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Mi vida en un colegio mayor femenino y religioso: "Ya me relaciono con chicos en clase o saliendo de fiesta. Me parece más natural", en El Mundo, por Charo Lagares, 11 octubre 2025:
Han dejado sus casas y la minoría de edad. Aquí son nuevos hasta los acentos. En un colegio mayor femenino y religioso, la vida universitaria galvaniza su sentido: las estudiantes, de Palma de Mallorca a Buenos Aires, buscan la semilla de la curiosidad. En el camino encuentran una familia. Y, por norma, a sí mismas.
Algunas noches, los pasillos del Colegio Mayor Roncalli, femenino y religioso, se convierten en mosaicos. Las estudiantes imprimen fotografías y las colocan con cuidado, sin hacer ruido, sobre la madera. Toda tradición implica previsión, pero cada 12 meses se reproduce la sorpresa: tras la puerta de las fotografías convertidas en teselas biográficas está a punto de celebrarse un cumpleaños. Sus amigas se han ocupado de recolectar y componer lo que la generación a la que pertenecen debería disfrazarlas de alienígenas: un álbum físico.
Las imágenes reúnen migajas de los últimos años. Las de tercer curso han cumplido 20 y llegaron a la verja del colegio mayor aún trastabillando desde los 17, los resultados de la prueba de acceso a la universidad todavía frescos en las notificaciones, las consecuencias del mejor verano de sus vidas aún en las puntas del pelo quemado. Entre ellas, cuentan, se ha urdido una nueva red de apegos que las ubica entre la familia y la amistad. Frente a ellas desayunan, con ellas charlotean en el salón después de la cena, bajo el mismo techo duermen y aprenden a ajustar la rueca de la lavadora, junto al caballo de la otra se les aran los muslos de agujetas. Se hacen adultas con ellas.
Todas buscan lo mismo que perseguía María de Maeztu cuando en 1915 fundó la Residencia de Señoritas. Persiguen, cuenta Alejandra, de 21 años, nacida en Ciudad Real, aprender. "Mis tíos vinieron todos a colegios mayores y me lo recomendaron por las experiencias que vivieron. Me decían que lo bueno de un colegio mayor, aparte de tener la oportunidad de vivir en Madrid porque estudias aquí, es todo lo que te ofrece: las actividades, las relaciones que generas y la oportunidad de poder aprender. Se ofrecen muchas propuestas que igual en una residencia, que es más sólo para vivir, no. Y seguir aprendiendo fuera de la familia me parecía muy interesante".
A Ana, mallorquina al borde de la mayoría de edad y con el grado de Farmacia recién estrenado, le interesaba dar con un sitio en el que "hubiese más niñas que estuvieran pasando por la misma etapa que yo. Niñas que estuviesen en la universidad, que tuviesen más o menos mi edad y un poco mi estilo. Además de que, bueno, el ambiente femenino yo personalmente es en el que me siento más cómoda".
Orden y cobijo
Como en la residencia por la que pasó Elena Fortún o en la que impartió clase María Zambrano, tras las puertas del Roncalli sólo se admiten mujeres. A alguna la posibilidad de no tener que cruzarse con un chico a las siete de la mañana mientras va a desayunar con el pelo pugnando por transmutar en nido de cigüeña le supone un alivio. "Simplemente creo que voy a estar más cómoda", coinciden Alejandra y Virginia, ambas en último curso. "Hay otros momentos en los que puedes estar con chicos y creo que esto también te da una oportunidad para generar unas relaciones más fuertes entre compañeras. También pienso que cuando estás con chicos te puedes distraer con otras cosas. Hay más cotilleos. En los colegios mixtos pasan muchas cosas y aquí está bien aprender a dejar eso en otros aspectos de tu vida y centrarte en una convivencia más natural, donde puedas ser un poco tú misma. Aquí se genera un ambiente de confianza y a mí me parece un requisito superimportante para el sitio en el que vas a vivir y vas a pasar mucho tiempo".
