viernes, 26 de enero de 2007

Inspiración

Se suele hablar del terror blanco ante la página. A todo escritor le viene tarde o temprano esa esterilidad, el pálido grito del estertor creativo, que nace del país de las últimas cosas. Hoy nieva en mi ciudad; los contornos se borran y los colores se apagan como si los seres humanos fueran delebles en el tiempo, borrones en los harapos que tiende la niebla por los bajos fondos de la inmensidad.

Nuestra libertad es ilusoria; si existe, se halla en la zona tórrida de nuestra vida, cuando la conciencia es plena, ya que nuestra historia ya tiene el final escrito. Colgamos cómo torpes títeres de un cordaje de nervios que penden de un cerebro racional y de un entramado de venas que lo hacen a su vez de un corazón sentimental. Y la farsa son las dimensiones del teatro, que decía el gran Gil de Biedma; "envejecer, morir, / es el único argumento de la obra". Poe lo llamó el gusano conquistador, ese feroz militar que derrumba los más extensos imperios y se aloja en el centro de la Rosa enferma de Blake.

Si comienzas seguro, terminarás con dudas; lo inverso es más prudente... ¿más seguro? Y, sin embargo, es imposible conjugar la conciencia meridiana del hombre maduro con el entusiasmo de la juventud; ese es más o menos el argumento de los lunares y funéreos Poemas de la consumación de Aleixandre; "como Moisés es el viejo". Algo de eso hay también en mi Quevedo y sus cenizas entendidas. El magma de la falsa simetría que nos hace se ha cocido en el horno dialéctico de Heráclito, que forjó las volcánicas pasiones de La Celestina.

Todas las palabras se reducen a una: vivo, y esta vida se reduce a una sístole de erizo y una diástole explosiva: eso es la vida, una sístole y una diástole. Otra de esas simetrías que llevo estudiando desde que me quedé perplejo en tercero de BUP, alucinando en colores al escuchar lo que era la fenomenología; desde entonces no he podido reponerme: ordenó súbitamente todo mi mundo, me puso en él.

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