peripecias carcelarias, escribió el guion de la adaptación cinematográfica de la obra de su progenitor Crónica del rey pasmado y publicó Torrente Ballester, mi padre.

Lo entrevisté en 1996, acababa de publicar Doce cuentos ejemplares, en Alfaguara, una de sus últimas publicaciones. Dominaba el arte del relato y era un as con los diálogos. “Lo que importa es el análisis literario, el cómo y no el qué”, me dijo. Vivía retirada en una aldea gallega, pero ese día, para celebrar su reencuentro con Madrid, tenía previsto asistir al concierto de Rancapino y emborracharse. Suponemos que no regresó a tiempo al pueblo junto al Miño donde daba clases. Aseguró que “salía menos” y que estaba alojado en casa de unos amigos en la calle Velázquez. Alguien contó después que, cuando los dueños regresaron de sus vacaciones, había vendido todo lo de valor.

A su padre, Gonzalo Torrente Ballester, lo había conocido un año antes en Salamanca. Presentaba La boda de Chon Recalde, una de las últimas novelas y todos se referían a él como Don Gonzalo. A sus 85 años, Don Gonzalo se apoyaba en un bastón, y atendió a una caterva de periodistas culturales con erudición, simpatía e inteligencia. Ya había recibido el Premio Cervantes y escrito novelas como La saga fuga de J. B. También, claro, la trilogía de los Gozos y las sombras, cuyo primer tomo iba dedicado a “quien más dolor me causa”, un capón ¿merecido? al mayor de sus hijos, que desde niño desafió su autoridad. El primero de los castigos llegó pronto, y era severo. Con seis años se hizo con un mazo de estampas de futbolistas —“no sé con qué promesas o hurtados”— con las que trapicheó entre los chavales durante un par de días. El problema llegó cuando alguien se presentó en casa a reclamar la propiedad de las estampas. Hubo más correctivos y más trastadas, como hacer pellas, fumar o sisar unas monedas.

La infancia de los ilusionistas en Ferrol, mientras el padre buscaba en Madrid la fama literaria para poder reunirse a la familia, no fue sencilla. “Los cheques o las transferencias tardaban en llegar y de ello se daba cuenta mi tío, debido a su condición de hermano mayor y tener una madre enferma que debía recurrir a él para pedir dinero prestado o pedir fiado en los comercios”, cuenta Giralt Torrente en su novela. A su aislamiento se sumó la muerte prematura de su madre y el nuevo matrimonio del padre, del que nacieron también hijos. A su padre le llovían las cartas, mezcla de desesperación y arrepentimiento, pidiendo dinero desde distintas cárceles. Adoraba a Marisa, su hermana pequeña, y a su sobrino. “Mi madre lo recibía con fraternal hospitalidad, pero le imponía unas reglas que también a mí me obligaba a respetar: ni se le permitiría quedarse a solas en la casa ni podían confiársele las llaves”, cuenta Giralt en el capítulo dedicado a su tío. Las estancias en su casa finalizaban tan de repente como comenzaban. "Un día llegaba cautivo de una gran excitación, recogía sus pertenencias y se iba como perseguido. Después no regresamos a saber nada de él hasta que meses o años más tarde llamaba al teléfono".

Sus libros, descatalogados, perviven en el mercado de segunda mano en diferentes ediciones, pero la fascinación del personaje no se ha apagado. El escritor J. Benito Fernández ultima una biografía del autor, en la que la mayor dificultad pasa por rellenar sus ausencias o desapariciones en Francia, Italia, Alemania, Portugal o Marruecos, donde pasó largas temporadas y conoció algunas cárceles. Y Munir Hachemi, escritor al que trató mientras dormía en una furgoneta, retrata su particular visión del personaje en la última etapa de su existencia, en Arqueología del fracaso (Zut ediciones). Entonces se ganó el apodo de El chamán, cliente fiel del club Bukowski y de sus sesiones de poesía y relatos. Entre tabaco y aguardiente, recomendaba a sus fascinados seguidores lecturas de Ítalo Calvino, Malraux o Camus.

En una de sus últimas entrevistas, Gonga dijo que la dureza de la madera de un banco de la calle es menor que la dureza de la vida: “La de vivir en la calle ha sido una experiencia más de las tantas que yo he tenido en la vida. Y he tenido muchas”.