"Nosotras somos tres hermanas y estoy acostumbrada a convivir con ellas. De hecho, hemos estado aquí las tres. Es tanta la convivencia que muchas amigas de aquí son como hermanas. Si estás mal, a quien recurres al final es a tus amigas del cole mayor. Ya me relaciono con chicos en clase, tomando algo o saliendo de fiesta. Me parece más natural". Ellos, por supuesto, pueden acceder a las instalaciones del colegio. En la pista de pádel, dos chicos juegan con dos colegialas. Hasta las 11 de la noche, el peloteo puede continuar. Después, cada mochuelo volará a su olivo.
Las benjaminas, Ana y Patricia, han llegado al salón de piedra del Roncalli también por recomendación familiar. Sus hermanas mayores inauguraron su vida universitaria tras las mismas paredes. Algunas aún lo hacen. Las ramas de una misma familia se enlazan en las casi 200 habitaciones que forman el edificio. Pero con sus colegialas de referencia no comparten apellido. Al aterrizar en Madrid, a cada estudiante se le asigna una madrina, otra residente con un par de años de experiencia como ventaja y estudios universitarios similares. A ella podrá recurrir si se atraganta con un proceso de solicitud de la facultad, si se le han extraviado unos manuales o si la nostalgia le está aguando los apuntes.
Familia a estrenar
En lugar de novatadas, prohibidas en el colegio, lo que la recién llegada recibe es una boya emocional. "Yo venía con cero expectativas, si soy sincera, pero te sorprenden porque te acogen muy bien, te arropan mucho. Después de todos los años que llevan el consejo y la directiva, saben lo que es irse de tu casa y dejar de repente a tu familia. Saben cómo ayudar a compensar. Están superpendientes. A veces te escribe a la subdirectora y te dice 'vamos a tomar un café' y tú 'ah, qué habré hecho', y era simplemente para hablar y preguntarte qué tal estás, cosas que crees que no necesitas y que luego te vienen fenomenal. Y al menos para nosotras", apuntan Alejandra y Virginia, "que hemos estado aquí mucho tiempo, muchas de las subdirectoras son casi amigas. Somos una familia. Nos tratan como iguales. Creo que este sentimiento de familia es bastante complicado conseguirlo en otras situaciones en tu vida. El nivel de profundidad de la sensación de casa que se genera aquí yo no me lo esperaba. Me da una alegría profunda, es igual que tener hermanas aunque no sean de mi carne, y pertenecer a una comunidad que no está formada sólo por tu grupo de amigas, sino también por otra gente con la que tienes la misma afinidad. Es algo que no me esperaba y que me ha encantado conocer y experimentar".
“Por todo lo que te ofrece, es más barato vivir aquí que en un piso”
Mientras María Ángeles Martín Rodríguez Ovelleiro habla, una estudiante se sienta en el reposabrazo de su sillón como si, en efecto, estuviera en casa. Ella lo está. Nació y se crio en el terreno del Roncalli. Su madre había sido la encargada de fundarlo en los años 50 y hoy ella, profesora de universidad, continúa la tarea. Supone uno de los excepcionales casos en los que la trabajadora vive en su puesto de trabajo. Marido, hijos y un dálmata que menea la cola por el vestíbulo incluidos. "Esto era un descampado. Tras la Guerra Civil se quiso reconstruir la zona universitaria y ella tuvo que pedir permiso a mi padre para solicitar un crédito y encargarse de este terreno. Era una situación muy inusual: mi madre, muy jovencita, con cuatro hijos y las uñas pintadas de rojo, al frente de un colegio".
A toda costa
A través de la Universidad de San Luis y de las relaciones que María Ángeles Rodríguez-Ovelleiro forjó con instituciones hispanoamericanas, las primeras residentes solían cruzar el Atlántico. Las hijas de algunos diplomáticos se sumaron. Nunca, presumen, se han visto obligadas a elaborar un plan de publicidad. El boca a boca ha encadenado las generaciones de estudiantes. "Yo estoy aquí como un homenaje a mi madre, que hizo una cosa espectacular. Sigue con sus labios y uñas rojas y, cuando la llamo para comentarle algo, todo le parece estupendo. ¿Septiembre? Le encanta septiembre porque se llena de niñas nuevas. Para ella, la universidad es una forma de ser. En casa podíamos, yo qué sé, ser traficantes de droga, pero había que ser universitario. Porque era una cualidad casi humana, del saber hacer, no solamente intelectual. Y para las mujeres en su época no era sencillo. La universidad para ella era algo tan virtuoso que no existía mejor cosa. Ahora lo damos por hecho, pensamos que es lo que hay que hacer, que es el trámite de una vida, cuando es y debería ser el origen del saber, de adquirir conocimientos y un saber estar en el mundo".
