No puedo evitarlo; mi cabeza está siempre girando como un bombo lleno de pensamientos, historias, reformulaciones, raptos líricos, críticas, recuerdos, ideas para ensayos, lecturas digeridas o a medio digerir, diálogos, proyectos posibles e imposibles; no descansa, no se detiene ni por un momento; tengo que aliviar la presión escribiendo o me volveré loco; envidio a la gente estéril que desearía ser creativa, que hace crucigramas y piensa siempre lo mismo; desearía ser como ellos, porque la presión de lo que debería escribir me aturde y me deprime, todo tira de mí en todas direcciones y no me pongo límites, no sé ponérmelos. De vez en cuando algún idiota me pregunta: ¿cómo lo has hecho? No lo sé, sólo siento que es así y lo sufro. Contemplo lo que produzco para ver si es verdad, y una vez escrito lo cambio otra vez. Mi destino es el mismo que el de una linotipia, escribir, escribir, escribir. Quien canta sus males espanta; yo no los espanto, soy como el gusano tejedor de un hilo de seda interminable que me transforma en una mariposa que se transforma en un gusano y vuelta a empezar. Ese hilo es el renglón o el verso. Es una de mis compulsiones. Y no sé qué haya al otro extremo de él.
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