miércoles, 31 de enero de 2007

La compulsión de escribir

Extraña compulsión es escribir; uno podría estar haciéndolo durante días sin terminar nunca, tan largo parece el hilo que sirve para tejer el capullo de la soledad. El hilo del verso, el hilo del renglón, propicia una doble metamorfosis, la del gusano en mariposa, es cierto, pero también la de la mariposa en gusano. El creador se siente liberado cuando suelta la materia que lo hace, el humo dormido de su carne, que diría el numénico Ángel Crespo; echa a volar por los aires invisibles de un atlas que sólo él conoce, pero también se arranca de cuajo. Escribir es fundamentalmente ser libre; en un poema que en cierto modo condensa mi poética, digo que "escribo para ver si es verdad"; escribir es una manera de conocernos, de pensar al margen de ese mundo que pone todo tipo de trabas a la propia expresión del yo y que nos echa encima todas las cadenas y raíces del mundo, todas las máscaras, pieles viejas y nombres que nos falsean, nos otrean y nos potrean; el poeta, por el contrario, echa sus raíces al viento y a las nubes y siembra donde es imposible recoger: se dispersa. Eso entraña un gran dolor, un gran desarraigo, una gran soledad, una gran conciencia de lo miserable que es el lugar del ser humano en este mundo, conciencia que los medios de comunicación y la sociedad intentan desfigurar a todo trance. El albatros, el cuervo de Poe, el duende de Lorca, representan ese dolor ingénito del parto de sí mismo que tiene que padecer todo creador, todo poeta, todo artista.

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