El mundo insiste en desengañar nuestra pretenciosa aspiración de ser únicos e irrepetibles, y a menudo nos lo desmuestra con el hecho de los sosias. Internet, que todo lo multiplica y lo copula como los espejos de Borges, me ha deparado el descubrimiento de una insólita parentela de gemelos, pues todos tenemos cuando menos un igual concebido adúlteramente en el vientre de otra madre, en otro continente o en otra época, oculto no por una máscara de hierro, sino por un velo de desinterés o ignorancia. Tal vez, incluso, para castigar nuestra vanidad, uno puede verse con cientos de hermanos, como les ocurre a los Juanes Pérez o Josés Sanchez de este mundo y, como es un pañuelo, a no pocos les habrá ocurrido toparse por la calle con alguien que hacía largo tiempo no veía para al cabo caer en que es un señor de la república independiente de Bolaños que no tiene nada que ver con el de marras. ¡Y la cara que se te pone!
De forma parecida a como Gonzalo Torrente Ballester iba formando un club de Jotabés en su Saga/fuga, he ido coleccionando con el paso del tiempo algunos de mis propios sosias. Pueden ser iconográficos, recortados del reportaje gráfico de un periódico cualquiera; saltando con un poco de dificultad al orondo Luciano Pavarotti, el que más me impresionó fue aquel Mikel Zabalza o Zabaltza de hace tantos años (1985), el conductor de autobuses y presunto etarra que apareció sospechosamente ahogado en el Bidasoa. Era este tan merluzo para nadar como yo, aunque el agua fuera de una bañera de Intxaurrondo. En la foto recortada de El País que conservo está sobre una mesa hinchado como una ballena; cuando lo veo suspiro y deseo que al menos a mí me crucen de brazos en la gallega actitud que les suelen dar a los que toman el barco que nunca ha de volver. En la exposición itinerante de la Caixa sobre el origen del hombre vi que los neandertales enterraban a sus muertos con más esperanza de futuro, en posición fetal. Está visto que el paso del tiempo nos ha hecho más escépticos.
De forma parecida a como Gonzalo Torrente Ballester iba formando un club de Jotabés en su Saga/fuga, he ido coleccionando con el paso del tiempo algunos de mis propios sosias. Pueden ser iconográficos, recortados del reportaje gráfico de un periódico cualquiera; saltando con un poco de dificultad al orondo Luciano Pavarotti, el que más me impresionó fue aquel Mikel Zabalza o Zabaltza de hace tantos años (1985), el conductor de autobuses y presunto etarra que apareció sospechosamente ahogado en el Bidasoa. Era este tan merluzo para nadar como yo, aunque el agua fuera de una bañera de Intxaurrondo. En la foto recortada de El País que conservo está sobre una mesa hinchado como una ballena; cuando lo veo suspiro y deseo que al menos a mí me crucen de brazos en la gallega actitud que les suelen dar a los que toman el barco que nunca ha de volver. En la exposición itinerante de la Caixa sobre el origen del hombre vi que los neandertales enterraban a sus muertos con más esperanza de futuro, en posición fetal. Está visto que el paso del tiempo nos ha hecho más escépticos.
El sosias puede también ser cinematográfico; entre ellos, el más simpático es quizá el borracho que aparece en El sastre de Panamá. Es también uno de los más parecidos físicamente, y uno quisiera también que incluso en el alma. Pero creo no tener los arrestos de este pobre hombre desilusionado por el amargo vino de la realidad, aunque comparto desde luego su visión y su angustia. Más festivo es mi sosias Bud Spencer, el sanchopancesco compañero de mamporros de Terence Hill; y lírico resulta ser el orondo griego Demis Roussos, de quien durante un tiempo incluso quise ser yo el sosias copiando su apariencia de pelambrera hasta los codos, e incluso de la túnica que vestía como un pope ortodoxo. Por ser, incluso los sosias pueden ser nominales y remedar tu nombre, aunque te den tanta vergüenza como ese Ángel Romera que fue el primer transexual casado en España y con el que quizá alguno (mal informado) podrá confundirte. Empleo peligroso lo tiene mi hermano de nombre Ángel Romera, árbitro de fútbol de Soria, y cansado ese Ángel Romera atleta corredor de fondo; también hay sosias nominales de ficción, como uno de profesión muy apurada, Ángel Romera, "Romerita", un torero sinvergüenza de la novela Currito de la Cruz de Alejandro Pérez Lugín que tuvo al menos cuatro adaptaciones cinematográficas; abandona a su amante con un hijo suyo y luego rivaliza con Currito de la Cruz y muere de una cogida; las versiones modernas son las de Luis Lucía, (1946) y Rafael Gil (1965); me interpretaban Jorge Mistral y Arturo Fernández, respectivamente, hombres que no tienen mucho de mí, que digamos, salvo el nombre. También se da el caso de que tengamos aficiones parecidas, como ese tal Ángel Romera que es al parecer un excelente periodista castellano y que viene seguramente de Trébago, ese pueblo soriano de origen celta lleno de Romeras que cuenta entre sus habitantes a un veterinario, Ángel Romera, otro más entre mis sosias de gracia; también de por ahí es un arqueólogo y antropólogo que ha investigado las entrañas del pueblo de Hita.
El caso es que yo también me he creado mis propios sosias. Carlos Marzal, y Quevedo antes que él, dicen que en la vida nacemos varias veces completamente distintos. Si bien se mira uno es una reencarnación sin tragedias de por medio; mudamos la piel y ya está, ya somos el hombre nuevo de San Pablo, un heterónimo más a lo Pessoa o un apócrifo machadiano. Con las letras de mi nombre me he creado al anagramático Ramón Alegre, que he ha salido complementario, por no decir opuesto, pues mi mujer dice que soy más triste que un ciprés jingado.
El caso es que yo también me he creado mis propios sosias. Carlos Marzal, y Quevedo antes que él, dicen que en la vida nacemos varias veces completamente distintos. Si bien se mira uno es una reencarnación sin tragedias de por medio; mudamos la piel y ya está, ya somos el hombre nuevo de San Pablo, un heterónimo más a lo Pessoa o un apócrifo machadiano. Con las letras de mi nombre me he creado al anagramático Ramón Alegre, que he ha salido complementario, por no decir opuesto, pues mi mujer dice que soy más triste que un ciprés jingado.
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