El resto del equipo directivo se reparte las tareas según sus dones. María organiza las conferencias. Cuida el saber. "El universitario es el que está abierto al mundo, al que todo le interesa. Vamos proponiendo temas que nos parecen que son importantes en ese momento para lograr una mirada más profunda sobre ellos. O igual sucede algo que les llama la atención, como cuando estalló la guerra de Ucrania o la expansión de la IA, y nos piden que se hable de ello". Marta, que "haría horas extra por verlas competir y superarse", se encarga de las actividades deportivas.
Todo incluido
Olena, de 21 años, refugiada por la guerra de Ucrania y becada en el colegio, es la única colegiala a la que la creación artística la seduce con más fuerza que la adrenalina. Es la que con frecuencia aparece registrada en los cursos de fotografía y teatro. Es la única que estudia Bellas Artes. El resto del alumnado, unas 180 estudiantes, se decanta por híbridos bilingües de Derecho y Administración de Empresas. Se infiltran entre ellas estudiantes de Ingeniería y Farmacia, pero la aspirante a empresaria domina las estadísticas. Cada familia paga por habitación unos 1.100 euros mensuales. Los precios, señalan desde la dirección, son "baratísimos. Nos están ahogando a tasas. Es mucho más barato vivir en un colegio mayor, por todo lo que te ofrece, que en un piso. El único requisito es que sean universitarias".
“Antes tenía actitud. Ahora, no. La convivencia te hace bajar a la tierra”
Mafalda está a punto de dejar de serlo. Va a terminar su ciclo universitario en la otra punta del mundo: en diciembre volará a Buenos Aires. Será un viaje de regreso. En ella reverbera el origen del colegio, ligado a las estudiantes hispanoamericanas. Por una cascada de recomendaciones familiares, la estudiante de Business Analytics y Relaciones Internacionales ha vivido durante los tres últimos años en el Roncalli. "Como ellos ya lo habían hecho, en mi familia me dijeron que tenía que vivir en uno. No entendía nada al principio: que si fiestas de novatos, que si capeas. Nada. Pero me dijeron: 'La vas a pasar bien, vos andá. Aunque quizás relajá un poco con lo argentino'. Yo esperaba que estuvieran como más relajadas acá, pero nada que ver: encontré a gente superintensa como yo, extrovertida, más introvertida, pero ya parte de mi grupo. También fui a un colegio de mujeres y allí había formado un grupo de amigas que no podría encontrar en otro lado. Son como mi familia. Y me pasó lo mismo acá".
Siente ahora, reconoce, cierta nostalgia por lo que no ha podido hacer. El viaje a Rusia que organizó el colegio por el centenario de la revolución, por supuesto, se lo perdió. La excursión cultural a Sicilia la ha pillado más cerca. Tras pasar por Tánger y la India, ahora el colegio, que entre semana organiza actividades de voluntariado entre las que se incluye el reparto de comida a las personas sin hogar, comienza a preparar un viaje benéfico a Inglaterra. "Creemos que es muy importante que se den cuenta del valor que tiene el otro, el valor que tiene uno mismo y el valor que tiene el tiempo cuando lo entregan".
Mafalda se lleva esa lección, unos truquitos para el perfeccionamiento de la siembra de botellas de alcohol no autorizadas en el jardín y el propósito de no poner etiquetas al resto ni a uno mismo. "Cuando llegué tenía mucha actitud. Y hoy en día, nada. Como que encuentro ese equilibrio entre el resto y yo. La convivencia te hace bajar a la tierra. Hay momentos de epifanía, como en la cena de Navidad, con todas las colegialas, con la dirección, con la gente que trabaja aquí y decís 'guau, qué flash'. En qué poco tiempo te sentís tan cómoda y tan vos misma con esta gente. Entonces te das cuenta de que estás viviendo esto y la suerte que tenés".