II

Gonzalo Torrente Malvido, la vida literaria del hijo del escritor, en El País, Marcos Giralt Torrente, 28 de diciembre de 2011:

Gonzalo Torrente Malvido, fallecido el lunes, pasó toda su vida pensando obsesivamente en escribir, a la vez que trataba -con bastante éxito en ocasiones- de no hacerlo, y acabó por convertirse en un personaje de novela. Hijo de Gonzalo Torrente Ballester y de su primera mujer, Josefina Malvido, nació en 1935 en El Ferrol. En la solapa de alguno de sus libros dejó constancia de que era escritor por influencia familiar, lo cual, si grosso modo es verdadero, no hay que tomarlo demasiado literalmente. En alguien como él, aficionado a escabullirse, una declaración así, más que un autorretrato totalmente fidedigno, es una forma de aliviar la propia responsabilidad. En cualquier caso, lo que sí parece cierto es que la profesión de su padre fue determinante en su vida, igual que nacer en Galicia o que crecer junto al mar.

Fue finalista del Nadal en 1960 y ganó los premios Café Gijón y Sésamo.

Sus comienzos literarios fueron tan exitosos como prolijos. En 1960 quedó finalista del Premio Nadal con su primera novela, Hombres varados; en 1963 ganó el Premio Café Gijón con La raya, y, en 1969, el Premio Sésamo con Tiempo provisional . De esa misma década son La balada de Juan Campos, su segunda novela, y el volumen de cuentos La muerte dormida, un género, el del relato, por el que siempre sintió una predilección especial. Los años setenta no fueron tan fértiles literariamente, pero sí lo fueron en peligrosas aventuras vitales que lo llevaron a pasar varias temporadas en prisión, acusado de estafa mediante falsificación de documentos bancarios.

Literariamente se sentía hijo de Camus, del Malraux de La condición humana y de Jean Genet, si bien desde mediados de los ochenta les había añadido el nombre de Italo Calvino. Como estafador, sablista y sisero era un aventajado epígono de esos ladrones de guante blanco que retratara a Hitchcock en alguna película y que tenían su centro de operaciones en la Riviera francesa. Siempre apuesto y elegante, la misma sangre fría que empleaba en las ventanillas de los bancos donde dio sus golpes le servía para cruzar fronteras con documentación falsa. Así pudo vivir y delinquir no solo en España sino también en Francia, Italia, Alemania, Portugal o Marruecos; a veces para ser detenido y, en otras, para zafarse de la persecución policial gracias a intrépidas huidas que, cuando tenía confianza, contaba con patente orgullo.

En los ochenta publicó en la mítica editorial La Gaya Ciencia el que probablemente sea su mejor libro, Cuentos de la mala vida, inspirados en personajes y peripecias de su vida carcelaria. Luego siguió El crimen de la herradura, Balada en muerte menor, Teorema del mal, Cuentos recuperados de la papelera y, ya en los noventa, Doce cuentos ejemplares y Torrente Ballester, mi padre . Suyo es el guion de la adaptación cinematográfica de la novela de este, Crónica del rey pasmado. Nunca dejó de escribir, aunque su vida a salto de mata, sin domicilio fijo, que le hizo alternar períodos cada vez más precarios con otros en los que derrochaba sin freno el dinero, le llevó en los últimos años a conformarse con llenar cientos de libretas de apretada letra que no se molestaba en llevar a ningún editor. Su último libro publicado, Puro cuento, es de 2005.

Le gustaba navegar a vela y era un excelente patrón de yate, aunque por supuesto nunca tuvo un documento que lo atestiguara. Le gustaban los toros, el flamenco, la noche, la buena vida y la calle. Le gustaba reír y hacer reír, la conversación, el cannabis y desconcertar a los desconocidos con su abundante cultura libresca. Era un seductor nato y tuvo innumerables amigos, uno de los más cercanos Camarón de la Isla. No siempre se portaba lealmente con ellos, pero su irresistible encanto le permitía ser fácilmente perdonado y, cuando no era así, encontrar enseguida reemplazo. Pero sobre todo era y se sentía escritor, aunque lo fuera a su modo un tanto trágico. Cuando hace dos días agonizaba a los 76 años en un hospital madrileño, su cerebro, confundido por los sedantes, le hizo creer que le venían a ver algunos de sus escritores preferidos. Valle-Inclán, Bergamín, Huxley... Con ellos mantuvo sus últimas conversaciones.