II
Sonia López Iglesias, experta en adolescentes: "Si un hijo nos habla mal, somos nosotros quienes tenemos que bajar las pulsaciones. Aunque nos saquen dos cabezas, ellos no son adultos", en El Mundo, Mar Muñiz, 8 octubre 2025:
A las familias nos preocupa que nuestros hijos no se suban a un coche con alguien que haya bebido, que no abusen de las pantallas, que estudien... pero no siempre pensamos en su salud mental. Esta autora ha publicado un libro que pone el foco en esta cuestión.
Sonia López Iglesias, experta en adolescentes: "Si un hijo nos habla mal, somos nosotros quienes tenemos que bajar las pulsaciones. Aunque nos saquen dos cabezas, ellos no son adultos". Lucas Raspall, experto en crianza positiva: "De niños, vienen llorando y pidiendo aúpa. Cuando a un adolescente le pasa algo, llega enfadado o echándonos la culpa, pero es lo mismo". La psicóloga Sara Tarrés destapa el penúltimo tabú de la crianza: sí, tu hijo puede caerte mal. Cristina Cuadrillero, experta en adolescentes, sobre las fiestas de graduación: "Estoy de acuerdo en reconocer el esfuerzo, pero sin florituras ni rivalidad por ver a quién le queda mejor el modelito"
La adolescencia nos trae a muchas familias por el camino de la amargura. En este penar hablamos de los dolores de cabeza que nos acarrea, de la ruptura de la armonía familiar, de "qué he hecho yo para merecer esto" y, en casos más excepcionales, soltamos un "anda, que si lo llego a saber...". Pero en estas escenas (quejas más bien) no ponemos la lupa en los objetos de nuestro desvelo, los propios adolescentes, y menos en cómo anda su estado emocional.
Hace unos años nadie hablaba de salud mental, pero ahora este tema ocupa lugares centrales del debate público. El 10 de octubre se celebra su Día Mundial y según la I Radiografía del Autocuidado de la Salud en España (ANEFP), tenemos cinco puntos débiles: el estrés, la ansiedad, las relaciones personales, el dinero y el trabajo. También, dice ese informe, los hombres y los mayores ofrecen más resistencia a ir al psicólogo que las mujeres y los jóvenes.
Siguiendo con los datos y, sobre todo, con los adolescentes, el último estudio de la OMS dice que el 15% de ellos padece alguna enfermedad mental y que el 60% ha manifestado episodios de ansiedad. Para la maestra, psicopedagoga y experta en adolescencia del Club de Malasmadres Sonia López Iglesias (Igualada, 1975), "no se trata de un asunto nuevo, sino de algo que está dejando de ser un tabú". "Pensábamos que era solo un problema sanitario, pero no, interpela a toda la sociedad. Es hora de invertir no solo en parches, sino en prevención", continúa López.
Después de escribir El privilegio de vivir con un adolescente (Destino, 2023), publica ahora Cuando la adolescencia duele (Destino), un libro que arranca con el prólogo de su hijo Xavier, de 17 años, titulado Te necesito a mi lado.
PREGUNTA. ¿A quién duele la adolescencia?
RESPUESTA. A ellos y a las familias. Es una etapa muy compleja para ambos. Los padres tienden a reaccionar ante conductas que son totalmente normales en esa etapa. Los hijos se sienten dolidos cuando los adultos no acompañamos sus necesidades, que son distintas a las de la infancia.
P. Cuando un adolescente habla mal a sus padres o les cierra la puerta en las narices, sabemos que no es nada personal, pero por eso, ¿debemos dejarlo pasar como si nada?
R. Soy docente desde hace 30 años y tanto en casa como en el instituto, dejo claro que tienen derecho a estar enfadados pero no a pagarlo conmigo. Valido tu emoción, pero no soy tu saco de boxeo. Tenemos que enseñarles desde niños que sus actos y decisiones tienen consecuencias.
P. Insistes en que las consecuencias deben ser lógicas. ¿Te refieres a proporcionadas?
R. No solo. Tiene que estar alineada también con el límite que se haya incumplido. Si ha venido sin avisar una hora más tarde, nada tiene que ver con que le quites el móvil. Lo que conviene es que el siguiente día venga una hora antes, para que entienda tu malestar. Y si lo cumple, recupera tu confianza y la hora de antes.
P. Suena bien, pero los límites nos traen de cabeza o, mejor dicho, su incumplimiento.
R. Con los adolescentes no podemos imponer límites, sino consensuarlos con con ellos. Así sera más fácil que tengan conductas adecuadas, aunque tendrán muchas desajustadas. Pero no lo hacen porque quieren, sino porque están removidos. Crecer duele. Están aprendiendo a tomar decisiones, que es algo que no han hecho nunca antes, y se equivocan, como los adultos. Además, la corteza prefrontal, que se ocupa de la organización, la organización, la regulación de impulsos, etc., está fuera de cobertura, en plena transformación, y por eso se desregulan tantas veces.
P. Y muchos adultos van (vamos) detrás...
R. No tenemos que justificar que se desregulen, pero saber por qué pasa nos sirve para no reaccionar igual y acompañar desde la calma. Como adultos tenemos que ser nosotros los que ayudemos a que ese cerebro madure, pero es difícil. Yo misma, que soy docente desde hace 30 años, hay días que no tengo la serenidad para acompañar como se debe. Nuestra misión es ocuparnos, formarnos y entender que portarse así es su forma de pedirnos ayuda, pero tampoco llenarnos de culpa.
PREGUNTA. ¿Cuáles son errores más comunes que cometemos los padres con los adolescentes?
RESPUESTA. El primero es no confiar en ellos, lo que nos lleva a sobreprotegerlos. Hay que darles estrategias y habilidades y sociales para que afronten retos, porque si no, se quedan desprotegidos precisamente. El segundo es no usar una comunicación respetuosa y afectiva. Si solo hacemos juicios de valor y soltamos el sermón él no va a mostrar interés para contar lo que le pasa: sus ilusiones, retos, problemas... Si solo le juzgamos no le dejamos experimentar y elegimos por ellos. Eso hace que cuando tengan que tomar decisiones, si no estamos a su lado se sienten desprotegidos y se frustran. Y otro error es pensar que no necesitan nuestra presencia y disponibilidad. Hay que estar, pero a una distancia prudencial; darles alas para volar y motivos para que quieran volver a nuestro nido.
P. ¿El vínculo se puede romper de modo irreversible?
R. Siempre hay una oportunidad para reestablecer vínculos. Siempre estamos a tiempo para cambiar las cosas. Pero tenemos que hacerlo los adultos. Ellos no pueden.
P. Pongamos algún ejemplo práctico. Si nos hablan sin respeto, ¿qué hacemos?
R. Como adultos tenemos que parar la conversación, porque ellos no pueden bjar la intensidad. Tenemos que poner espacio y bajar las pulsaciones. A veces nuestros hijos nos sacan dos cabezas y creemos que son adultos, pero no lo son. No podemos dejarnos llevar y contagiarnos, porque nos ponemos a su altura. En casa o en el aula, cada día tengo motivos para engancharme con un niño, pero no lo puedo hacer.
P. Más: no quieren sacar el móvil de su cuarto por la noche.
R. Antes de dar ese teléfono hay que consensuar las normas de uso y establecer horarios con y sin móvil. El teléfono lo pagas tú y si no hacen buen uso del terminal, lo puedes retirar. Pero hay que dar ejemplo, porque los adultos nos quejamos pero hacemos lo mismo. Debemos ser referentes, lo que hará que ser adolescente duela menos.
P. Otro: se niegan a recoger su cuarto.
R. Si la habitación está desordenada, una consecuencia puede ser no dejarle salir hasta que no la recoja. Pero a esta edad siempre hay que negociar. A lo mejor no quiere hacer su cama por la mañana, porque ellos no se activan temprano, como los adultos, pero sí están de acuerdo en hacerla al llegar del instituto, por ejemplo.
P. A veces los padres no tenemos tanta paciencia.
R. Y por supuesto que tenemos derecho. Por eso muchas veces es mejor que intervenga la pareja, si tenemos. No obstante, si perdemos el control debemos pedir disculpas y daremos el mejor ejemplo. Favorece el vínculo, que es la base para prevenir problemas de salud mental.