Quienes lo quisimos, echaremos de menos su figura inspiradora, su generosidad y sus comentarios iconoclastas sobre todas las cosas.

III

Torrente Malvido convierte en literatura sus juergas con Camarón, en El País, Amelia Castilla, Madrid -29 de noviembre de 1996 :

Su fama de maldito le persigue, pero Gonzalo Torrente Malvido (Ferrol, 1935) asegura que sale menos que cuando compartía juergas con Camarón y Pepa Flores. Desde hace unos años vive en un pueblo al lado del Miño dedicado a la enseñanza y la escritura. Cuando le sobra un poco de dinero se fuga a Cádiz, donde "la gente domina el arte absoluto de la gracia y del arte". Se le considera un autor que publica poco, pero Torrente Malvido asegura que tiene más de sesenta cuentos y dos novelas guardadas en los cajones y que algún día, cuando su afán perfeccionista se lo permita, los sacará a la luz. Su nuevo libro, Doce cuentos ejemplares (Alfaguara), recopila una parte de lo escrito entre 1989 y 1995. Torrente Malvido puede perseguir a una madre y su hija mientras discuten por la calle durante el tiempo que haga falta. Luego, en casa, tratará durante horas de reconstruir la conversación en un cuaderno y algún día esas anotaciones se convertirán en un cuento. "Lo que importa es el análisis literario, el cómo y no el qué", dice. Doce cuentos ejemplares no recoge la bronca madre-hija presenciada anteayer en una calle de Madrid, pero sí incluye, entre otros relatos, una escena que contempló en la esquina de Recoletos en la que un hombre la emprende a golpes con un coche, una juerga de varios días con Camarón y Rancapino y una historia real sobre tres comadres que comparten durante años maridos y cuernos.

Prólogo paterno

Su padre, Gonzalo Torrente Ballester, que ha realizado el prólogo de Doce cuentos ejemplares, cree que la ejemplaridad de estos relatos hay que buscarla en ámbitos ajenos a la moral: "En la realidad hay asesinos, hay monstruos, hay soñadores como los que aquí aparecen, pero no son lo mismo. El que en la realidad existen correlatos de estos hechos insólitos, monstruosos, los justifica. El que no sean los mismos constituye, precisamente, la justificación de la literatura", escribe Torrente Ballester. A Torrente Malvido no le abruma, a estas alturas, tener un padre como Gonzalo Torrente Ballester. Su literatura no se parece en nada a la del autor de La saga fuga de JB, pero reconoce que si es escritor es porque su padre es quien es: "Él me inculcó la afición a la literatura, aunque como analíticos no tenemos nada que ver". No es normal tampoco que su padre lea los libros de su vástago más discolo y a la inversa. Sin embargo, Torrente hizo esta vez hizo -una excepción, aunque fue su hijo quien le tuvo que leer -"Mi padre apenas ve"- Doce cuentos ejemplares.

Considera Torrente Malvido que en los últimos 30 años ningún escritor español ha abordado la realidad coetánea. "En este momento los autores y la gente están perdidos respecto a las razones del mundo. Nos hemos integrado en una corriente que despersonaliza; en la calle te conviertes en un individuo igual a los que te rodean y las personas han perdido peso específico, por eso nadie se ha atrevido a abordar una novela estrictamente de nuestro tiempo como lo hicieron Ferlosio, Cela o Luis Martín Santos", afirma el autor de Cuentos de la mala vida. Él mismo sólo se ha atrevido con sus cuentos urbanos a picotear literariamente la realidad.

Tras la muerte de Camarón, con el que fue alma gemela durante siete años, vive retirado en una aldea gallega donde las mujeres viajan en Vespino con la azada al hombro. El tiempo que le queda libre entre la literatura y los guiones de cine -es autor de El rey pasmado y acaba de finalizar una serie hispano-portuguesa- lo dedica a dar clases en un colegio a niños de 3 a 11 años. Anoche, para celebrar su reencuentro con Madrid, tenía previsto ir al concierto de su amigo Rancapino y luego emborracharse de vino.

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