P. Los padres y madres solemos creer que fuimos adolescentes más respetuosos.
R. Nuestra adolescencia fue parecida a la suya, lo que pasa es que algunos fueron educados a través del miedo. Con una mirada de nuestro padre no decíamos ni mú. Recordar esos años nos facilita empatizar con nuestros hijos, pero mostrarles amor incondicional no quiere decir que validemos cuando se portan mal. También hay que ser conscientes de cómo nos comunicamos con ellos: nosotros les gritamos, amenazamos, sermoneamos, les faltamos el respeto también... La comunicación tiene que ser afectiva y efectiva.
P. Parece que tenemos que estar preparadísimos antes de tener un hijo. No sé si los padres de antes lo estaban, la verdad.
R. Educar es el oficio más dificil del mundo y el único en el que te dan el título antes de aprenderlo. Es una responsabilidad que tú has decidido tener y si quieres hacerlo conscientemente, debes formarte, aunque no hace falta doctorarse.
III
Graduaciones en fin de curso: manicura y peluquería para las adolescentes, vestidos de Shein, fiestas con barra libre y autocar... ¿Se nos están yendo de las manos?, Mar Muñiz, El Mundo, 17 junio 2025:
Acaba el año escolar y ya no solo quienes pasan a la universidad (o la terminan) celebran el fin de una etapa: los eventos para festejar el cierre de un ciclo académico se adelantan cada vez más y en 4º de la ESO están normalizadas. El look escogido para la ocasión merece capítulo aparte en la preparación.
Graduaciones en fin de curso: manicura y peluquería para las adolescentes, vestidos de Shein, fiestas con barra libre y autocar... ¿Se nos están yendo de las manos? ¿Hay que recoger a los adolescentes cuando salen de fiesta por la noche?: "Mis hijos creen que mi trabajo es estar a su disposición 24 horas al día con el gorrito de chófer puesto". Cómo no parecerle a tu adolescente una madre histérica y exagerada (spoiler: es difícil). Borracheras adolescentes: "Después de un coma etílico, compré un alcoholímetro. Mi hija soplaba cuando llegaba a casa".
En junio acaba el curso escolar y la redes sociales están llenas estos días de fotos y vídeos de graduaciones. No hablamos, o no solo, de ceremonias universitarias con estudiantes veinteañeros, sino de adolescentes que terminan la Secundaria (4º de la ESO) o el Bachillerato, es decir, de chavales entre los 16 y los 18 años.
Hace unas décadas, quienes terminaban su etapa en el instituto lo hacían sin recogida oficial de diploma, sin público y mucho menos sin vestido ni traje. Las fiestas de celebración consistían en quedadas casi espontáneas en la discoteca de turno y sanseacabó. Pero de aquella liturgia, muy de andar por casa, ya no queda apenas rastro. Ahora se organizan eventos de envergadura que incluyen, por lo general, ceremonias de entrega de títulos abiertas a las familias, cenas de despedida con los profesores, fiestas nocturnas para el jolgorio posterior y, ojo con esto, regalos de más o menos quilates (según presupuestos), para agasajar a la muchachada por su titulación.
La influencia de las películas y series norteamericanas, que han retratado hasta la saciedad sus famosos bailes de graduación (prom, en inglés), se queda corta con la formidable caja de resonancia que son Instagram y TikTok. La bola de nieve ha ido engordando hasta el punto de que las niñas dedican semanas (si no meses) a preparar el gran día y, para ello, lo primero es el vestido. En esos días, el trajín en las webs de fast fashion, tipo Shein, es continuo en los móviles adolescentes.
Una madre sufridora sostiene que, por lo general, las niñas que se gradúan empiezan a echar el ojo a los vestidos dos o tres meses antes. "Se agotan en seguida, porque los compran en las mismas tiendas. Hay chicas que los encargan online, pero otras van presencialmente con sus madres porque se los quieren probar. En alguna del centro de Madrid, se forman colas tremendas antes de abrir", cuenta.
Y como en cualquier evento de calado, repetir look es trágico. "Es habitual que haya un grupo de Whatsapp de las niñas de la clase. Cuando alguna elige vestido, lo sube al chat para que ninguna otra escoja el mismo", aclara esa misma madre. El resultado es que la graduación se convierte casi en un desfile uniformado, donde apenas cambian los diseños pero sí los colores. Después, los días previos del gran día, es momento del bronceado y la última puesta a punto con sesión de peluquería y manicura.
Carmen López Suárez es doctora en Educación y Pedagogía, CEO de Hijos con Éxito y autora del recién publicado Pon límites, no pantallas (Roca Editorial). Explica que tal homogeneización es esperable en la adolescencia: "En esta etapa chicas y chicos anhelan con todas sus fuerzas pertenecer al grupo, ser aceptados, reconocidos y valorados. Para pertenecer tienen que imitar". Replicar les sirve para aprender habilidades sociales y valores de grupo, por ejemplo, pero también "tiene como contrapartida una falta de reflexión crítica y una reproducción excesiva del entorno sin criterio".
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Ante esta tendencia, ¿no es un poco exagerada tanta preparación para una graduación que, en muchos casos, no supone siquiera ni un cambio de instituto? Cristina Cuadrillero, psicóloga y creadora del blog de Instagram @miadolescenteyyo, ha vivido en primera persona estos eventos con las distintas graduaciones de sus hijas: "En general, las chicas sufren un estrés innecesario con esta cuestión. ¡Dios mío, cuando se casen..!", bromea.
Considera que, salvo para aquellas que supongan un cambio importante, como Bachillerato o la Universidad, lo adecuado es hacer un reconocimiento al esfuerzo y dar ánimos para enfrentar la nueva etapa, pero "sin florituras ni rivalidad por ver a quién le queda mejor el modelito". "Y sin esperar un luisvi como recompensa", añade, en alusión a un famoso vídeo que se viralizó hace años en el que una madre le regalaba a su hija un bolso de Louis Vuitton por sacar buenas notas.
"Me parece bien que celebren con sus compañeros el final de la ESO porque algunos no harán el Bachillerato, pero un picoteo y un baile hasta las mil me parece suficiente", sostiene. Añade Cuadrillero que se da la paradoja de las dobles celebraciones: "A veces el fiestón está organizado antes de tener las notas de los exámenes. Si suspenden, algunos chavales llegan a graduarse dos años consecutivos. ¿Tiene sentido?", protesta la psicóloga.
Carmen López también está en desacuerdo con agasajar con regalos a los chavales y propone alternativas: "Podemos ir a comer a ese restaurante que les gusta, sacar entradas para un parque de atracciones o invitarlos a lanzarse por tirolina". Además, la propia celebración de graduación puede considerarse un regalo en sí: "Las graduaciones al estilo americano me parecen un despropósito. Suponen un gasto de dinero inasumible para muchas familias y de tiempo en época de exámenes que debería dedicarse a estudiar o repasar". Y añade: Son una pasarela de moda, especialmente para las chicas, que soportan más presión estética que sus compañeros".
La influencia norteamericana
Lo que sucede aquí es reflejo de lo que acontece al otro lado del charco, aunque hay notables diferencias. Para el baile, las chicas llevan vestidos largos y los chicos, traje. Ellos, por cierto, se ocupan de pagar tanto la cena como el ramo de flores de las adolescentes que serán su pareja ese día. Martina, que tiene 18 años y acaba de llegar de EE. UU. tras terminar el Bachillerato, explica a propósito de la ceremonia de graduación: "Allí se la toman muy en serio. Hay una gran fiesta y los padres hacen a los hijos regalos muy importantes".
Su madre corrobora: "Joyas, ordenadores, un coche, viajes... A esta celebración acuden las familias al completo y muchas de ellas llevan hasta fotógrafo propio. Hay que tener en cuenta que allí es común que los hijos se vayan de casa para estudiar en la universidad. El cambio vital para ellos es mayor que aquí".
La bola de nieve de la que hablábamos antes empieza a gestarse cada vez a edades más tempranas. Una niña madrileña que a punto está de terminar 5.º de Primaria, cuenta: "Una compañera y yo ya hemos hablado con las niñas de 6.º que se gradúan ahora sobre dónde han comprado sus vestidos. Tenemos que coger ideas", afirma con seguridad.
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